Periódico de Poesía-UNAM. Ciudad de México, 3 de junio de 2019.
Madrid, Del Centro Editores, 2018.
Siempre me ha intrigado el exilio de los poetas venezolanos, ese costo del habla en cuya promesa vivían, mientras que en el extranjero no acababan de afincar porque el país originario se les acrecentaba. De modo que hoy viven y escriben desde la conversación que habitan. Juan Sánchez Peláez vivía en una tertulia deshilvanada, donde cada frase terminaba en pregunta, Guillermo Sucre nunca respondió una carta y mucho menos una llamada; me temo que encontraba sobrevalorada la conversación. Amaba a Borges pero no le perdonó haber escrito casi demasiado. Logró olvidar a los amigos, prescindir del diálogo, y dejó de publicar.
María Auxiliadora Alvarez, en cambio, vive rodeada del inglés, lo que le permite la gran libertad de pulir el canto como cifra de una edad del habla dorada, cuando todos los poetas creían en la palabra justa y en la justicia poética. En este claro, terso, intenso ciclo de versos rodeados de espacio y silencio, como si la página nos citara al diálogo de asombros mutuos, los versos flotan en esa nada que vencen, arribando de lejos y quedándose en la página como conjuros en los que el mundo y el lenguaje intercambian nombres como tributos:
Pero tú
(ave de memoria)
remontas la mirada:
bordeando
las altas del paisaje ramas
y las claras del verano nubes
Al final, la poeta no sólo acendra la escritura sino que recupera el habla, que late en la página como otra demanda, estoica y elegíaca, que pone a prueba los nombres en su clara lucidez.
Notable canto del exilio venezolano que trabaja a favor del silencio, y nombra el luto profundo como un paisaje sostenido por las palabras justas.
Hoja de ruta, páginas salvadas, voces devueltas al lenguaje que nos aguardan y hospedan.
María Auxiliadora Alvarez siempre tendrá la palabra. Contamos con ella, con el alba que protege:
soy el lazarillo
de una pupila
incompetente:
ora subyugada (seca)
ora subyugante (viva)
Y el tiempo es una resta, de temblor y luto por su país perdido:
pájaros cayendo
hacen la noche