Una foto de José Luis Cuevas

VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ, JORGE (2007): LOS ALEBRIJES.

por Joaquín Fabrellas

MADRID, HIPERIÓN.

PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL HERNÁNDEZ – COMUNIDAD VALENCIANA 2007.

Joaquín Fabrellas

Revista Paraíso. Universidad de Jaén ( España). Publicación anual. Número 4. 2009.

Una de las líneas divisorias a las que se puede aferrar cualquier lector que se aproxime a este poemario podría ser la defendida por Susan Sontag en su ensayo Contra la interpretación: «En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte» (1964).

A partir de este constructo posmoderno podemos crear la primera frontera epistemológica del poemario tratado. Ante todo, Los Albrijes, se trata de un libro que habla de la pasión hacia una mujer idealizada y tremendamente real que se materializa en personaje, que aparece en distintas situaciones vitales del narratario. Como obra de pasión, debe ser tratada desde la pasión; el arte, la poiesis, es secundaria, aunque necesaria; una sublimación por el arte hacia la pasión por la mujer ideal y extemporánea que es Betsabé en el poema. Poemario erótico en el sentido etimológico del término.

Los Alebrijes nos propone un juego desde el mismo título, son figuras cerámicas decorativas y eso es lo que nos da desde el principio Valdés Díaz-Vélez, las pautas para que vayamos construyendo sobre las pistas poemáticas un ideal o un imaginario real y recurrente desde el trecento y toda la tradición cancioneril europea. Un ideal de dama ajustada a los tiempos que corren, nada anticuada y enormemente resolutiva.

La pasión como salvación ante el anodino mundo de burocracia, cafés interminables, bohemia cansina, reuniones caducas, hastío, la ciudad… aparece y desaparece como tema de fondo. La cantina se nos propone como la nueva capilla de un poeta moderno y ajustado a la tradición. Baudelaire en horas bajas. El poeta es consciente de todo el peso y la responsabilidad en esta sociedad moderna, una sociedad que lo ha relegado a los límites, a los bordes remunerados de un trabajo fijo; la única salida se contempla por el amor, por la carnalidad y la sensualidad, la voz que le da vertebración al poema, la voz de abismo de la mujer interminable.

Se construye así la vida como una resistencia épica que debe ser cantada, cuidada desde la forma externa, el aprecio del poeta por la métrica. Sorprende el uso del alejandrino en este universo tan breve y digital; la tendencia al minimalismo de los últimos tiempos. El soneto aparece como una seña de identidad, como un recordatorio de que toda la poesía procede de lo mismo, de los mismos lugares comunes que la hicieron grande y provechosa.

Este libro se abre camino desde el doble sentido del título, Los Alebrijes como juego, también como lugar en la tierra donde habita la mujer eterna y los miserables que comparten a veces las tribulaciones de un hombre cansado de interpretar el arte, por eso lo disecciona desde la pasión, el cine, los nuevos ídolos de esta sociedad contemporánea, héroes de pantalla que los hijos no conocen ni comparten.

La nostalgia salpica esta obra y la nostalgia es eso: sentir tristeza por algo indeterminado pero que se ha perdido, desde el grito primero, la madre amable sustituida por otra mujer indefinida y onírica. Todo es planto, ubi sunt por la gloria pasada, ahora inmerecida, del hombre también eterno. Si algo une al hombre actual es el dolor, es la pérdida.

Un poema destacable en el libro es «Barra libre», donde se critica la sociedad medio burguesa que se ha convertido en otra cosa, que no ha sabido o no ha querido cumplir su papel transformador, sociedad de la que forma parte el propio autor que no reconoce en sus conocidos a los antiguos ideales de libertad y formación universal. Este camino lleva al autor a abrir otra línea vital, preguntarse sobre sí mismo, la construcción de una identidad perdida o nunca asumida, que es el pan-nuestro-de-cada-día del (anti) héroe moderno. Lo que entronca con una serie de personajes malditos como Geoffrey Firmin de Lowry.

Repaso también de los grandes ideales que han muerto como atestigua Jean Francois Lyotard en La condición posmoderna. El lema cubano de patria o muerte que indicaba la resistencia ante el imperialismo capitalista, sirve ahora magistralmente para limpiarse la boca tras degustar un mojito en Miami. Un tema de actualidad en el reciente estreno de la película Che, el argentino, sobre el controvertido personaje histórico revolucionario que produce dinero desde las máquinas holliwoodienses. ¿Dónde quedan los grandes ideales? ¿Es posible una postura crítica sin que seas fagocitado por el sistema? Libro bien construido que revisa las frágiles bases de la nueva sociedad, el gigante con los pies de barro al que tanto temían en la Antigüedad. La única posibilidad es el amor, lo erótico, lo carnal. Una erótica del arte se hace posible.