María Auxiliadora Álvarez. Las nadas y las noches

Por Juan Carlos Abril

Prólogo de Julio Ortega,

Ed. Candaya, Barcelona 2009

 

Interesante libro publicado por la editorial Candaya, que nos tiene acostumbrados no sólo a entregas de primera categoría, sino a una excelente factura en cuanto a calidad editorial. Las nadas y las noches, de la poeta venezolana María Auxiliadora Álvarez (Caracas, 1956), lleva además un CD con la voz de la autora en la que recita sus textos, lo que completa la entrega —que ya de por sí es una apuesta muy inteligente y certera de edición de un libro de poemas—. Escuchar el fraseo y las pausas de la propia autora, si no es fundamental para comprender sus textos, sí, al menos, otorga un plus nada desdeñable. Por tanto todo diseño, papel, colores elegidos, CD  y otros detalles, nos presentan a una editorial independiente a la que le deseamos larga vida. Desde luego que con libros como este estamos seguros que saldrá a flote, porque con el tiempo se impondrá el buen criterio de los lectores españoles.

Las nadas y las noches es una obra de extraordinaria novedad y fuerza poética; un libro que, aunque se ha conocido poco, viene a traernos a una de las mejores poetas en lengua española actuales. La decidida apuesta de María Auxiliadora Álvarez por una poesía extremadamente individual y de un lenguaje radicalmente singular, la habrán llevado en más de una ocasión por el camino de la soledad y el aislamiento, pero también es cierto que a estas alturas de su vida y obra se le han reconocido bastantes de sus méritos, y buena muestra de ellos puede ser este volumen español, que presenta una antología en la que se recogen aquellos textos que Mario Campaña ha considerado los más representativos de su trayectoria, con la salvedad de que no sólo se ofrecen aquellas composiciones que forman parte de los libros ya editados, esto es: Cuerpo (1985), Ca(z)a (1990), inmóvil (1996), Pompeya (2003), El eterno aprendiz y Resplandor (2006); sino también de los inéditos, que son tan numerosos como los dados a la imprenta, a saber: Sentido aroma (1994), Páramo solo (1999), Un día más de lo invisible (2005), Las regiones del frío (2008), y Paréntesis del estupor (2009). Todos estos libros, conveniente y acertadamente presentados de manera cronológica en este volumen compilador, van mostrando la evolución de la escritora y una interrelación en cada entrega de los diferentes temas, los cuales van enlazándose de un conjunto de poemas a otro, combinándose de las maneras más sorprendentes, creando guiños y juegos de espejos entre ellos, estableciendo un diálogo intratextual consciente y que, con seguridad, forma parte del entramado o concepción sígnica más profunda de la autora. El resultado es una suerte de placenta textual, elaborada como un líquido amniótico por el que fluimos y del cual nos alimentamos. Y decimos bien, ya que esta dependencia material que poseemos del texto es, a su vez, un nutriente fundamental para nuestra supervivencia; es canal y código, texto y contexto. Esto se puede comprobar no sólo por las interrelaciones semióticas de los diferentes libros o poemas, sino por una trabazón muchísimo más amplia que sirve como cordón umbilical entre la voluntad de la autora y la voluntad del lector por entenderse. Todo lo que aporte el lector, en este caso por acercarse a la autora, será recompensado con creces. A pesar de algunas dificultades herméticas evidentes, inherentes a un estilo que siempre está en el filo de la comunicación y que mira siempre hacia adentro, los aciertos son tan remarcables que más que problemas de comunicación se conciben como problemas del gusto. Es cierto: a menudo decimos que no comprendemos algo cuando no nos gusta, y viceversa, dado que se trata de anteponer una justificación de cualquier índole para no mostrar nuestra incapacidad por traspasar un texto, sea realista o hermético. El problema de la comunicabilidad —que no lo negamos—se debe, en este caso, no a la raíz hermética que lo sustenta, sino a cuestiones de sensibilidad.

Con esta especie de advertencia queremos presentar sucintamente esta escritura arriesgada, pero habría que explicar que María Auxiliadora Álvarez no entra en debates estériles sobre comunicación o no, porque parte siempre de la concepción base del poema como conocimiento, como indagación y como constante descubrimiento. Señala Julio Ortega en su ágil prólogo, que esta escritura se encarna al mismo tiempo que es mostrada, con lo que la relaciona con los conocidos actos de habla de Austin en la tradición rilkeana. Sin duda que María Auxiliadora Álvarez ha dado una vuelta más de tuerca a todos esos postulados, ya que esta poesía se convierte en una enunciación en el sentido greimasiano del saber hacer, esto es, hacer-hacer, pero ante todo como apuesta performativa en el sentido de construir al mismo tiempo que se dice: Hablar es hacer. Decir es crear. Las palabras, una vez más —y nos encanta repetirlo— son materia. No se le puede pedir más a un texto, ya que el lógos no es aquí ninguna teoría metaliteraria a propósito de la propia autorreferencialidad, sino praxis y empiria que se eleva hasta límites insospechados de rastreo nominal en un vasto campo cognitivo, pero sin ningún tipo de metafísica, elucubración o especulación que no sea la específica de la palabra y las relaciones humanas entre los propios hombres, empezando por lo que somos capaces de descubrir en nosotros mismos y los objetos, es decir, el mundo exterior. Poesía de la indagación: cada poema es una apuesta por una exploración hacia territorios desconocidos, y la poeta nos los presenta como recién colonizados, repletos por el temblor de lo que ha sido recién expresado. La poesía de María Auxiliadora Álvarez busca en aquellos lugares menos accesibles las experiencias límite, de ahí sus decididas incursiones y preocupaciones sobre la muerte, no concebida como estado catártico ni pasional, sino con cierto afán de espeleólogo que se sumerge con la linterna en el casco dentro de una cueva apenas transitada. Ese buceo por el mundo de lo subterráneo es lo que más palpita de esta poesía, que es como un corazón en carne viva, como una herida abierta.

Las nadas y las noches nos acerca la evolución propia de la poeta, la cual se somete a una tensión lingüística e imaginística que se podría concebir como una base autocrítica y de muy alta exigencia. Los poemas son sucesiones fugaces de símbolos, conceptos, imágenes y otros procedimientos formales, arraigados hondamente en la tradición rizomática deleuziana, con un coqueteo con el racionalismo occidental más clásico. No hay —a nuestro juicio— ninguna problemática irracionalista no resuelta aquí, sino un escepticismo ante el misterio y lo desconocido. Los niveles de dificultad, en ese sentido, se van agravando en función de la voracidad del lector y puede que en muchos casos las imágenes no sean descifradas, con el descargo de que cuando se accede a su comprensión —o mejor dicho, a su sensación— la recompensa es muy alta, honda. Hay que confirmar aquí que esta poesía proporciona sabiduría por el descubrimiento —llámese también deslumbramiento— de aquellos espacios que se nos exponen, proporcionando una conciencia plena de nuestro existir en tanto individuos, pero también en tanto que pertenecemos a la colectividad. Esta poesía busca un reconocimiento total con aquellas profundidades más inaccesibles de nuestro interior, y por ello hemos destacado esas dificultades interpretativas en algunas ocasiones. Es un riesgo, obviamente, pero sin ese riesgo no podríamos acercarnos a esos hallazgos —y son muchísimos— de una poesía cargada de meditación y vida, de una poeta de verdad. Una poesía del límite. Su lectura también es una experiencia en el límite de lo cognoscible, de lo intuido, de lo que todavía es sólo exploración y tanteo.

Madrid 30/06/2011

 

La estafeta del viento. La revista de poesía de la Casa de América.

http://www.laestafetadelviento.es/resenas/las-nadas-y-las-noches