Trópicos II. Tu cuerpo como un río de Eduardo Cerecedo

por Mary Tere Caracas

Una primera lectura de este poemario Trópicos II Tu cuerpo como un río, del poeta veracruzano Eduardo Cerecedo, nos permite apreciar algunas de las virtudes en fondo y forma de un libro escrito con versos breves y profundos, en un terreno en donde el amor podría hablar con una exquisitez determinante.

           Tu cuerpo como un río,  metáfora que en un orden de palabras podría hacernos leer como si fuesen claves proverbiales que nos empujan hacia una trampa, sincretizando dos formas de poemas; primero, el viaje interior que late en el corazón del autor, este nos hospeda en  la inmersión del océano de fragmentos que visten este poemario, develando la calzada en donde el autor tatuó con sangre cada una de sus líneas.

La segunda forma de poema la resumo en una palabra: “exterioridad”.  Esta exterioridad es el continuo caminar del poeta en la playa inagotable de imágenes, donde la arena se conjuga con el recorrido infinito del universo femenino, y la piel, verso que acaricia dunas y palmeras, juguetea en las sílabas armónicas del  inmenso recurso acuático que baña al lector amante de la poesía.

Igualmente aprecio en este río de poesía, el rítmico fluir de la brisa que se palpa en la serenidad de las aves, plumaje que nos rapta a recrearnos en las pausas versadas de cada poema. Es en síntesis, aquel hechizo donde el encantamiento y la magia del autor nos cautiva en el embelesado reflejo de los códigos secretos de sus deseos más crípticos.

Este ejercicio poético emerge del navío que el autor intenta anclar en cada línea, como si fuese la forma de atrapar al viento en la memoria creativa del lector. En otras palabras, el poeta sabe amarrar con maestría de marino cada uno de los nudos en sus versos para no dejar escapar, ni siquiera a mar abierto, el oleaje abrupto con el que el lector se enfrenta al arte de navegar.

Las figuras utilizadas por el autor, silban como caracoles de la retórica al unísono de las olas, se dejan llevar por las sombras de las palmeras que arden en los vuelos eróticos solares, en los valles y riberas del cauce que hacen hervir constantemente nuestras emociones.

Eróticamente, el libro es una proximidad hacia bosques copulando entre las copas que queman islas selváticas e inhóspitas, aquellas algas hendidas como tesoros de entrepierna en un constante devenir de imágenes, aromas que incendian los cielos de las noches, madrugadas y lunas sobre onmipotentes mares tranquilos que nos hacen  hervir las venas.

Eduardo, sin lugar a dudas, es un poeta a contrafuegos. Cree que enero es una primicia que abre las puertas al orgasmo infinito y sin frenos.  Asumo en medio de las marejadas de ideas del poeta, que si aquel barco que fluye entre océanos y ríos se perdiese, entonces nuestro autor buscaría como un desesperado los líquidos ignotos de aquellas fosas marianas que tanto describe la geografía clásica de las profundidades submarinas.

Así, este libro, se convierte en una brújula que desfallece en aquel faro intermitente, en la energía inagotable proveniente de la humeante imaginación que el mismo autor hace explotar como un tsunami pletórico de sorpresas hacia playas angelicales, arrecifes volcánicos que se hunden y humectan en el pecho de las mismísimas vírgenes inalcanzables.

Como un velero en un mar perdido, Eduardo Cerecedo nos transporta del abandono del cuerpo al erotismo, pellizcando las sensaciones a flor de piel, en una especie de poros insurrectos levantándose como gaviotas jugando a hacerle sombra al sol.

Con maestría y energía, con una belleza eminente, en los momentos más altos del libro, Cerecedo transforma la realidad sensible en afirmación del oleaje en un universo emocional que va navegando a lo largo de las páginas, ganando coherencia y delimitando los cofres que conformarán el único Trópico donde las olas se rompen sin piedad como si fuesen una mordida tibia del agua.

Mary Tere Caracas

Noviembre 2015