Conde Ortega. Foto: Áurea Salinas.

Unas palabras para el poeta José Francisco Conde Ortega

por Eduardo Cerecedo

El poeta nacido en Atlixco, puebla en 1951 y, que ha decido vivir en Ciudad Nezahualcóyotl, es autor de más de 30 libros, entre poesía, ensayo,  crónica, pero ante todo, poeta cuya mayor virtud es haber capturado con sus poemas la realidad cotidiana de un tiempo que le ha tocado ¿vivir, tolerar acaso? donde los creadores  padecen  y dan vida a la ciudad en los ámbitos más disímiles de la sociedad, el barrio, las cantinas, las calles acendran el silencio, la soledad, el vacío; pero  el amor es recuperado al tener como escenario el cuarto, la alcoba; esa intimidad perfecta para buscar el verso adecuado que designe su victoria ante el amor, ante la derrota. Aquí la encomienda:

 

Si quieres conocer a la persona, observa sus actos, dice el refrán o reza la sentencia, o por sus frutos conocerás al hombre, señala la parte bíblica. En este caso, aplicando dicho pensamiento. Si quieres saber de poesía, toma un libro de José Francisco Conde Ortega; más preciso, si quieres saber del mundo que ha formado el Poeta José Francisco Conde Ortega, Práctica de lobo y Fiel de amor son la realidad escritural que marcan al poeta como creador de su propio universo estético, dándole al lenguaje un sentido noble, atractivo, claro, cabal, donde la voz se renueva al nombrar las cosas, darle un lugar exacto para decir su verdad. Fiel de amor lo integran una selección de poemas de donde el amor tiene su más alta expresión, poemas que aparecen editados en libros anteriores a Fiera urgencia del día. Especificado, continúo. Los trabajos poéticos donde lo habitual en el amor, pero las consecuencias con la otra parte de ese surtidor de imágenes que lo han llevado a ocupar el sitio que hoy ocupa en la literatura mexicana. Donde se divisa que la cuerda de esa relación puede romperse, en la palabra, los versos, el poema, surge el ánimo, del poeta, para subsanar esa herida y, surge la voz del poeta para establecer su reino, el de amar sin más condición que lo que se trae dentro, para manifestar su sentimiento arropado de figuras poéticas. En Práctica de lobo, es la poesía reunida de nuestro autor que abarca desde su primer poemario Vocación de silencio, 1985, hasta La arena de los días, Daga, 1999. Vendrán después los libros, Cuaderno de febrero y Fiera urgencia del día, 2005; Asombro de silencio, 2009. En este mismo año Editorial Praxis publica Fiel de amor, reunión de poemas de corte erótico, amoroso, en que pasión y sensualidad toman un curso para que el acto amoroso se brinde, como el hecho que ha de dignificar al ser humano ante su entorno.

 

Si en la palabra poética de Alí Chumacero aparece la palabra amor para designar al ser querido, como la representación de lo bello en la mujer, para Rubén Bonifaz Nuño, ese amor se convierte en dolor, ante la imposibilidad de coincidir a diario con ella, por la ausencia del ser que se busca en esa constante de tiempo. En José Francisco Conde Ortega, la palabra amor es la realidad justa para que sus poemas contengan ese encuentro, tratado, formado que anima el gusto de vivir, por la vida, es que el poeta refrenda la apalabra amor. La voz del caballero surge como ese personaje, educado, pulcro en la voz, para justificar que la alegría por su contrario, la mujer, como bien ha señalado Octavio Paz, es que ha nacido, para contemplar lo que en sus ojos toma forma:

 

Todavía es octubre

y una hoja sin viento

quedó como dormida

bajo tu clara sonrisa,

Vocación de silencio[1]

 

La belleza de la imagen representada por la figura poética, bien es una prosopopeya, bien es una metáfora, pero lo que se debe alabar en este caso en la visión que tiene José Francisco Conde Ortega de capturar el instante efímero, ese tiempo fugaz, fino, delgado, inasible, como el mercurio no apto para retenerlo con las manos. La apalabra del poeta tiene esa maleabilidad, ductibilidad, elasticidad, en que se amplía la imagen de acuerdo a la parte sensorial de cada lector, eso es agradecer a quien ha escrito estos versos.

 

Los pájaros se fueron de la tarde;

las  voces caminaron a las sombras,

tus ojos aquietaron las palabras[2]

 

de nuevo las figuras poéticas que le dan esa seguridad para nombrar y designara a las palabras como imágenes móviles de expresión, el poeta es un observador de la naturaleza, allí el tiempo es ponderado para que se pueda contemplar, mirar la circunstancia que hace de quien escribe un suceso emocional, y el destinatario cobre presencia en el sentido de ese trato con las palabras, lenguaje ya muy particular del autor de El destino de la musa. La vía que ha llevado al poeta a concretar los poemas de amor, es la presencia de la pareja, ejemplo de ello cuando  señala: refiriéndose a las manos de la amada:

 

Tibias como fiebre que empieza,

tus manos, refugio y ofertorio

donde se adelgaza mi sed[3]

 

El poeta da las gracias porque existe ese apoyo, y que en la intimidad el mundo es de los dos, así marcha el día, la semana, el tiempo que es para compartir, y en él está la clave para designar al mundo su belleza. El amor cotidiano, no se rompe, se hace elástico para encontrarle sentido a la vida. Y en el caso contrario, pues el poeta da fe de lo ocurrido, como ocurre, en Para perder tus ojos:

 

Mientras escribo estas líneas

afuera llueve(…)

Llueve mucho,

es sábado

y el verso es como una gota

sin sonido[4]

 

Surge la primera línea amarga, la soledad, es justificada por la expresión, de ese tono es el poemario, Para perder tus ojos, aquí surge el dolor, la ausencia, la soledad como el eje temático, otro ejemplo:

 

De que relámpago bajó tu voz,

hacía que olvido;

entre sombras, sobre cuáles

tus sílabas te dispersaron.[5]

 

El verso libre, el verso medido,  la forma clásica, el poema en prosa, es un medio de expresión para Conde Ortega, como lo demuestra en Amor de la calle, vuelve a ser la ciudad su escenario, el placer de caminarla, de olerla, de esprobar sus frutos, de volver a observar su gente, las mujeres bien formadas, con olor y es el olfato que se descubre en las sinestesias en ese cúmulo de registros sensoriales. El poeta se da un descanso para renovar el verso en su siguiente libro de poemas. Así vendrán La arena de los días, libro con el que termina una fase de su poesía reunida: Práctica de lobo, etapa en la escritura poética de José Francisco Conde Ortega. Vendrán otros libros que se suman a la vasta obra literaria del maestro.

 

 

[1] Vocación de Silencio en Práctica de lobo, UAM,  2001.

[2] Idem.

[3] Ibidem, (p. 62)

[4] Ibídem, (pp.155-156)

[5] Ibidem, (p. 145)