Mi encuentro con «El Santo»

por Mary Carmen Díaz Chávez

Foto de Alba Laura Bojórquez
Foto de Alba Laura Bojórquez

Les cuento que ayer, al acudir a la primicia y lectura de un libro en la librería Rosario Castellanos,  estacioné mi automóvil precisamente frente a la tienda del hijo de El Santo, el enmascarado de plata.   No sabía de la existencia de ese negocio situado en la calle de Tamaulipas en la colonia Condesa.  Con gran curiosidad me acerqué a admirar los diferentes artículos que se exhiben en los aparadores,  así que pensé en regresar en otra ocasión con más tiempo para adquirir  expresamente alguno de los mismos. Me alejé recordando tiempos pasados, retrocedí varias décadas cuando era una niña  aficionada al deporte de la lucha libre.

Por la vieja radio que había en casa me enteraba de cuando iban a realizarse los eventos de lucha libre. Fingía retirarme a dormir, y me despedía de todos, para luego en mi cuarto con la luz apagada bajaba al máximo el sonido del aparato y escuchaba  las peleas de mi interés dejando correr  la imaginación. De esa manera asistí a la derrota de Black Shadow, (Alejandro  Cruz) cuando perdió su máscara, precisamente en un encuentro con El Santo, el enmascarado de plata. Eso ocurrió un lejano un siete de noviembre de 1952,  si es que la memoria no me traiciona.

Aquella derrota hizo que me sintiera realmente enfadada, pues yo estaba del lado del luchador derrotado.  En ese entonces Black Shadow pertenecía al grupo de los técnicos, y junto con Blue Demon eran objeto de mi admiración por sus espectaculares y  variadas llaves, producto de la invención y de su ingenio.

Después, no se en que momento, me convertí en admiradora de El Santo, y comencé a seguir muy de cerca su ascendente carrera. No podía ir a la arena a presenciar sus peleas porque no  permitían la entrada a niños; no obstante que en mi hogar no se contaba con un aparato de televisión, no dejaba de estar al tanto de esos eventos que los transmitían por la radio. Por cierto prohibieron en un tiempo la transmisión televisiva de los encuentros debido a las continuas quejas de los padres de familia que aseguraban que provocaban violencia en los pequeños.

Corría el año de 1952, o quizá 1954, cuando salió a la venta la revista de El Santo, el enmascarado de plata; la cual estaba impresa en color sepia. En su contenido se presentaba de singular manera las amenas y emocionantes aventuras de mi héroe; quien invariablemente acudía a salvar a las  indefensas víctimas de los  horribles monstruos, enfrentando cruentas luchas con brujas y animales  fantásticos resultando  siempre vencedor.  Lo acompañaba en sus aventuras la hermosa Kyra, la  maga blanca, de quien se sabía era su novia.

Desafortunadamente no pude guardar ninguno de aquellos ejemplares porque en casa no me permitían leerlos, y mucho menos comprarlos. No obstante me las ingenié para que una vecina que también era fan del famoso enmascarado me prestara la revista, misma que según recuerdo salía a la venta los jueves y afortunadamente mi conocida compraba religiosamente. Imagino que debí ser una pequeña persistente y difícil de esquivar, una pesadilla constante para esa buena señora, pues sin falta los jueves por la tarde iba a tocar a su puerta, y no me retiraba hasta que me recibía con la revista en la mano.

¡Caray!  Cuando vienen a la mente esos recuerdos, pienso que mi familia me hubieran hecho inmensamente feliz sólo con permitirme adquirir tales publicaciones; entonces hubiese guardado como un gran tesoro alguno de esos ejemplares repleto de mil aventuras.

Transcurrió el  tiempo envolviéndome la vorágine de la vida. Dejé de ser una niña, casi sin darme cuenta eché al olvido mi afición de antaño, tan sólo llegaba a mirar las películas del enmascarado de plata cuando las pasaban en la televisión.

Confieso que siempre guardé  el deseo de conocer personalmente a mi héroe, le hubiese comentado lo importante que su figura fue en mi niñez. La magia con la que alimentó  mi imaginación. El destino quiso que después  de algunos años, (creo que  más  de  diez), conocí a un joven empresario, quien debido a su trabajo llevaba amistad con  personas de la farándula, el box y la lucha libre. Un día charlando con él  acerca de los deseos no cumplidos, me preguntó cuál, o cuáles  eran  los míos; sin  pensarlo dos veces exclamé: -“conocer  personalmente a El Santo, el enmascarado de plata“. – ¡pues ya está, me dijo,  -es algo con lo que puedes contar, él es mi amigo, y casualmente el fin de semana sostiene un encuentro; así que te invito a verlo a la Arena Coliseo. Calculo que ésto sucedió en el año de 1964.

Llegamos esa tarde a la arena y nos dieron lugares reservados en primera fila, y aunque sentí un poco larga la espera finalmente  escuché porras y vítores  de los aficionados. Traían en hombros a mi ídolo, quien portaba una deslumbrante capa. De momento todo alrededor se opacó , y sólo tuve ojos para admirar su plateada figura. Se detuvo ante nosotros, y al escuchar  que lo llamaba «amigo», pidió que lo bajaran, y así fue como quedó frente a mí. En un instante volví a ser aquella niña aficionada a la lucha libre.  Me encantó  mirarlo tan cerca. Mi amigo me  presentó como «su admiradora de siempre»; entonces él se inclinó caballeroso para darme un beso en la mano, y dijo con esa voz tan grave que se escucha en sus películas, -“ muchas gracias señorita, muy honrado con su admiración y su presencia”. Luego se alejó subiendo ágilmente  el cuadrilátero. No recuerdo la pelea, ni contra quién fue, pues todo quedó envuelto en la realidad de un sueño, largamente acariciado.

Veinte años después, el 5 de febrero de 1984 me enteré por las noticias, que El Santo acudió a su última pelea, en esta ocasión fue con la vida, y desafortunadamente la perdió. Quiero imaginar que a donde sea que esté, sigue alimentando la fantasía de sus seguidores, la de todos los que lo recordamos con especial cariño.

Ayer me asaltaron estos viejos recuerdos, y les confieso que durante el regreso del evento al que acudí no estuve sola, desde el asiento trasero de mi auto el inolvidable Santo me acompañó todo el camino. Con su brillante figura me correspondía con una enigmática sonrisa cada vez que lo miraba por el retrovisor.

 

 

MARY CARMEN DÍAZ CHÁVEZ. México, Distrito Federal, 1943. Vive en Los Reyes Iztacala, Tlalnepantla de Baz, Estado de México, publicó su primer libro de cuentos y leyendas, Reflejos Distantes, 2015. Su segundo libro de cuentos, Reminiscencias, noviembre de 2018. Ha participado en diez antologías, dos de ellas publicadas por La Universidad Nacional Autónoma de México, Espacios de Luz en  2016, La Edad de La Rosa en 2018, coordinadas por el poeta Eduardo Cerecedo, Integrante del Taller de Creatividad Literaria de la misma Facultad.  Está incluida en el Diccionario de Escritores del Estado de México, 1900/2016, Eterno Femenino Ediciones, 2018.