¿En qué momento la piedra se abrazó
a la forma del oído y no del odio?
José Ángel Leyva, “Fósiles”
El cirujano ausculta a los enfermos horas enteras. Hasta donde sus manos cesan de trabajar y empiezan a jugar, las lleva a tientas, rozando la piel de los pacientes, en tanto sus párpados científicos vibran, tocados por la indocta, por la humana flaqueza del amor…
César Vallejo, “Las ventanas se han estremecido…”
Sólo quien entiende que la poesía tiene que ver – ineluctablemente – con el ser humano de una manera minuciosa, detenida hasta en sus más mínimos rasgos, gestos o circunstancias, puede decir que sabe de qué habla cuando habla de poesía. O – sobre todo – merece en justicia ser tenido como poeta.
Tal es el caso del escritor mexicano José Ángel Leyva. No de otra cosa da cuenta su periplo por diversas disciplinas y tareas que de suyo van y vienen del hombre de carne y hueso hasta el que de alguna manera éste mismo, odia, ama o teme, sueña, inventa o imagina, idealiza, explora o disecciona. Leyva, egresado de la Escuela de Medicina Humana de la Universidad Juárez del Estado de Durango en 1984, como queriendo también auscultarle el alma al hombre, viaja a Ciudad de México a estudiar psiquiatría. En ese trance se cruza con la palabra poética y encuentra en ella la esencia del buceo espiritual, del conocimiento y el reconocimiento humano. Resultado: Nuestro poeta abraza la carrera de las letras (tanto en el sentido académico como en el vital), al tiempo que inicia sus labores de editor a bordo de diversas publicaciones de divulgación científica.
Consecuentemente publica sus libros de poesía, su trabajo narrativo y ensayístico y, para cerrar el circuito de su compromiso con el diálogo entre el que lee y el que escribe, ejerce con rigor el periodismo cultural, el periodismo de ideas…
Fiel a su credo, Leyva es hoy en día uno de los intelectuales más destacados y activos de las letras latinoamericanas. Alforja, la revista de poesía que dirige y edita desde 1999 en compañía del también poeta José Vicente Anaya, se ha convertido en una de las publicaciones más seguidas por todos aquellos que leen, disfrutan y crean poesía en nuestra lengua. Lo anterior toda vez que Alforja, antes que una revista de difusión de éste casi secreto género, es uno de los principales bastiones de reflexión en torno al mismo.
Así, con naturalidad han sido temas de fondo de la revista: el amor, el erotismo, las vanguardias y posvanguardias, la poesía indígena, el tema gay en la poesía, la guerra, la muerte, la locura, cuando no la revisión detallada de tradiciones poéticas contemporáneas tan importantes y ricas como la brasileña, la peruana y, por sobre todo, la misma mexicana.
Desde esta misma perspectiva, y casi podría decirse que, como parte de su personalidad y del quehacer que ella pareciera exigirle surge, el lúcido proyecto Verso converso o Versos comunicantes (dos entidades distintas y una única fe: la poesía).
Dicho proyecto gira en torno a la idea de presentar a los lectores entrevistas a destacados poetas de Iberoamérica con la particularidad de que las mismas son realizadas también por poetas y/o escritores. A través de esta iniciativa pareciera decirnos Leyva: el poeta que escribe es como un hombre cualquiera aplicado en lo suyo. No hay mayor diferencia en lo que va de uno a otro. El hombre que habla con otro hombre de su oficio practica – si lo hace bien – un ejercicio especular, intercambiable acaso por unas cuantas fotos mal tomadas. El poeta que habla con otro de su oficio ensaya una poética y, en muchos casos, como sucede en las mejores de las entrevistas ya mencionadas, hace centellear luminosos poemas coloquiales en cada una de sus respuestas.
Su obra literaria, cuatro libros de poesía y una novela, nos invita a abordar un mundo en el que la totalidad de las vivencias humanas busca su correlato. Hablan allí tanto lo erótico (Catulo en el destierro), lo onírico, los personajes arquetípicos del ámbito familiar, el terruño (los duranguraños), la amistad, el diablo y sus caretas (las formas de lo humano y lo divino).
La noche del jabalí, su última obra publicada, se nos antoja la cifra de las peripecias existenciales y literarias de José Ángel Leyva. Escrita con un dominio innegable del oficio narrativo es, además, la novela de un poeta. Pero no en el sentido que se le suele dar usualmente a tal aseveración en nuestro medio, vale decir, como una forma eufemística de soltar un “zapatero a tus zapatos”. Por el contrario, en este caso insular, el lector se encuentra con un universo bien definido, habitado por seres absolutamente tangibles – algunos de ellos ciudadanos de esa otra novela que es la vida concreta: los pintores Carlos y Leonel Maciel -. La trama se desencadena a partir de la reunión de un grupo de amigos que se congrega en el particular escenario que les prodiga la Isla de la Noche, para conversar, beber y comer. Un poeta, un escultor y fotógrafo francés, los ya mencionados pintores y algunos miembros de la familia de quien narra, ponen ante el lector, al decir del escritor mexicano Julio Travieso, “entre bocado y bocado, tragos y picadas de zancudos, como sacadas de una cajita china o de una inmensa muñeca rusa, las más delirantes y fabulosas historias que a la vez se constituyen en una mirada burlona, aguda y reflexiva, del México actual…”
Rafael Del Castillo Matamoros. Es un poeta, editor y ensayista crítico de Colombia, nacido en Tunja en 1962. Es fundador y director de la revista de poesía Ulrika y del Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Además, coordinó talleres de la Casa de Poesía Silva y algunas universidades. Su poesía se reconoce por el tono conversacional, urbano, de corte existencial en un lenguaje abierto, próximo a la intimidad.