La generación nochebuena

por Víctor M. Navarro

BEBER BELLAS ARTES

Podría aventurar que la década de los 80 fue una de las más prolíficas en La Nochebuena, cantina que se convirtió en sucursal de la Dirección de Literatura del INBA.

Gustavo Sainz en 1978 conformó un equipo formado por Arturo Trejo Villafuerte, Emiliano Pérez Cruz, Sergio Monsalvo, Ignacio Trejo Fuentes, Nemorio Mendoza Josefina Estrada, Armando Buendía, Carlos Daniel Gutiérrez, Javier Córdova, Joel Piedra y algunos espontáneos. Escritores en ciernes que alternaban el trabajo de la promoción literaria con una tertulia que los lunes (y ocasionalmente otros cuatro días a la semana) iniciaba a la hora de la botana y se prolongaba hasta altas horas del amanecer.

La sede de la Dirección de Literatura era una pequeña oficina ubicada en el segundo piso de un viejo edificio en la calle de Dolores esquina con Avenida Juárez. Recuerdo el enorme estante con ediciones históricas del Fondo de Cultura Económica y colecciones de la legendaria revista de Bellas Artes que dirigía el no menos legendario Huberto Bátiz. Deliciosas horas clasificando la obra de escritores y poetas.

Producto de la inventiva y las relaciones públicas de Sainz, en la terraza oriente del Palacio de Bellas Artes se organizaban una o dos veces por semana presentaciones de libros con la presencia del autor

Por esa terraza con una vista inmejorable de La Alameda y las cúpulas de iglesias cercanas, desfilaron entre muchos otros, Gonzalo Martré, Paco Prieto, Paco Ignacio Taibo II, José Agustín, Carlos Isla, Raúl Renán, Antonio Castañeda, Francisco Cervantes y Salvador Mendiola quien llegó para quedarse, ya que a partir de la presentación de su libro Guerra y Sueño entabló una relación de gran afecto y trabajo con la “pandilla de albures infantiles” que laboraba en literatura.

La terraza resultó la celestina perfecta para matrimoniarnos con La Nochebuena. Después de los recurrentes cócteles literarios salíamos con medio estoque del Palacio de las Bellas Artes, directos a encontrarnos con Cruz o Toño, los meseros que se habían convertido para estas alturas en excelentes amigos y cicerones.

DEAMBULATORIAS

La Nochebuena tenía dos entradas, una de cada lado en la esquina que hacen Luis Moya e Independencia, ambas con su par de puertas abatibles. Especie de paraíso particular donde las horas pasaban veloces aunque no con el vértigo de las palabras, las risas y las ideas.

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Es posible recordar la imagen de José Francisco Conde Ortega enfrascado en una lúcida y lúdica conversación con Vicente Quirarte para resumir las líneas directrices de la poesía de Elías Nandino.

Arturo Trejo revisó y redisfrutó al “gran cocodrilo” Efraín Huerta, gurú cuyos poemínimos salpicaron muchas veces la mesa de contertulios mientras José Buil recorría las islas con José Carlos Becerra y hablaba de sus ganas de inscribirse en el Centro de Capacitación Cinematográfica.

Buil, René Aguilar y Sergio Monsalvo laboraban en una institución bancaria en el primer cuadro ahora llamado Centro Histórico, muy cerca de La Nochebuena la cual se convirtió en una referencia diaria. Si no estaban los unos estaban los otros, además es hora de señalar que era imposible no dejarse seducir por sus especialidades culinarias, milanesa, lengua a la mexicana, criadillas y osobuco, entre otras.

Alrededor de una botella de ron Bacardí blanco, el mismísimo Nacho Trejo, Paco Conde y el de la voz departían alegres y dicharacheros, era imposible en esos momentos librarse de un soneto, o al menos algunos endecasílabos disparados por Conde además del equipo para emborrachar. Ignacio festejaba sus Crónicas Romanas con frases remonas y algunas remamonas.

En esas estábamos cuando llegó hasta la mesa el poeta infrarrealista Mario Santiago, traía en mano Correspondencia Infra, una revista que causó revuelo en aquellas épocas, textos de José Peguero, Orlando Guillén, Roberto Bolaño, los hermanos Cuahutémoc y Ramón Méndez, Pedro Damían las hermanas Larrosa y algunos más.

Mario Santiago intercambio revistas por tragos, accedimos y durante cincuenta minutos estuvimos juntos y felices, hasta que Mario el de la melena alborotada empezó a lanzar insultos y descalificaciones fincadas en el ámbito literario, la solución fue pedirle de manera respetuosa apoyados en tres patines que se pasara a retirar.

En esa década La Casa del Lago era un hervidero de música, cine y literatura. Tres días después me encontré con Mario Santiago, le recordé el exabrupto, nos reímos, compramos unas chelas leímos poemas, nos curamos la cruda y todo en santa paz y también leímos a Paz.

Regreso a La Nochebuena, nos encontramos con Arnulfo Rubio (el malo), Arnulfo Domínguez Cordero (el bueno), Juan Manuel Asai, Alejandro Sanciprián, Pepe Buil, Rafael Vargas, Roberto D. Ortega y el inefable Arturo Trejo Villafuerte. En la plática asoma y cobra fuerza el deseo de hacer una revista literaria,

En reuniones que se alternan entre la cantina y la casa de Roberto Diego Ortega, el nombre de Sitios parece el conveniente para la publicación, se han agregado al proyecto Alejandro del Valle, poeta, doctor y hermano del editor Mario del Valle y Alejandro “el gordo” González como diseñador. El grupo ha sido bautizado como TAPOSIN (Taller de Poesía Sintética), sintética por eso de los poemínimos de Huerta.

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CANTINA, CAFÉ Y SITIOS

Todos los caminos llevan a La Nochebuena, principio ejecutado con maestría los tres últimos años de los setenta y al menos los primeros siete de los ochenta.

En este lapso de tiempo ubicamos fecundas relaciones y afectos con poetas y escritores de la escena nacional, son muchos los nombres, muchos los espacios que confluyeron y tenían como punto de partida la cantina de Luis Moya e Independencia.

Aquí extiendo un mapa de nuestra ciudad que nos lleva de La Nochebuena a la casa de Efraín Huerta en la calle Lope de Vega en Polanco, donde el gran Cocodrilo nos invita un trago y revela su sempiterna juventud con risas y poemas. Un halo bondadoso emerge cuando se trata de opinar de la revista Sitios, y nos ofrece un texto para publicarlo en esta aventura que desencadenaría publicaciones como Letra y Segundo Piso.

Otra ruta que muchas veces recorrimos nos lleva a la casa de Roberto Diego Ortega en la calle de Sinaloa colonia Roma, donde realizábamos una especie de taller trashumante. Rafael Vargas abría fuego con alguna traducción de sus amadísimos poetas norteamericanos, recuerdo que en los momentos de hilaridad un día le propuse que tradujera uno de sus poemas del español al español.

Apenas entrada la noche llegaba al enorme departamento don Vicente Ortega Colunga padre de Beto y de las revistas Hoy, Mañana, Siempre y Yo, todavía no sabemos qué hijo le dio más alegrías. Con voz estentórea y socarrona nos saludaba: “ya están aquí los poetas, dadles de beber” y acto seguido mandaba a la muchacha por un ron, quesos y botana. La tienda de ultramarinos de la esquina de seguro también compartía la alegría de estas continuas visitas a la casa de “Colungón”, mecenas de nuestra generación.

Cierta ocasión don Vicente accedió acompañarnos a La Nochebuena, llegó con su inseparable amigo Renato Leduc. Los sintéticos gozábamos del privilegio con cierta frecuencia, ya que por lo menos dos veces a la semana el jefe pluma blanca visitaba la redacción de la Revista Su Otro Yo, y como tantas otras veces abrevar la sabiduría del autor de Prometeo Sifilítico fue sustancial y enriquecedor.

En estas reuniones alguna vez departimos con el escritor español Jomi García Ascot, hombre mesurado y de gran talante y talento, lector consumado. Sus opiniones sin duda aportaron sensibilidad y profesionalismo a nuestro incipiente trabajo literario y de editores. Sus poemas publicados en Sitios confirman su bonhomía.

Una tarde llegó a La Nochebuena Francisco Cervantes quien regresaba de una larga estancia en Lisboa, pidió Ron Negrita y nos habló de Pessoa, de los poetas lusitanos, de las calles blancas de la ciudad mediterránea y las musas inspiradoras de innumerables poemas.

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A media noche la plática fluía con solvencia y fue necesario aceptar la invitación del autor de Los Varones Señalados a su departamento en avenida Coyoacán esquina

con Eugenia. Bebimos vino tinto de reserva portuguesa, degustamos textos inéditos del poeta y recuerdo que salí al siguiente mediodía con un regalo inapreciable, la Poesía Completa del Conde de Lautremont.

Otras rutas de gran circulación fueron las que llevaban de La Nochebuena a las casas de Arturo Trejo en la Bondojito, de Armando Buendía o Nemorio Mendoza en la Obrera, de Sergio Monsalvo en Escandón, de René Aguilar en la Roma, de Rosita Bárcenas en Tacubaya o bien al cuarto piso de Bucareli 18.

Muy cerca de La Nochebuena la redacción de la Revista Su Otro Yo se convirtió en otra estación donde se conjuntaron las plumas de Armando Ramírez, José Luis Martínez, Fernando Figueroa, Andrés de Luna, Gustavo García, Miguel Ángel Morales y los integrantes del TAPOSIN.

Entre los habituales de La Nochebuena circulaba una frase con tintes eruditos. “El dinero es tan importante en las novelas de Balzac como fuera de ellas”. Llegamos a la década de los noventa sin la cantina pues en su lugar instalaron un lavandería y después una tienda de autoservicio.

El último dueño de La Nochebuena, un amigo español llamado José Alonso a la fecha preso y acusado de homicidio, se dedicó a inaugurar otras cantinas en la zona centro de la ciudad, en algunas la botana era buena. A nosotros nos queda, quizá, relanzar el premio literario Nochebuena inventado hace casi tres décadas.

PUBLICADO EN LA GAZZETTA DF EL 21 De Mayo de 2015.