Selección poética de José Francisco Conde Ortega, una escritura donde el amor establece su red luminosa

por Eduardo Cerecedo

Vuelo de jaguar celebra al poeta nacido en Atlixco Puebla en 1951, acaecido en CDMX, el 1º de noviembre de 2020. Aquí nos deja su obra, su pensamiento escrito; narrador, cronista, crítico literario, periodista, académico, pero sobre todo Poeta, es en este rubro donde lo nos toca en mirar su mundo, sus ideas, su visión que tiene de su contrario, la mujer. He dedicado otros estudios sobre su obra, como por ejemplo, el prólogo que realicé para Espina del tiempo, su antología personal editada por Fondo Editorial Estado de México, 2013,  en su Colección Letras: Summa de días. Una etapa más sobre su prestigiada obra poética, o en las reseñas en Sábado, Uno más uno, allá en los noventa. Y recientemente en  La Jiribilla, Suplemento Cultural de Gráfico de  Xalapa.

En esta mínima muestra poética es elección muy particular de quien escribe. Así desde Vocación de silencio, 1985 a El canto del guerrero, 2017 es una vía de entrada para conocer al poeta. Señala Julio Ortega a cerca de la poesía: “La poesía viene del mundo y vuelve a él; a través del lector, por un instante, hace de esa transición una forma del orden superior que nos debemos”. Que interesante este pensamiento del crítico peruano, en ese disposición, José Francisco Conde Ortega despliega sus sentidos para esa búsqueda, la del encuentro consigo mismo. Hay una trama cardinal en su poesía que está acuñada por la trilogía en que el  amor, encuentra un destinatario en la mujer, el amor en sus distintas manifestaciones, el amor a sus padres, al hijo, el cariño fraternal hacia sus amistades y hacia sus amigos. Ese deslumbramiento de vida, en que su universo se ve cumplido.

Aquí pues, una breve muestra de esa pluma sopesada, certera en la mano de quien escribe lo buscado. A leer, que bien nos caerá el amor en estos tiempos de encierro luminoso con la poesía de JFCO.

 

 

 

TODAVÍA ES OCTUBRE

 

Todavía es octubre

y una hoja sin viento

quedó como dormida

bajo tu clara sonrisa.

 

Entonces

repase tu nombre

lentamente

y te encontré distinta

en cada letra.

 

NO ES EL OLVIDO

 

No es el olvido, amor,

el que auguramos

cuando la tarde declinó

en aquel diciembre;

 

no es tampoco la lluvia

o el sol,

sino la suerte de tu cuerpo

y de mi cuerpo.

 

NEVER MORE

 

Es como caminar descalzo

por esas agotadas calles

llenas de lluvia.

 

Sentir el agua de la noche

sobre el cuerpo

y sonreír.

 

Y hacer de la sonrisa

un escudo impenetrable,

como una voz, tu voz:

nuestras voces

repitiéndose en cada charco,

en cada gota;

en cada cuarto de hora;

en cada luna nueva.

 

CADA PALABRA TUYA

 

Mientras las horas pasan

y se mueren

cayendo sobre el lento otoño,

el fuego de tus ojos recuerda tu palabra,

tu voz sencilla y ávida,

tus manos saciadas de infinito.

 

Y cada palabra tuya es otro aroma,

otra lengua quizás,

otro- renovado- intento del alba.

 

Por eso cada hora contigo,

cada sonido de tus labios

es una brizna del mar

o un perfume de volcanes

balo los ecos extraviados

de una tarde que,

lejana ya,

parece que revive en tu palabra.

 

 

MUJERES

 

Tienen el cabello largo

y la piel dorada por el sol.

platican quedamente

y sonríen

cuando el aire levanta sus vestidos.

 

Es miel su dorado pecho

y hormigueo su vientre.

 

Los domingos se adornan con flores;

en sus risueños ojos

la sabiduría del amor

es la llave que promete

los secretos guardados

en la profecía de la noche.

 

SANDRA

 

La palabra también es una herida

bólido geranio en la ventana abierta,

y una gaviota sobre el azul;

 

es una certera sombra y un sonido:

una historia sin final cuyo principio

envenenara la cadencia del aire.

 

La palabra es una urdidumbre y un error:

una apuesta perdida

por el corazón petrificado

en la sílaba final de Sandra.

 

TU NOMBRE

 

En cada noche tu nombre

y en cada día.

 

Somos música y tiempo nuevo.

 

Tus pechos como palomas con frío

llegan a mis manos.

Y el tacto es breve,

y breve la certera fiebre.

 

MILAGRO

 

Una fiesta tus pisadas diminutas:

trigo y pan multiplicados.

 

Caes y lloras; luego sonreímos.

 

Es el milagro

de los dos años y meses

cuando, aquí y allá,

desordenas el silencio.

 

MANDAMIENTO XI

 

En verdad te digo:

no podrás olvidar nuestro evangelio,

ni transformarlo.

 

No negarás mi amor

ni tu mirada

o los dos sabremos del olvido.

 

Tú decides.

 

24

 

La música de un bolero;

el agua del vaso con hielo derretido;

la misma sombra tercamente en la ventana.

 

Con un golpe de silencio

levantas la mano contra el prójimo:

estiras la espalda

en la frontera última del miedo.

 

8

 

Un trago a cualquier hora de la tarde.

 

El viento borra los pasos

y las banquetas apuran el asalto de la noche.

 

Otro trago

en el silencio feroz de esta cantina.

 

PRESAGIO

 

Abril es el mes más cruel

y asediamos la ventura del ángel.

 

Agosto es el lirio en el ojo de un gato

y leemos chorros de alcohol

en el acecho de las aves de rapiña.

 

Yo conozco el cuarto día de septiembre,

cuando se afila el aire,

cuando naciste

al amparo de todos los presagios.

 

Y septiembre es unos labios

Que le llaman desde el otro lado de la tarde;

una piel que madura su tibieza

en la sombra de mi cuerpo; la sonrisa

que resguarda el licor del otoño más certero.

 

El presagio de septiembre es un pájaro

de arena y el perfume de una tarde:

la adivinada espera

de conocer tu nombre y repetirlo.

 

DIBUJO

 

Como a la sombra de una manzana

dibujo tu cuerpo con mis dedos.

Trazo dos hemisferios

y la línea del horizonte

que recibe mi sangre.

 

Inicio después el contorno del valle.

Con el bisque me detengo

y no entiendo los cuentos infantiles.

 

Tus hombros me quedan perfectos.

A la medida exacta de mi abrazo.

 

En la espalda me demoro.

Me dilato en la justeza del mundo.

Aprendiz de escorzos,

aprendo a dibujarte

cuando repaso tus líneas de memoria.

 

XXIV

 

Este rumor de agosto toca el sueño,

un poco a ciegas, como minutero

de un reloj fatalmente descompuesto,

camina sobre el aire de la noche.

 

Insensible al estruendo de los días.

Punza sobre la oreja, deja señas

entre los puentes que desaparecen

en la respiración del mediodía.

(Un pájaro se eleva sin destino.

El horizonte pierde nuestras alas.

El rostro de la sombra se detiene.)

 

El día trigésimo se reconoce

en ese ciego puente, en ese aire

que recorre la piel humedecida.

 

12

 

Te trajo aquí el otoño

con el collar más lúcido

para tu cuello de niebla:

 

ávida sombra,

te desnuda la luz

con la último gota de la lluvia.

 

I

 

3

 

La noche. Sólo ruido.

Ni una estrella en el cielo amenazante

–“no hubo señal de Dios, ni de sus santos”–;

solamente el aullido

como anuncio ominoso del ataque.

 

En manada inequívoca

los coyotes se lanzan a la presa,

deshacen el atado bien provisto,

donde José y la Virgen

prometieron cuidar a sus devotos.

 

Bien atado a la silla

de la mula más fuerte de la recua,

el guerrero conoce otra lección:

desde esa noche sabe

que la muerte es celada de la vida.

 

 

 

 

 

 

I

 

4

 

La lluvia interminable.

El agua más lejana del bautismo

colmó con otro ruido la penumbra.

Estruendo. Más pavor.

La terca soledad reconocible.

 

El lodo en la barranca.

Esta sierra se tensa de alaridos.

Gruñen las fieras; llora el niño; huele,

esquirla de la noche,

la flor violentamente ensimismada.

 

No amanece. La fiera

redobla sus ataques. Retrocede

tan sólo para darse nueva fuerza.

Casi es el fin. Dispuesto,

el agudo colmillo se envanece.

 

 

 

 

I

 

5

 

Un silencio de pronto.

La fiera se retira precavida.

El muchacho contempla los desastres:

la carga está en la tierra;

y la mula mayor, casi sangrando.

 

El niño, como puede,

convoca al atributo del guerrero:

reúne los escombros del desastre

y reanuda el camino:

esta noche es oráculo inviolable.

 

Silencio. Con la luna

el aire se decide más oscuro,

la sombra se enrarece; se despiertan

los árboles estáticos

en el brillo tenaz de otros espejos.

Director Editorial

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