Eduardo Cerecedo: Otro mar distinto

por Luis de la Peña Martínez

Eduardo Cerecedo es un poeta persistente y firme, lo que le ha permitido desarrollar una obra que a lo largo del tiempo se destaca por su sencillez en el decir, pero a la vez por su compleja manera de proseguir con el impulso creador y el aliento que la mantiene a flote, como lo demuestra su reciente poemario Soplo de ceniza.

En este texto la escritura fluye de manera ágil e incluso cuando parece detenerse (o hasta tropezar un poco) uno puedo retomar de inmediato la lectura con gusto. Ello, en parte, porque el libro está organizado como una serie de breves estancias enumeradas (67), que se tienen que continuar (aunque también se pueden leer aisladamente) para que no se pierda la sorpresa y el asombro ante los hallazgos poéticos, que no son pocos y, por otra parte, porque el tono y la atmósfera del discurso lírico-narrativo así lo posibilitan.

Lo dicho anteriormente, no es sino la prueba de una madurez estilística, de un oficio y una tarea que obligan al poeta a no decaer en su encomienda de hacer valer sus recursos lingüísticos y literarios. En estos tiempos donde estos elementos parecen no importar se agradece encontrar a poetas que no abandonan su labor creativa por una “fama” efímera o por agradar con malabarismos superfluos a un determino público ávido de meros efectos sin sustancia estética.

En cuanto a la temática o, mejor dicho, los motivos e imágenes que la guían, la propuesta de Cerecedo es similar a otros aspectos que anteriormente ha trabajado en su poesía; en particular, el mar que siempre está presente, y el clima y el paisaje de su “terruño” (Veracruz), pero esto no significa que su literatura sea descriptivista o simplemente “regionalista” (lo cual tampoco es negativo) sino que ha sabido crear su propio ámbito de referencia: el mar no es sólo una presencia física, es más bien una alusión y hasta un símbolo o alegoría. El mar y sus derivados: el agua, los ríos, los lagos y las lagunas, forman un paisaje que me atrevería a llamar “interior”, no es nada más algo externo al poeta, está dentro de él, no sólo le llega a través de la mirada inmediata, también es recreado y transformado por la memoria, el sueño y el erotismo; es otro mar distinto, que renace a cada instante, que surge dondequiera y como sea. No en balde, algunos de sus anteriores poemarios portan ese emblema en sus títulos: Mar del alba o Imágenes de espuma.

 

Por ejemplo, aunque el libro se centra sobre todo en la experiencia nocturna en una ciudad, (algo ya abordado en su poemario Dispersión de la noche) el mar reaparece transfigurado en la madrugada como un “mar de estrellas” y un “mar de árboles de electricidad”:

Nutriendo a la noche

de esta manera, la tormenta que pare la oscuridad aumentó

su mar,

mar de estrellas la madrugada, sobre ella

nace la afonía, el primer ritmo de la naturaleza,

lo oscuro con esa fronda el trueno.

La noche es un mar de árboles de electricidad.

 

La noche, la lluvia en la ciudad, hacen renacer el mar como una presencia añorada, como origen de todas las cosas y del amor mismo:

El perfume de la noche sostiene el peso del mar, volviendo

al mar,

señalo:

el amor reinaba todas las cosas,

digo,

en un principio.

La escritura del texto, como lo mencioné al principio, “fluye” como un río de imágenes, la página se convierte en una “marea”, en un “mar de palabras”:

El mundo se detiene, no pasa nada más que la noche atenta

al llamado del poeta. Apalabras para iluminar esta hoja,

un mar de palabras, vuelvo a ese origen, al todo, cuando todo era

mar como esencia.

 

Es el mar mítico, cargado de referencias literarias, que el poeta redescubre como el contraste de vivir en una ciudad huérfana, de multitudes de solitarios, una ciudad que se conforma con su mísera cotidianidad, pero que siempre deja una abertura por la que escapar con la imaginación y el canto que resiste como una leve flama en medio de la oscuridad.

La ciudad con sus ásperos paisajes es un panorama desolador y, sin embargo, hay que mantener algo de esperanza para sobrevivir mientras tanto:

 

El muro se estrella en el muro de agua que ha hecho

la niebla en el vacío. Sierpe de montaña destrozada

por el hocico de perros, ratas cruzan el resquicio de la avenida.

Ese muro limpia mi frente a expensas de la nada, el suburbio

retoma a la luna kilómetros de polvo en crecimiento.

 

La lectura de algunos de los anteriores libros poéticos de Cerecedo, nos sitúan en el momento que representa Soplo de ceniza en su larga trayectoria escritural:  se trata de un libro con un tono quizá más sosegado, pero a la vez más atrevido; esto que suena a paradoja es producto de una actitud que lo lleva a retomar sus temas y obsesiones con una seguridad y una libertad estilística en donde se mezclan lo mismo algunos coloquialismos y prosaísmos con figuras e imágenes más refinadas. Es una síntesis de la sobriedad y el entusiasmo expresivos: entre el poema breve y el canto extenso y continuado.

Desde el punto de vista editorial, este libro también representa un logro para su autor, quien anteriormente había publicado en algunas editoriales como Cuarto Creciente, Praxis, Arlequín o La Tinta del Alcatraz, por mencionar sólo algunas, y que ahora lo hace en la UNAM, su alma mater, en donde estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas y la maestría en Literatura mexicana.

Soplo de ceniza es la permanencia de ese “otro” mar en el contexto nocturno de una ciudad asediada por el líquido rumor del amor, la soledad y la memoria.

Soplo de ceniza, (poesía) Departamento de Literatura, textos de difusión cultura, UNAM, 2019. (81 pp.)