(Publicado en el libro El cuerpo hendido: poéticas de la m/p/aternidad. Eds. Rei Berroa y María Ángeles Pérez López. México: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2020).
La reciente novela Tenemos que hablar de Kevin (Premio Orange, Barcelona, Anagrama, 2007) ha despertado notable interés porque en ella se cuenta, de modo al mismo tiempo apasionante y terrible, la relación conflictiva de un adolescente con su madre, el desastre en el que se vuelve la maternidad.
La portada es sobrecogedora: un niño con un revólver en la mano, en una imagen digna del imaginario surrealista. Nada de su nacimiento se asemeja a los mitos que la clase media urbana ha construido sobre la familia, y en general, de aquellos que han producido los medios de comunicación de masas en torno al concepto de lo materno como cursi. Los conflictos se agudizan hasta alcanzar su clímax cuando Kevin, dos días antes de cumplir los dieciséis años, es responsable de una brutal matanza en su colegio. Lo macabro y truculento definen el final escrito por Lionel Shriver, quien ha sabido hablarnos de la belleza de la maldad a través de la tiranía de los hijos. Precisamente la novela es sobrecogedora porque entra sin miedo en un territorio apenas cartografiado y cuestiona uno de los tabúes todavía vigentes: el de la maternidad como espacio asociado a los tópicos de la fertilidad, la madre tierra, la recepción de dones y, en general, los misterios gozosos. Los hijos como bendición de Dios, la madre como tierra sobre la que germina la semilla, el bien individual y colectivo asociado a la nueva criatura.
Sin embargo, la novela mantiene ciertos resquicios, no se juega en profundidad en esta cuestión porque se centra en los aspectos más macabros y truculentos de la adolescencia como un proceso difícil y sobre todo enigmático, imposible de aprehender. Su carácter excesivo, la hipérbole como modo de trabajo convierte a Kevin en una excepción. La terrible excepción que confirma la regla.
No ocurre así en otros textos que, con mucho mayor interés en mi opinión, ingresan en ese territorio ignoto llamado maternidad. Cuando la percepción de la maternidad “no” debería ser conflictiva por factores externos, sino que per se ofrece durísimas aristas, la propuesta de las autoras resulta mucho más interesante pues permite explorar los “silencios” originados en el pensamiento occidental sobre la maternidad. Ya se ha advertido la “invisibilidad o ausencia materna” frecuente en la literatura contemporánea, y por su parte, el libro coordinado por Silvia Caporale –Discursos teóricos en torno a la(s) maternidad(es): una visión integradora–, permite revelar las tensiones producidas por el hecho de que la maternidad convierta a la mujer en objeto de un discurso público a la vez que la rodea, en tanto que madre, de silencios todavía palpables. Por ello resultan tan interesantes algunos de los poemarios venezolanos de las últimas décadas, que han entrado de lleno en la cuestión y han astillado, en ocasiones con gran virulencia, las formulaciones verbales de lo femenino en torno a este tema, especialmente en el caso de Mª Auxiliadora Álvarez. Aunque me centraré en ella, quiero recordar aquí que la eclosión femenina en la poesía venezolana contemporánea hace evidente la importancia del cuerpo en la década de los ochenta. De ahí el título con el que el profesor Alejandro Varderi ha abordado el periodo en cuestión: “Cuando la mujer escribe con el cuerpo: poetas venezolanas de los ochenta”.
La complejidad del tema es indudable y la riqueza del debate aumenta con aportaciones como la de Verónica Jaffé, quien, polemizando con el análisis propuesto por Julio Miranda en su antología Poesía en el espejo. Estudio y antología de la nueva lírica femenina venezolana (1970-1994), lo inscribe en el contexto del multiculturalismo, la postmodernidad y la contemporaneidad venezolanas. Desde ese contexto me parece particularmente aguda la relectura que puede proponerse de la obra de varias poetas venezolanas –Yolanda Pantin, Mª Auxiliadora Álvarez, Maritza Jiménez, quienes siguiendo las obras de Miyó Vestrini y María Calcaño, derriban el arquetipo materno que limitaba la voz de la mujer (Gackstetter Nichols 2003)–. Y muy en especial la de Mª Auxiliadora Álvarez. Nacida en Caracas en 1956, abrió el tema de la maternidad con el perturbador y extraordinario poemario titulado Cuerpo (1985), en el que la intensidad y el desgarramiento con el que el lenguaje poético nombra el cuerpo de la mujer durante la experiencia del parto resultan sobrecogedores:
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el doctor dijo: APTAS
gargantas para quirófano
sala de canto
expendio de navajas y pianos
bisturí en alto
dirige
sangrientas peinadas ensayen
DUERMETE RUISEÑOR PE DACI
TO DE LUNA DUER METE CO
RAZON
Martes Jueves
de dos a tres
LA VISITA
salimos al pasillo
ubres aún inútiles
cerdas tranquilas
nos sentamos
várice
con várice
axila con antebrazo
axila
con antebrazo
vena
con
suero
y CANTAMOS
La animalización de la mujer, su despiece orgánico y de forma metonímica, su reducción a la voz para el canto (para la nana infantil) junto al léxico agresivo y hostil del quirófano y en general del hospital, transforman el trabajo del parto en aquel que, según el lema que preside Auschwitz, hacía libres a los judíos de entonces. El hospital como matadero, la madre como vaca[i] sangrando colgada boca abajo de los ganchos en los que se cuelga el suero mientras espera la subida de la leche, es el cronotopo del poema. El desmembramiento de la madre convertida en garganta o ubre es además el de los versos truncados cuando se canta la nana, el del lenguaje a su vez desollado, como ocurre en el poema 12:
ella me abre las piernas
desde el piso
trata de ascender
y no la dejo que ahí no hay nada
se cerró la puerta
se acabó la casa
ella quiere devolverse
por las tardes
se me para entre los pies
calva y caliente y no entiende
que la aparto
que esa puerta se acabó
que no se puede
entrar ya ni salir
ni decidirla
que ya basta de quirófano y cabeza
por las tardes amorosas y sangrientas […]
La suma dolorosa de negaciones en la construcción de una imagen portentosa y temible (la hija recién nacida que desea regresar al útero y lo halla clausurado, hortus conclusus ya no para el amor sino para el espanto) presidida por la madre como tótem y a la vez como cuerpo, se sostiene de modo verbal sobre las anáforas, los paralelismos sintácticos, el ritmo entrecortado al que obliga la disposición tipográfica propuesta y el empleo de adjetivos degradantes o sobrecogedores (es pegajosa la habitación amniótica y las tardes son a la vez amorosas y sangrientas).
Así también en el poema 9, que abandona el espacio gramatical de la primera persona cuando ésta correspondía a la gestante para resituarse en el lugar de la hija (la suya, o ella misma como hija de su madre, en una genealogía inacabable llamada género[ii]): “mamá es un animal negro/ manso/ extenso/ huele/ a aguas estancadas”.
El lenguaje de Cuerpo ha sido cercenado porque no hay concesión alguna, no hay una segunda piel llamada cultura sobre la primera piel que duele “como vagina que soy/ como herida inteligente”, sino solo y de manera primordial, la experiencia de parir, tal como ha contado Mª Auxiliadora Álvarez, quien afirma que no pretendía rechazar la maternidad en sí sino mostrar otra visión marcada por “el tránsito de violencia y de dolor inmedibles que rodean las circunstancias biológicas y emocionales de la madre en el trance de procreación y del hijo en el trance de nacimiento en un hospital público de América Latina” (Álvarez 2003):
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sala de parto
MOSAICOS RESES CUCHILLOS
cocina que desuella sin anestesia porque su dueño se lava con
ella el órgano tibio por si acaso cauteriza su conducto lácteo se
ríe cerebral enjuaga sus nervios sensitivos duerme
lejos
de los colchones plásticos
amnióticos
sangrientos
de la hilera
panza bonete libro cuajar rajar sacar
el relleno
ordenar los mosaicos
coser
La desmembración del parto, la apertura dolorosa a lo otro en lo uno, se verbaliza en la suma inorgánica del poema: mayúsculas presidiendo a modo de pilares la sala de parto, que dejan paso a una larga frase horizontal y una hilera de palabras goteando unas sobre otras mientras los tres infinitivos proponen un sumatorio inacabable: “cuajar rajar sacar” y así sajar (o ya fuera de la serie fonética, pero en su mismo campo semántico, cortar, vaciar, desmembrar, destrozar). Sólo los dos infinitivos finales (“ordenar”, “coser”) proponen alguna clase de resolución, de zurcido[iii] de lo uno con lo uno, de lo otro con lo uno.
La experiencia corporal de la maternidad, la humillación del cuerpo y su dolor primario (rasurado, enema, monitorización, episiotomía) son tratados por Álvarez de manera desnuda, en la conversión metonímica de la mujer en cuerpo, pero no glorioso sino doloroso (la mater dolorosa), porque los poemas que conforman el libro revientan los tópicos asociados a la maternidad en ese espacio que Julio Miranda ha nombrado como “hospital-cárcel-asilo-cuartel-matadero-morgue” (1995: 205).
Tal vez aquí no sea superfluo señalar su parentesco con Alejandra Pizarnik: ambas transitan espacios irrespirables, asfixiantes, que parecen responder a la poética sobrecogedora de la argentina. Y en relación con la propia tradición, puede decirse que con este poemario Álvarez penetra en lo bárbaro, se adentra en el territorio inhóspito e imprescindible que quería Enriqueta Arvelo Larriva, pues como ella eleva un canto singular caracterizado por su aislamiento, su profunda rigurosidad formal y la conciencia del oficio poético en el que se inscriben, claro está, las marcas de género.
Ha advertido el poeta Luis Alberto Crespo cómo en el libro de Álvarez se produce, al modo artaudiano, “una introducción de cuervos negros en las fibras de su árbol interior”: “La pérdida de la conciencia de sí nunca había sido proferida en nuestra poesía con esa entonación jadeante, ese balbuceo de quien surge del dolor y la ignominia convertido en cosa, en cuerpo. El libro de María Auxiliadora Álvarez es la forma de ese cuerpo abierto” (1993). Cuando recuerda sus reuniones en el taller de poesía del Centro “Rómulo Gallegos”, Crespo valora el poemario de Álvarez destacando aquello que también podría decirse de su obra: que se trata de una poética de lo áspero, lo indecible. Y es lo indecible porque se sitúa de lleno en el territorio de lo abyecto, de ahí su ruptura radical, la destrucción del “arquetipo materno” en palabras de Gackstetter Nichols, su construcción de una propuesta de mayor riesgo y dificultad que la de Shriver con Kevin: ha señalado Julia Kristeva cómo lo abyecto “perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto” (1989: 11). De ahí la conmoción que genera por el colapso de los significados y su relación con las excreciones del cuerpo: la sangre, el pus, el menstruo, el vómito, los excrementos. Y podríamos seguir: la placenta, el líquido amniótico, la leche, que no son percibidos culturalmente como desperdicios del cuerpo, sino como ganancias del cuerpo[iv], y que sin embargo, en el libro delimitan la frontera entre lo humano y lo no humano, al ser propuestos por Mª Auxiliadora Álvarez como amenazas del sujeto en relación a su percepción de integridad en el territorio de lo simbólico. Así en 11, del que copio algunos versos: “conozco/ el tiempo de cocción de las legumbres/ las verrugas de las ratas/ […]/ y voy desarrollando/ un sabor sicópata/ en la lengua/ mientras juego con la basura/ y los excrementos/ de mi hija” (el subrayado es mío).
Como advirtió agudamente Kristeva, en última instancia “si hay alguien que personifica la abyección sin promesa de purificación, es una mujer, «toda mujer», la «mujer toda»” (1989: 115) justamente porque es la que puede gestar al hijo, ya que la maternidad escapa al orden simbólico patriarcal. De ahí que el menstruo sea una de las excreciones de lo abyecto y tenga consideración de tabú. Los desperdicios se situarían al otro lado de la frontera, en el lugar del cadáver (el elemento extremo de la abyección), que es aquí en cierta medida el cadáver del yo. De ahí también la construcción temible del poemario: la abyección, como sentimiento de náusea, horror y asco hacia aquello que cuestiona violentamente el yo y evidencia sus límites, unta con su grasa espesa el cuerpo de la madre y verbaliza aquello que explicó Kristeva como “surgimiento masivo y abrupto de una extrañeza que, si bien pudo serme familiar en una vida opaca y olvidada, me hostiga ahora como radicalmente separada, repugnante. No yo. No eso. Pero tampoco nada. Un «algo» que no reconozco como cosa. Un peso de no-sentido que no tiene nada de insignificante y que me aplasta” (1989: 8-9).
No yo. No eso. Parecen las palabras de Álvarez en el poema 16, en el que se puede advertir cómo la revisión del arquetipo materno a la luz de lo abyecto que estoy proponiendo obliga a la vez a señalar la condición paradójica que resulta de su estrecha relación con lo sublime ya que ambos son formas de un proceso de suspensión o desbordamiento del sujeto. Y ello porque la pregunta sobre la dimensión de lo perverso en el poemario es la pregunta sobre los límites de la conciencia y del lenguaje, sobre ese “objeto caído” (la niña caída –al mundo–, el yo de la parturienta caído a su propia desintegración física y psíquica) en el territorio en el que fluyen la violencia, la destrucción y la muerte (dadora, a su vez, claro está de vida, de la vida en sentido paradigmático). Por eso, la anterior cita de Kristeva continúa en un punto particularmente iluminador para el enfoque que propongo: la ubicación de la abyección “en el linde de la inexistencia y de la alucinación, de una realidad que, si la reconozco, me aniquila. Lo abyecto y la abyección son aquí mis barreras. Esbozos de mi cultura” (1989: 9). Es en ese linde donde, en mi opinión, cobra nueva luz el libro de Álvarez, como puede leerse en los siguientes versos del poema 16:
la tarde total era de tarde
de agujas y tubos
y muertos alrededor
y una deforme y desnuda
con las piernas abiertas
con los brazos abiertos
eliminando toda la sangre
y todo el hijo
de que se es capaz
que no puede salir
porque una tiene la abertura
como cerradura
compañero tan relativo
rojo recto riguroso
exento.
A partir de la rima interna entre abertura y cerradura (ambos antónimos obligados a entenderse durante el parto), las dos palabras se anudan dolorosamente la una a la otra. No sólo por el dolor físico de las contracciones, el proceso de borrado del cuello del útero y su dilatación esforzada, sino también por la borradura del yo y su apertura hacia el otro ser, el hijo que de algún modo pelea contra la madre que lo expulsa de sí. Quiero recordar en este momento la extraordinaria propuesta del poeta Juan Gelman, quien en Carta a mi madre (1989) le pregunta por qué lo expulsó, lo exilió, lo envió al mundo arrojándolo a través del canal del parto. Lo que en el argentino supone el desarrollo de su “visión exiliar” a través de morfologías contraculturales de la subjetividad que descomponen las formas identitarias al crear una constelación móvil (el hijo que madrea a la madre y la acuna en su regazo), en Álvarez ofrece una imagen cristológica (la mujer con piernas y brazos abiertos, colocada en cruz y despedazándose para expulsar de sí la vida entre la muerte) que es al tiempo negación y afirmación de la vida, pues por un lado conecta al ser humano con la inmundicia, el miedo, la locura o la violencia, y por otro con la condición de lo sublime, que sería el otro extremo de la misma experiencia. Sólo ahí se produce su dimensión perversa, alucinatoria y central, y sólo ahí se explica, en mi opinión, la radical ruptura del poemario en el terreno verbal, su riesgo, su amenaza implícita, su condición todavía vigente como un clásico muy cercano.
Esa intensidad modificó la recepción del libro. Sin embargo hoy, veinte años después, podemos releerlo evitando cualquier elusión y penetrando en el territorio llamado abyección (de “ab-jeter”, lanzar fuera, que es estrictamente lo que hace la madre, lanzar fuera al hijo) porque ha revelado su productividad en los estudios teóricos más recientes.
Los recursos verbales ya comentados expresan aquí lo abrupto y fracturado y proponen “una visión del mundo en estrechez” según Harry Almela. En la poesía de Álvarez, la experiencia del cuerpo abyecto conduce el poemario hacia la experiencia de los límites, en particular de la irreversibilidad del tiempo: si la infancia podría ser el tiempo de lo idílico e irrecuperable, lo abyecto es la irradiación y fascinación perversas ante un cuerpo exento de capacidad de irradiación o fascinación, pero atrapado en su coyuntura de radicalidad. A su vez, la infancia como primera edad humana tras la expulsión por lo angosto de la cerradura de la vagina señala hasta qué punto el resultado de la destrucción del arquetipo materno es la experiencia temible de la orfandad: en este caso, del yo lírico en Mª Auxiliadora Álvarez con respecto a su hija. El libro se erige sobre la orfandad, el vacío, la oquedad postmoderna. Pulverizados los grandes metarrelatos (revolución, progreso, comprensión del mundo, creación absoluta), huérfanos de varias orfandades (del arquetipo materno, del lenguaje de las dos décadas anteriores, en especial la de los sesenta, considerada como la “década renovadora” de la poesía venezolana contemporánea), ¿qué puede quedar sino la reinvención (a menudo dolorosa) de los espacios menores? Y podrían ser éstos lo cotidiano, lo doméstico o el útero como espacio que imaginamos secreto y silencioso, pero puede ser pegajoso y sangriento. Recientemente, National Geographic proponía un reportaje fascinante sobre el mundo de la concepción, el conocimiento de lo uterino, uno de los últimos territorios por conquistar, nuestro polo norte como individuos. Si ahora se quiere conquistar el polo norte para controlar las reservas de hielo ante el temor del cambio climático, ¿qué haríamos con ese territorio tibio, sólo aparentemente silencioso e ignoto llamado gestación? Las ecografías en cuatro dimensiones, las pruebas amnióticas, la intervención quirúrgica en el útero materno son sólo indicios palpables de ese proceso de colonización del territorio gestacional. Pero antes de que todo eso ocurriera, antes de Kevin y de la polémica despertada por la novela, algunas poetas venezolanas se jugaron el tipo. Como hace siempre la poesía, por otra parte. Y especialmente una, Mª Auxiliadora Álvarez, que a la luz del concepto teórico de abyección permite que repensemos categorías férreamente establecidas en el imaginario colectivo.
Notas finales
[1] Parece inevitable la referencia a Las vacas (1995) de Blanca Strepponi, aunque las diferencias de registro y mundo poético sean muy notables.
[1] Quizá tenga interés recordar aquí que es precisamente en el libro titulado El cuerpo a cuerpo con la madre. El otro género de la naturaleza. Otro modo de sentir donde Luce Irigaray sostiene que para restituir la relación entre madres e hijas, violentada por el matricidio originario sobre el que se sostiene el patriarcado, es necesario afirmar la existencia de una genealogía de mujeres.
[1] Sería productivo preguntarse cuántos poemarios escritos por mujeres han trabajado sobre la idea del zurcido, el cosido, el hilo que se anuda a sí mismo y a la historia personal o colectiva. Ahí están, por ejemplo, los extraordinarios Hilo solo (1995) de la poeta española Esperanza Ortega o El libro de las clientas (2005) de la cubana Reina María Rodríguez. Y precisamente con el título El hilo de la voz (2003) publicaron Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres su antología crítica de literatura venezolana escrita por mujeres.
[1] Como señala Cristina Molina (2004), la leche y las lágrimas han sido la única expresión permitida a las mujeres (expresión, significativamente, no verbal).
Bibliografía citada
almela, Harry (2006): “Mª Auxiliadora Álvarez: El eterno aprendiz. Resplandor”, en “La liebre libre” (21/08/2006); http://laliebrelibre.com.ve/w/maria-auxiliadora/ (consultado el 2/09/2007).
Álvarez, Mª Auxiliadora (1993): Cuerpo / Ca(z)a, Caracas: Fundarte.
———: (2003): “La esfinge (des)honrada o la metáfora de la maternidad”, Theme Day, Drury University. Springfield, Missouri, 27 febrero de 2003: 12.
Caporale Bizzini, Silvia (2005) (coord.): Discursos teóricos en torno a la(s) maternidad(es): una visión integradora, Madrid: Entinema.
Crespo, Luis Alberto (1993): “El esqueleto de afuera”, prólogo a Mª Auxiliadora Álvarez: Cuerpo / Ca(z)a, Caracas: Fundarte. Recogido en “Melancópolis”, http://www.panfletonegro.com/melancopolis/maalvarez.shtml#bio (consultado el 11/11/2007).
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* Poeta y profesora de literatura hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Ha coordinado el volumen Juan Gelman: poesía y coraje (Santa Cruz de Tenerife, La Página ediciones, 2005) y es responsable de la edición e introducción de la antología de Gelman Oficio ardiente, selección de Mª Ángeles Pérez López y Juan Gelman, editada en 2005 por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional, así como de la introducción a Páginas en blanco de Nicanor Parra (Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional, 2001). Es también autora de numerosos artículos sobre diversos autores hispanoamericanos con particular interés por la
literatura venezolana, pues participa en las actividades de la Cátedra de Literatura Venezolana “José Antonio Ramos Sucre”.
[i] Parece inevitable la referencia a Las vacas (1995) de Blanca Strepponi, aunque las diferencias de registro y mundo poético sean muy notables.
[ii] Quizá tenga interés recordar aquí que es precisamente en el libro titulado El cuerpo a cuerpo con la madre. El otro género de la naturaleza. Otro modo de sentir donde Luce Irigaray sostiene que para restituir la relación entre madres e hijas, violentada por el matricidio originario sobre el que se sostiene el patriarcado, es necesario afirmar la existencia de una genealogía de mujeres.
[iii] Sería productivo preguntarse cuántos poemarios escritos por mujeres han trabajado sobre la idea del zurcido, el cosido, el hilo que se anuda a sí mismo y a la historia personal o colectiva. Ahí están, por ejemplo, los extraordinarios Hilo solo (1995) de la poeta española Esperanza Ortega o El libro de las clientas (2005) de la cubana Reina María Rodríguez. Y precisamente con el título El hilo de la voz (2003) publicaron Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres su antología crítica de literatura venezolana escrita por mujeres.
[iv] Como señala Cristina Molina (2004), la leche y las lágrimas han sido la única expresión permitida a las mujeres (expresión, significativamente, no verbal).
Bibliografía citada
almela, Harry (2006): “Mª Auxiliadora Álvarez: El eterno aprendiz. Resplandor”, en “La liebre libre” (21/08/2006); http://laliebrelibre.com.ve/w/maria-auxiliadora/ (consultado el 2/09/2007).
Álvarez, Mª Auxiliadora (1993): Cuerpo / Ca(z)a, Caracas: Fundarte.
———: (2003): “La esfinge (des)honrada o la metáfora de la maternidad”, Theme Day, Drury University. Springfield, Missouri, 27 febrero de 2003: 12.
Caporale Bizzini, Silvia (2005) (coord.): Discursos teóricos en torno a la(s) maternidad(es): una visión integradora, Madrid: Entinema.
Crespo, Luis Alberto (1993): “El esqueleto de afuera”, prólogo a Mª Auxiliadora Álvarez: Cuerpo / Ca(z)a, Caracas: Fundarte. Recogido en “Melancópolis”, http://www.panfletonegro.com/melancopolis/maalvarez.shtml#bio (consultado el 11/11/2007).
Gackstetter Nichols, Elizabeth (2003): “La insurrección poética: una revolución contra el arquetipo materno en la poesía contemporánea”, Argos 38: 99-112. En la dirección electrónica http://argos.dsm.usb.ve/archivo/38/4.pdf (consultado el 10/8/2007).
Gelman, Juan (1989): Carta a mi madre, Buenos Aires: Libros de Tierra Firme.
Irigaray, Luce (1985): El cuerpo a cuerpo con la madre. El otro género de la naturaleza. Otro modo de sentir, Barcelona: LaSal.
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Kristeva, Julia (1989): Poderes de la perversión, México: Siglo XXI.
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Molina, Cristina (2004): “Madre inmaculada, virgen dolorosa. Modelos e imágenes de la madre en la tradición católica”, en Ángeles de la Concha y Raquel Osborne (coords.): Las mujeres y los niños primero (discursos de la maternidad), Barcelona: Icaria: 43-68.
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Rodríguez, Reina María (2005): El libro de las clientas, La Habana: Letras Cubanas.
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