Huella de pájaros

por Laura Baeza

Según Francisco Hinojosa, una de las labores más difíciles de la literatura es escribir para los niños. No se trata sólo de escoger las palabras adecuadas, sino de sorprenderlos desde el primer verso, dejarlos enganchados con una línea y en adelante soltarse para abrirles un abanico de posibilidades.

A lo mejor yo ya no soy una niña, pero no puedo pasar por alto la sensación que me produjo leer Huellas de pájaros, recordé algo que había pensado hace tiempo cuando comencé como lectora, y es que la poesía tiene la facultad de enseñarnos los matices de todo por medio de palabras, nos avispa un poco los sentidos para a distinguir el plato lácteo que es la Luna, y luego preguntarnos cómo hizo el poeta para describir tan bien la esencia de las cosas. Ramón Iván sabe perfectamente su labor de escritor, nos regala –otra vez- la capacidad de asombro, nos da la madeja para que nosotros sigamos el camino como llevados por el hilo delgado pero fuerte que es la palabra. 

Antes ya había encontrado en la poesía de Ramón Iván la voz de un autor con quien me sentí identificada, no sólo por la sobriedad de los versos, como en Memorial de sueños y otros poemas que tuve la fortuna de leer, sino por esa maravillosa forma de configuración a partir de significados. Huellas de pájaros no fue la excepción, y después de leerlo creo que la literatura dirigida a niños tiene la fortuna de contar con nuestro autor. 

Y es que de la pluma de Ramón Iván y con las ilustraciones de Mauricio Gómez, la poesía tiene canto, se siente, y parece que camina solita para despertarnos el lado de la imaginación que a veces tenemos desconectado. Tal vez después de leerlo podamos prestarle más atención a la luna que –como dice el poeta- corona a la vaca, o a las sábanas que de tan colgadas parecen fantasmas.