Nada catastrófico, nada como los estragos de la bomba atómica o como las ruinas de una ciudad sitiada. El tiempo, sólo el tiempo y su erosión: estaba visitando los últimos vestigios de su cultura, asistiendo a la muerte de la humanidad.
Gerardo H. Porcayo
No desconecté el dispositivo para el noticiero neuronal. Todo parecía tranquilo, sin alteraciones. Sin embargo, el ruido cerebral del aparato no permitió percatarme de la situación.
Los aborrecibles lugareños nunca me hablaron. Ya no soporto tanta soledad. El mundo se ha convertido en una planicie desértica.
Los seres posthumanos son vil representación de topos lisiados o enanos arrastrados por un ánimo decaído.
Desperté y todo estaba desolado. Nadie quedaba ahí. Nadie me avisó de la migración. Sí, estoy desanimado.
¿Recuerdas el primer reporte enviado? Ese donde te conté cómo, escondido detrás de un mogote, observé la ceremonia fúnebre: cremaban el cuerpo y éste encendía, sin problemas, para convertirse en polvo y ser respirado por todos los dolientes, convirtiéndose en comunión. Respiré del muerto. Me intoxiqué. Todo era extraño y doloroso, pero según las costumbres de aquí, al respirar los polvos mortuorios me había convertido en uno de ellos, a su pesar y por accidente, ya no podían matarme.
Desde el principio quisieron perderme. Te conté, en muchas misivas, cómo debía estar alerta para no quedar varado en el desierto.
Las lenguas del fuego de mi estufa portátil no logran quitarme el frío. El traje térmico se descompuso a los tres meses, ¿recuerdas cuando te lo conté? Los lugareños me miraban con envidia cuando salía por las noches para husmear con el antr(I)pod. La noche aquí es sagrada. Fiel alegoría sobre la oscuridad de estos corazones.
Me abandonaron. No sé para dónde ir. La brújula digital fue hurtada por un niño asqueroso y, para ser sincero, no cumplí con los requisitos de astronomía básica para postantropología uno. Me parecía una pérdida de tiempo: que si la osa mayor en el siglo veinte era así, que si se puede observar a pesar de las nubes negras, dependiendo de cierta inclinación, que si esto y demás minucias. Ahora me arrepiento. Si supiera identificar el norte y el sur… Además, sólo desvarío, ¿te acuerdas cómo me da por la diarrea oral cuando estoy preocupado? Siempre me decías:
—Tranquilo, cálmate, cállate, piensa y deja de decir tanta locura, ¿qué no ves cómo te atrabancas entre palabrotas y palabrototas?
Me gustaría tenerte aquí, no sólo para calentarme. Eso me serviría. Este traje térmico inservible es, además de una carga, muy frío. No puedo quemarlo porque es a prueba de fuego. No puedo tirarlo porque trae impregnado mi olor, ¿te conté de los coyotes verdes?
Son los animales más espantosos vistos por un hombre ¡Son verdes! Totalmente verdes, de un verde opaco, se camuflan de esta manera, se fingen cactos. Ya casi no hay cactos, los que quedan son las poquísimas fuentes de humedad, ni siquiera agua, ¡ni siquiera agua, pura humedad! No calma la sed, pero te ayuda a sobrevivir. Estas cosas se la pasan masticando pedazos de cacto. Los coyotes verdes cazan así, haciéndose pasar por cactos. Cómo me gustaría que se comieran al maldito niño ladrón. Creo te lo dije en la carta pasada, ¿o no? Estoy muriéndome de frío y cada vez más desesperado. El curso de sobrevivencia en trabajo de campo en zonas posthumanas no te prepara para esto, suponen que sus fabricantes-promotores son buenos. Nunca me dijeron qué hacer si perdía la brújula o fallaba el traje, o si los sistemas de comunicaciones se oxidaban con las reacciones de arenas altas en monóxido de carbono, o se atascaban con la densidad del plomo. ¡Ay, pero creo ya me perdí!, ya ves, tienes razón, cuando me da la vocinglera me pierdo entre las palabras y no hallo la brújula… ¡Qué ironía, ¿verdad?! Ya, te lo haya contado antes o no, de todos modos, no tiene desperdicio.
Los coyotes verdes son aficionados a los niños-cosa, o como se le diga a esta casi-gente. Me dan tanto asco, ya sé, desde el principio te lo dije, pero no puedo dejar de repetirlo: me asquea su tamaño, su piel, sus ojos estúpidos, su voz. Otra vez, tenías razón, no debí venir. Pero sin esa beca, ¿qué hubiéramos hecho? Seis meses entre la mierda bien valen la beca vitalicia del servicio de reconocimiento de nuevas especies posthumanas, ¿por qué no me tocaron los changuitos hablantines? No, si queríamos la beca era acá o al norte, con los témpanos y no, ya sabes cómo me ponen los lugares fríos. Y sigo, ¿ves cómo me haces falta?. Bueno, te decía, los coyotes prefieren a los niños y éstos, tan estúpidos, se acercan, les ponen un mordisco y el coyote revira sobre el cuellito y ¡tras! Fuera cabeza y huye con el resto del cuerpo.
Es un espectáculo, ver cómo van mujeres cargando cráneos infantiles. Al principio creí en una especie de epidemia y trato distinto para los niños, pues todo muerto es quemado y aspirado. Nunca supe de cremación de niños.
Lo de los coyotes lo he aprendido gracias al método deductivo integrado a mi antr(I)pod, que, para seguir con mis cuitas, tampoco aguanto la dureza del desierto. No fue fácil hacer la medida. Si los hombres-cosa me rehuían, las mujeres corrían evasivas cuando me acercaba a cinco metros, pero frenadas por el peso pude acercarme a los tres metros para lograr la escaneada. La información me la dio el antr(I)pod.
Ya sabes cómo me gustan las imágenes mortuorias, las calaveras y las tibias, las costillas con mango, como cuchillos y toda esa osamoda. En realidad, me parecía bello ver a las mujeres soportando los colguijes de cráneos infantiles.
Mientras más viejas, más calaquitas. La edad también la calculé con el aparato ése, ¿recuerdas cuánto tuvimos que ahorrar para comprarlo? Nos quedamos tres semanas sin MDMA-400, casi nos morimos de aburrimiento.
¡Cómo extraño tu afecto! Fue a la tercera semana. Te lo conté en mi tercera entrega, ¿te acuerdas? Me senté al centro de la tribu, todos estaban muy enojados, pero con el traje térmico a toda su potencia, bien fresquito y comido, con todas mis fuerzas, y ellos tan famélicos, debiluchos, feos y asquerosos, se aguantaron las ganas de ensartarme sus lanzas de tubos oxidados. Sí, ya sabes que desde siempre me alineé a la escuela confrontativa-activa, nada de sutilezas si tienes más poder. Someter al objeto de estudio para arrancarle el dato, para construir el dato.
Cómo me gustaban los libros de diarios de campo de Sir Clinton Bush. Ese pasaje con la tribu del centro del desierto de Meshico, cuando necesitaba averiguar por qué sus pobladores podían digerir polímeros. Tomó su turbojet de exploración postantropológica, marca Macintosh, la mejor productora-promotora de investigación en ciencias sociopolítico-económica orgánicas. Se abalanzó sobre una pandilla de Meshicanos, con sus tenazas McDonald’s capturó cuatro especímenes, aunque sólo dos sobrevivieron, para diseccionarlos vivos y observar el proceso de digestión al “rojo vivo”, como se llama su best seller.
Sí, la terapia de impacto impone. Se antoja. Más cuando te asquea tanto tu unidad de observación.
Seguí la metodología Clinton, sentándome en el centro de su piedra ceremonial y, por fin, logré que algunas mujeres se acercaran lo suficiente para hacer el escaneo óseo y que el antr(I)pod diseñara la historia de los restos.
Así supe cómo cazan los coyotes verdes. Espero que al monstruo ése se lo coma un coyote y su madre cargue con el cráneo muchas, muchas jornadas.
Las flamas no alcanzan para iluminar la noche. Me conformaría con que dieran más calor. Estos desechos malagradecidos me han dejado a la deriva y no sé qué más se pueda poner mal.
Sin antr(I)pod me he quedado ciego y todavía me quedan tres días aquí. Por lo menos me queda el block de notas WallTec, edición a prueba de errores. Cuando vuelva, podemos releer las cartas que te envíe, ¿te parece? Son el sub-diario de campo, donde puedo usar palabras, porque, ya ves, sigo siendo un romántico, ¿te acuerdas cómo me criticaste por tomar el taller de alfabeto?
Lo bueno que el convertidor binario WallTec traduce el texto a ceros y unos. Me echabas en cara que, si la poesía era ciencia muerta, materia de criptohistoriadores y necrolingüistas, pura parapsicología de pacotilla, tomadura de pelo. Pero vieras cuánto me sirvió.
Estos salvajes todavía escriben y llevan libros ¡sí, Libros!, algo parecido a los Best Seller animados. Ya he seleccionado varios episodios para el mío. No será tan educativo como el de Sir Clinton Bush, pero puede funcionar como material para niños.
Todavía me faltan tres días y no tengo idea de dónde estarán esos monstruos. Gracias a la comunión tóxica viviré para contarlo aunque, si se hubieran puesto demasiado agresivos, las bombas Napalm-FOX-NBC-ABC-CNN los habrían aniquilado sin mucho bullicio, pero no hubiera conseguido el material suficiente para mantener la beca vitalicia.
En dos días, mi amor, en tres días estaré de regreso. Escribirte me anima, ya ni ganas me dan de colocarme el dispositivo para el noticiero neuronal, creo que dormiré escuchando los aullidos de los coyotes verdes y soñando cómo se tragan al monstruo que me robó la brújula. Será un sueño placentero.
El helicóptero de la Universidad vendrá por mí hoy, el chip de localización funciona bien pero, si no fuera por la casa de campaña a prueba de exteriores malsanos marca Intel, seguramente me habría resfriado.
HUGO CÉSAR MORENO HERNÁNDEZ. Distrito Federal, México, 1978. Es autor de los libros Cuentos para acortar la esperanza (2006); Cuentos porno para apornar la semana (2007); Cuentos cortos para acortar el domingo (2008); Así aprendió a volar José (2009); Enseres de supervivencia (2011); Masturdating o apornarse las manos (2012); Siete puercos mal contados (2015); Desnudo de Cuento Entero (2016); Pornoteca (2019) y de las novelas Wences (2013) y Ella (2014). Aparece en las antologías Abrevadero de dinosaurios (2008); Ardiente coyotera (2008); Coyotes sin corazón (2011), El infierno es una caricia (2011), Perros Melancólicos (2012) y Bella y brutal urbe (2013); Cartas marcadas (2014) y Los muertos no cuentan cuentos, antología de narrativa joven del Estado de México (2015); Sólo los sueños y los deseos son inmortales; (2015); Sangrar para narrar, dieciocho voces netas (2016) y Cuentistas de Tierra Adentro 2007-2017 (2017). Es miembro fundador del Grupo Cultural independiente la Netamorfosis (2003-2016), realizando diversas actividades culturales y la publicación de la revista cultural El Chiquihuite. Mantuvo la columna Acrapulco en el semanario Trinchera, del estado de Guerrero, desde 2010 y desde 2012, la columna literaria A la salud de las atmósferas. Ha colaborado en las revistas Castálida, Los Bastardos de la Uva, Playboy, Replicante, (SdL), Va de Nuez (Guadalajara) y Catarsis (Tamaulipas), así como del sitio www.sputnikdos.com. Es miembro de Suplemento de Libros-Librosampleados. En 2009 fue becario del FOCAEM. Fue coordinador del Taller de Creación Literaria en el FARO Indios Verdes de 2009 a 2013 y ha impartido diversos talleres sobre creación literaria para público