El sueño del agua

Por Armando Oviedo R.

En mi lejana infancia, cuando llegó la televisión a casa y ante tanto asombro en blanco y negro me iba habituando al lenguaje de las imágenes en movimiento, recuerdo dos momentos de esa pedagogía visual, ambas aplicadas por mi hermano mayor. La primera es una escena de Los olvidados que otro día platicaré. La segunda no es muy precisa sobre qué película o serie fueron pero aún suena en mi memoria. Sí, dije suena. Porque hay imágenes que suenan y se sueñan.

Esta segunda imagen trata de un primer plano del rostro de una mujer –debe ser rubia aunque la imagen es en blanco y negro—, con grandes ojos y grandes pestañas, cejas bien delineadas y mirada extasiada. Suena música suave (tiempo después sabré que es de un piano). Ella desaparece (difuminar le dicen) y se ve ahora un paisaje en la playa donde se tienden y destienden espumosas olas leves. Asombrado por el suceso visual le pregunto a mi hermano qué pasó ahí, dónde se fue la mujer y de donde salió el agua. Él, muy ufano y respetando mi bobería infantil, me dice, “Ella está soñando”. Desde entonces la música de piano me remite al preámbulo que va de la realidad al sueño con los ojos abiertos.

Vaya esta simple anécdota para hablar del túnel del sueño traído por el libro de poemas titulado Pesadilla Debussy, el más reciente libro de Luis Alberto Navarro (1958). Aquí hay poesía y música. Se me argumentará que en todo poema debe haber música. Pero en este está potenciado por el ensueño, la leyenda y una ligera música de piano. Son palabras sonando a sueños pintados con palabras.

La unión de poesía y música data de hace mucho tiempo. Los mitos, las leyendas y las mismas expresiones versiculares dan cuenta de esto en distintas culturas. Desde entonces se han hecho intentos por resolver esa separación forzada donde el oído sufre por dicho alejamiento. La poesía explora y explota otros sentidos, y la música se asocia deliciosamente con la palabra. Ambas se buscan y se desean, se ven de lejos como Paolo y Francesca, esos amantes condenados por atrevidos, a ser un remoto destello líquido de ella en él cada cierto tiempo, cuando sus miradas coinciden en las vueltas de un torbellino en el círculo del infierno, según refiere Dante.

Al obtener Bob Dylan el premio nobel de literatura, a muchos les pareció una broma de mal gusto de la academia sueca. Otros lo consideraron las bodas del cielo y el infierno. Porque no hay que olvidar las palabras de Machado de Assis, citadas por Julio Torri, Dios es el poeta. La música es de Satanás, joven maestro de brillante porvenir, que aprendió en el conservatorio del cielo. Rival de Miguel, Rafael y Gabriel, no toleraba la precedencia que ellos tenían en la distribución de los premios. En el premio se impuso al sonoro rugir de la literatura el añejo prestigio de la lira en contra de las secuelas que se convierten en escuelas líricas. Con Pesadilla Debussy de Luis Alberto Navarro vuelve esta lucha del ángel y la unión de aparentes contrarios, más un agregado visual, siempre latente en todo verso.

De los poetas de su generación y su territorio, Luis Alberto, poeta jalisciense, se guarda de aparecer en la palestra con los versos por delante. Antes bien, es más conocido como académico, como promotor literario, como tozudo investigador que le ha dado blasones universitarios y nos ha proporcionado rescates emocionales literarios de distinta catadura para sorpresa de muchos e inquietud de otros. Sobre esto último, recuerdo cuando me dio un mensaje para Huberto Batis (1934-2018): “dile que un investigador tapatío ha encontrado ´ciertos cuentos de un tal Huberto Batis´ en el archivo de un periódico de Guadalajara”.

Esa noticia, en vez de alegrar al autor de Por sus comas los conoceréis, lo inquietó un tanto al sentirse descubierto en un género literario que ya nunca más practicó al ingresar en el periodismo cultural; se supo practicante bisoño de un oficio que él mismo criticaba con ferocidad en otros autores.

La poesía de Luis Alberto la podemos encontrar en varios y variados libros como el tautológico Recuerdos memoriales (1980), en Piedras inscritas (1986), Monzón en llamas (1999), Segunda sed (2010) y en la antología que lo coloca dentro de la rica y diversa ruta occidental de la poesía, Jalisco. Recuento de poetas, tomo 1, seleccionado y anotado por Hermenegildo Ortiz Reza; tradición occidental que ha dado grandes poetas y prosistas, estos mismos contagiados de poesía, como el notable dúo dinámico Juan Rulfo y Juan José Arreola.

Con esta discreción se acata la intención versicular del poeta Luis Alberto al medir sus tiempos y sus versos; no se da prisa para escandir y sopesar las palabras. Mucho menos ahora en su reciente poemario donde toma como motivo poético un mito bretón como es la leyenda de la catedral sumergida a la que el devoto Debussy le hizo los honores y muchos pintores han sido cautivados por esa imagen onírica y sonora.

Por eso Pesadilla Debussy logra un cuadro de versos sonoros y, gracias a la buena edición, el poema fragmentado deja lucir versículos y retruécanos breves sin ser mezquinos y la página amplia es generosa al dejar expandirse las estrofas largas sin derrochar espacios. Leemos poemas colocados en distintos planos en un cauce semejando, al inicio, de un poema-río, como bien afirma Vicente Quirate en la cuarta de forros.

Poema-río porque es transparente e inquieto, salvaje y tranquilo, como la música de Debussy. Pero también es un poema que va, transita un plan de río, y el motivo que lo llama es, como a Ismael, a llegar a la mar y encontrar la catedral sumergida. “Bajo el río la Pesadilla Dedussy”.

 

Como loco escribes delicadas claves

Graves notas dándole forma a la inconsistencia

A la diafanidad y lo etéreo del aire.

 

Pesadilla Debussy es una imagen acuática dibujada con palabras. El libro contenido por la construcción presenta la ligereza del agua gracias a una serie de versos porosos, sentenciosos y con clamor emotivo. Los diversos planos que muestra el texto siguen una ruta concreta: la del agua, la ruta inquieta que hizo latir el corazón de Ismael, como puede leerse al inicio de Moby Dick. Y el motivo que guía al poeta en su pesadilla es buscar, encontrar y ver en su elemento la vieja catedral que suena a sueño, a melodía salvaje.

Pero no sólo eso, el aventurero que habla del mar será engullido por el hechizo de esa catedral sumergida; buceará en sus profundidades (con)fundidas con la luz y el agua, y verá nacer la arquitectura, el cuadro ya pintado con melodías y versos dubitativos.

Dice el Ismael de Moby Dick: como todos lo saben, la meditación y el agua están unidas para siempre. Y esto no es una simple reflexión a la orilla del deseo o la festividad ante el encuentro, sino que se convierte en un atrevido hundirse y un nadar candente en agua fría y encontrarse cara a cara con la mansión entre las aguas para rendirse devoto,

Para quien entra al sentir las primeras gotas

y reza una oración olvidada;

para quien la noche guarda un sitio

entre reclinatorios y pilas bautismales;

para quien acude acompañado de su agio

y se da golpes de pecho;

para los que cruzan la mirada y se reconocen

en la tenue flama del alcohol

como el pabilo en su grasa a punto de apagarse:

para ellos suena la última nota y principia

otra música en la Catedral.

 

No la muerte por agua, sino la vida con canto del mar, donde una catedral reposa en su sueño. Porque el poema Pesadilla Debussy es un viaje al fondo del mar para encontrar una catedral y retornar a la tarde que en su reposo la imagina plena: y despedirla hasta el próximo viaje. ¿Qué tiene el marinero en los labios, el los ojos? La sed de la música, el hambre de colores. Y escribirá su testimonio como una pesadilla.

El libro tiene tres rutas en un solo viaje. Eso  y eso conforma la ruta marina de Luis Alberto. El primero (“Alta en su profundidad la Catedral”) es para seguir la ruta natural y encontrar el lugar del sobresalto: la mar;

El segundo viaje es la inmersión y recorrer, en su elemento, la catedral, rondar su Ambulatrio, donde reside la pesadilla húmeda: a la orilla de sus ojos, el buscador de mar pasa a ser el buceador en el hechizo azul profundo ahogado en el asombro.

El tercer viaje es el regreso. El desahogo. El yo del poeta emerge y espera, con él, la asunción de la catedral, que salga y anuncie su triunfo de arquitectura mohosa. Sin embargo, como todo sueño, sólo queda la sed del marinero que regresa a contar su aventura. Allá quedó el monumento contundente, como hundida isla de plegarias atendidas,

La catedral ya tiene voz

silabario musical creciente

al contacto de cada piedra.

 

Y sólo queda el gozo de la visión. Ya se sabe que todo lo solido se desvanece en el sueño y el templo volverá a su elemento onírico: lo del agua al agua, y se desvanecerá como en cuadro dentro de otro cuadro,

Pentimento II: sobre un río el Sueño Debussy

Aguas amartilladas    Cinceles de plata como escamas

Al mirar

          –el que pinta despinta

el agua asciende en el aire

o se vuelve blanca

miras          

                   Cómo desciende la catedral.

 

La aventura pensada como una pesadilla es un arrullo de sueño del aventurero que trajo de las profundidades el testimonio del viaje: un poema en tres secciones con un titulo inquietante y preventivo. Más que un libro de poemas, Pesadilla Debussy  es una construcción rotunda, una mínima catedral flexible como el agua.

Al escuchar este rumor de agua en el poema de Luis Alberto, me viene de pronto la película El piano, donde Ada (Holly Hunter) toca el piano a la orilla del mar, en la playa, mientras la niña Flora (Anna Paquin) danza alegre mientras se pasea inquieto un ceñudo George (Hervey Keitell), inquieto por lo que escucha, por lo que no sabe de dónde viene o a dónde va ese rumor de teclas. Imagino que más allá de este cuadro, mar adentro, se aletarga un cementerio marino que seguramente aloja una catedral de los ahogados de sueños, como intraducibles arias en la verde epifanía.

 

Luis Alberto Navarro, Pesadilla Debussy. Bonobos/ Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Jalisco. México, 2021, (78 pp.)

 

 

 

 

 

 

*ARMANDO OVIEDO R. Ciudad de México, 1961. Poeta, narrador y ensayista. Ha publicado el libro de cuentos Manzanas de Sodoma (2012), y de poemas Zona de niebla (2013). Actualmente coordina el Taller de Poesía y los Laboratorios Colaborativos Poéticas a Contraluz (Danza y Video) y El lenguaje de las plantas (Huertos y cultura náhuatl) en Faro de Oriente.