El vitalismo poético de María Auxiliadora Álvarez, una experiencia abisal del lenguaje

Por Juan Carlos Abril

(Publicado como prólogo a Piedra en :U:, Barcelona: Candaya, 2016)

 

Piedra en :U: actualiza y continúa la estela de la poesía de María Auxiliadora Álvarez, que tuvo en Las nadas y las noches, la antología de su obra que publicó esta misma editorial en 2009, una excelente muestra. Se trata, y hay que advertirlo desde el inicio, de una poesía límite, una experiencia abisal del lenguaje. Por tanto, para el lector no iniciado esta poesía se basa en resonancias sensuales, sugerencias rítmicas y lingüísticas, búsqueda de la analogía, contigüidad, como en «toda ponderación»: «Entusiasmo / no es acción // sino resonancia», nos dice la autora. La lengua que habla —que se dice a sí misma a la vez que se enuncia— en estos poemas se rebela contra el silencio, como en «hora de silencio», y en la lucha agonal por ser nace frente a los miedos primarios que atraviesan nuestras pulsiones. Lengua que no quiere ser piedra, o sea la palabra como balsa, la palabra como bálsamo frente a la noche, las sombras, la intemperie, etc. En eso consiste el vitalismo poético de María Auxiliadora Álvarez, una suerte de placenta textual elaborada como un líquido amniótico por el que fluimos y del cual nos alimentamos, resonando los ecos atávicos de nuestro ser y nuestro propio origen, el ser del lenguaje, el relato que nos configura: una razón desconocida, una inquietud sin objeto, y una pregunta en continua expansión… Las palabras se impregnan de una materialidad —una dialéctica de la materia, en términos frankfurtianos— altamente electrizante y rica en diálogo, que tiende como un límite inalcanzable a dudar de sí misma, pues en la propia naturaleza del lenguaje anida un poso significativo de fracaso y de radical desinterés, límite vital y absoluto de la desesperanza y el abatimiento.

Piedra en :U: ofrece al menos una impresión que describe, por medio de la anagnórisis, una parábola que no sería posible sin la analogía a la que somete al mundo, revisándolo en su totalidad. El mundo, no obstante, se elabora minuciosamente en un detallado inventario, pero su representación por similitud es analogía, semejanza, conveniencia y emulación —Foucault dixit— que responderá en cualquier caso a una proposición racional: así las cosas juegan a traer otras a la mente, abren nuevas dimensiones de símbolos engarzados y despliegan bucles objetuales, sensaciones… No son las imágenes un elemento estructurador; son, al contrario, las sensaciones, que trabajan su espacio discursivo desde una conciencia que vive —y pervive en— el tiempo arriesgándose a desperdiciarlo, aceptando —a través de un ideal vegetativo e indolente— que su destino es un cuerpo; un cuerpo doble que aúna en una sola entidad nuestro laberinto irreversible: romper o destruir esa impureza, que al fin y al cabo es la vida (apenas tránsito), genera el único objetivo de crearla. Este quantum corporal y material, esta kinesis, proviene de una enunciación —caótica, arrítmica y desordenada— donde la oralidad y la escritura se conforman según una interpelación que luego será abandonada a su propio desarraigo. Muchas veces se debe, como hemos dicho más arriba, a una pulsión. De ahí esa duda que actualiza el presente, y de ahí también el pesimismo mortal que encierra la incomunicación intersubjetiva, real e idéntica como la plenitud comunicativa, que portará siempre, en paralelo, al miedo. Nosotros dependemos de él y él de la palabra de María Auxiliadora Álvarez, Virgilio que nos guía. Porque tan sólo esta palabra, de igual modo, podrá salvarla de sí misma, y en general de nuestro propio abismo.

Esta dependencia material que poseemos del texto constituye a su vez un nutriente fundamental para nuestra supervivencia, es canal y código, texto y contexto. Esto se puede comprobar no sólo por las interrelaciones semióticas de los poemas, la sustancia que los compone, sino por una trabazón muchísimo más amplia que sirve como cordón umbilical entre la voluntad de la autora y la voluntad del lector por entenderse en un texto concebido como espacio de diálogo donde ambos confluyen. Todo lo que aporte el lector, en este caso, por acercarse al texto, será recompensado con creces. A pesar de algunas dificultades herméticas evidentes, inherentes a un estilo que  se halla en el filo de la comunicación y que mira siempre hacia adentro, los aciertos son tan remarcables que más que problemas de comunicación se conciben como problemas del gusto, exigencia estética y propuesta textual. Porque más allá del autor y el lector se encuentra el texto, único referente que disponemos. Es cierto: a menudo decimos que no comprendemos algo cuando no nos gusta, y viceversa, dado que se trata de anteponer una justificación de cualquier índole para no mostrar nuestra incapacidad por traspasar un texto, sea realista o hermético. El problema de la comunicabilidad —que no lo negamos— se debe en este caso no a la raíz hermética que lo sustenta, sino a cuestiones de sensibilidad, y en último caso de formación tal y como lo propusiera Gadamer.

Con esta especie de advertencia queremos presentar sucintamente esta escritura arriesgada, y habría que explicar que María Auxiliadora Álvarez no entra en debates estériles sobre comunicación o no, porque parte de la concepción base del poema como conocimiento, poema como indagación incesante y como constante descubrimiento. Ya señaló Julio Ortega en su ágil prólogo a Las nadas y las noches que esta escritura se encarna al mismo tiempo que es mostrada, con lo que la relaciona con los conocidos actos de habla de Austin en la tradición rilkeana. Sin duda que María Auxiliadora Álvarez ha dado una vuelta más de tuerca a todos esos postulados, ya que esta poesía se convierte en una enunciación discursiva en el sentido greimasiano del saber hacer, esto es hacer-hacer, pero ante todo como apuesta performativa para construir al mismo tiempo que se dice. Hablar es hacer. Decir es crear. Las palabras, una vez más —y nos encanta repetirlo— son materia. No se le puede pedir más a un texto, ya que el lógos no es aquí ninguna teoría metaliteraria a propósito de la autorreferencialidad, sino praxis y empiria que se eleva hasta límites insospechados de rastreo nominal en un vasto campo cognitivo, pero sin ningún tipo de metafísica, elucubración o especulación que no sea la específica de la palabra —abstracción que nos pone en contacto con lo concreto— y las relaciones humanas entre los propios hombres, empezando por lo que somos capaces de descubrir en nosotros mismos, y los objetos, es decir el mundo exterior.

Poesía de la indagación: cada poema es una apuesta por una exploración hacia territorios desconocidos, y la poeta nos los presenta como recién colonizados, repletos por el temblor de lo que apenas ha sido expresado. La poesía de María Auxiliadora Álvarez busca en aquellos lugares menos accesibles las experiencias límite, de ahí sus decididas incursiones y preocupaciones sobre la oscuridad y la muerte, no concebida como estado catártico ni pasional, sino con cierto afán de espeleólogo que se sumerge con la linterna en el casco en una cueva nunca antes transitada. Ese buceo por el mundo de lo subterráneo es lo que más palpita de esta poesía, que es como un corazón en carne viva, como una herida abierta. Como una gruta.

Los lectores de poesía agradecemos esta nueva entrega, tan esperada, de la autora venezolana. Piedra en :U: continúa la evolución feliz de nuestra poeta, la cual se somete a una tensión lingüística e imaginística que se podría concebir como una base autocrítica de muy alto valor estético. Los poemas son sucesiones fugaces de símbolos superpuestos, conceptos en ráfaga, imágenes y otros procedimientos formales, arraigados hondamente en la tradición rizomática deleuziana, con un coqueteo con el racionalismo occidental más clásico. No hay —a nuestro juicio— ninguna problemática irracionalista no resuelta aquí, sino un escepticismo ante el misterio y lo desconocido. Los niveles de dificultad, en ese sentido, se van agravando en función de la voracidad del lector y puede que en muchos casos las imágenes no sean descifradas, con el descargo de que cuando se accede a su comprensión, o mejor dicho a su sensación, la recompensa es muy alta, honda. Esta poesía no pretende superar nada sino conocer. Y hay que confirmar aquí que proporciona sabiduría por el descubrimiento —llámese también deslumbramiento, aprendizaje— de aquellos espacios que se nos exponen, proporcionando una conciencia plena de nuestro existir en tanto individuos, pero también en tanto que pertenecemos a la colectividad. Esta poesía busca un reconocimiento total con aquellas profundidades más inaccesibles de nuestro interior, y por ello hemos destacado esas dificultades interpretativas en algunas ocasiones. Es un riesgo nada ensimismado, obviamente, porque sin ese riesgo no podríamos acercarnos a esos hallazgos —y son muchísimos— de una poesía cargada de meditación y vida, de una poeta de verdad, de una voz genuina. Estamos ante una poesía del límite y su lectura también es una experiencia en el límite de lo cognoscible, de lo intuido, de lo que todavía es sólo exploración y tanteo.

 

Juan Carlos Abril

Granada, 29 de noviembre de 2015