Moneda de Caridad

por Aldo Báez

 

Dieu a donné aux hommes pours’en servir entre eux cette monnaie sublime de la charité qui porte le signe irrécusable du rédempteur.

Paul Claudel

La poesía posee la magia de presentar diversos modos de lectura. Todos son ciertos, todos son errados. Incluso, al escribir, el poeta está leyendo y releyendo: las reminiscencias de las obras que leemos afloran en cada instante de nuestra escritura (¿debería decir vida?), reaparecen y se comprimen y confunden con nuestra voz.

          Debemos admitir que, muchas veces, la cercanía y los ecos de la voz impiden que nos acerquemos a la poesía como tal vez debiéramos.

          Por ejemplo, mi lectura de los premios de poesía Aguascalientes, quizás el galardón más importante de nuestra lírica, obliga a pedir mucho y por ello éstos no siempre llenan. Podríamos decir que existe cierta idealización y que ésta pocas veces se cumple. En 2016 obtuvo el premio Minerva Margarita Villarreal con Las maneras del agua. Sencillo en apariencia, el libro evoca una figura femenina, de la autora y la presencia de otra de carácter religioso, pero al mismo tiempo presenta una inclinación poética controversial que es su relación con santa Teresa, la religiosa del siglo XVI (la poesía no tiene temas sino inclinaciones).

          Santa Teresa remite a ciertas nociones de la religión. Pero Teresa de Ávila, que también está presente, nos remite a la historia de vida de una mujer, de una gran mujer. Esta última es una narradora poderosa que escribió también versos breves y, al igual que su prosa, llenos de ese sentimiento oceánico que Romain Rolland le exigía a Freud para acercarse a la comprensión del sentir religioso. No obstante, tanto él como yo no lo poseemos. Y a través de su acercamiento, en el que la monja y la escritora se actualizan, efectúan un guiño a santa Teresa mientras se advierte que juguetea con nosotros: todos leemos a Teresa de Ávila. Tal vez porque es más parecida a cualquiera de nosotros:

«Antes del alba sus manos traen el cielo hasta el muro de piedra

y en el lecho de madera abro los ojos que no abro».

          Abre su poema con ella, pero enseguida toma distancia: sitúa a ambas a contracorriente: cuenta una historia, canta una laude y se aleja; se confunden las voces no de santa Teresa y Teresa de Ávila sino de Teresa de Ávila y Minerva Margarita Villarreal.

          La inclinación no es defecto sino muestra de una toma de postura. Lo que hace Minerva Margarita Villarreal difiere de aquello que Jorge Esquinca y Francisco Hernández hacen con motivaciones semejantes al escribir sobre algunos poetas. Las maneras del agua, en el caso de Villarreal, impone a la simple captura cierto estilo de los versos y la vida de la santa y sólo pretende apropiarse de la sensación religiosa de la santa, por decirlo así, pues, como muchos, sólo podernos acercarnos, hasta alegremente, a su fase pecadora. La seducción de la poeta renacentista radica en el reconocimiento de que no es una mujer buena; sus afirmaciones son sobre las personas que la rodean.  En nuestros días, todos sabemos que a las personas buenas que nos rodean sólo podemos admirarlas, difícilmente emularlas. Pero en términos creativos, de pretenderlo, faltaríamos a una regla básica, la sinceridad, y la poeta neoleonesa lo advierte y decide ir por la voz poética para desde ahí lanzar sus propios dados.

          Tal vez sea cuestión de estilo, esa preciada cualidad que Baudelaire exigía de la poesía y que Teresa de Ávila depositó en sus escasos y maravillosos poemas. Ella poseía una «voluntad de estilo», una nítida “conciencia de su arte literario”, de acuerdo con Víctor García de la Concha, uno de los principales responsables de lo que hoy sabemos sobre ese arte y ese tiempo.

          Sabemos que aquella mujer ocupó en la lectura muchos momentos de su vida, tantos como esa tradición que san Juan o fray Luis de León nos legaron.

          Los abundantes testimonios sobre esta actividad nos muestran además una extraordinaria capacidad de asimilación. Con la Biblia en el centro y como eje constructor, los libros eran capaces de llevarla a tomar decisiones importantes. Así, Teresa planea su huida a tierra de moros para convertirse en mártir, como tantos protagonistas de la vida de santos o tal vez como señal de los miles que ahora huyen de su casa; o la decisión de comunicar al padre su vocación, animada por las Epístolas de san Jerónimo; o su “conversión” tras la lectura de las Confesiones de San Agustín; o la utilización de la Subida del Monte Sión, de Laredo, como mentor espiritual. En una palabra, su impresionante capacidad para depositar en sus escritos su experiencia y todo lo que de ella se admira hasta nuestros días. Todo esto lo leyó la ganadora del Aguascalientes y lo trajo simplemente a su propia experiencia. Tal vez deberíamos decir que lo trajo a su propio sentir y vivir cotidianos.

          Los estudiosos de la mística dicen que siempre queda algo de humanidad aún en los gestos más profundos. Los poetas son prueba de ello y sus lectores, aún inconscientemente, podemos sentirnos atraídos por ese breve rasgo de algunos poemas. Esto último advertimos en Villarreal, quien es seducida por Teresa y su manera de enfrentar el mundo. Karl Jaspers, en su momento, relataba cómo la poesía, y desde su ignorancia, creaba maravillosas obras al plasmar su inclinación religiosa.

          Podríamos decir que Las maneras del agua son las formas del agua que no pretende sino caminar por el mismo cauce que siguió la poeta de Ávila, y que Minerva Margarita nos quiere mostrar cómo, desde su pasión oceánica, aquella mujer nos acerca desde las Confesiones hasta el Libro de la vida. Esto, por lo demás, constituye el precedente más directo y el modelo más claro del componente biográfico que subyace en la obra de nuestras escritoras. Tal vez eso vio en la obra de Minerva Margarita Villarreal el jurado que la premió. La «amplia y profunda exploración poética».

          Si en los poemas de El corazón más secreto (2003), personales, largos y profundos, Minerva Margarita nos mostraba su experiencia cotidiana (pensamiento y voz unidos y construidos desde su intimidad amistosa e intelectual), ahora busca otra manera. Lo que parece claro es que, desde hace una década -por lo menos con Herida luminosa (2008)-, la poeta había incursionado en esa inclinación poética. La búsqueda de la trinidad configurada sobre el hijo y el esposo, donde la voz lírica requiere de versos breves y directos, contra los de largo aliento, reconfiguran la voz de la poeta. Comienza por ahí, sin embargo, a perfilar su acercamiento a la santa carmelita: «Estoy pensando que necesito su voz / Sintiendo que estamos lejos si no estamos». Su experiencia poética parece dar paso a un cambio tanto de estilo como de voz, quiere religarse a otra voz y a otro espacio.

          La experiencia religiosa en la poesía es complicada: desde el último Amado Nervo -tal vez el más débil por su pretensión de sinceridad-, pasando por cierto abandono de Javier Sicilia, hasta el propio Armando González Torres, quien también se ha aventurado por esos senderos. Creo que la fortuna de Las maneras del agua abandona esa pretensión y, al hacerlo, fortalece la doble estructura y el discurso del poemario. Por ejemplo, cuando la poeta mira la vida de santa Teresa y la pone a dialogar con la vivencia de los adictos:

«…y un joven

que conduce a la puerta

del programa de los doce pasos

El muchacho es adicto

De cada diez

uno no recae…»

          Y en esa misma lógica, la poeta mira con asombro la vida no de Teresa sino de santa Teresa y por eso aventura su propio decir:

«…Bañémonos Teresa en esta rojedad

En la tierra el espanto

Bañémonos Teresa

El espanto Teresa

Bañémonos Teresa en esta rojedad».

          Ello contrasta con las laudes, que en su origen eran música solista y monofónica, pero a partir del siglo XVI desarrolló una forma polifónica. De ritmo regular y estructura armónica sencilla, recibió la influencia de los trovadores, ya que los primeros ejemplos muestran similitudes rítmicas, en su estilo melódico y especialmente en su notación. Minerva Margarita los usa de manera genial sin circunscribirse a otro ánimo que el sentir contemporáneo frente al sentido religioso:

«Los autobuses plañideros

y el alcohol

de las muchachas

al borde de las vías

las alamedas

desaparecidas

las bebidas

adulteradas

las benzodíacepinas …»

          Por fortuna, no sabremos si la poeta del siglo XVI coincide, pues sus versos son un enfrentamiento con la divinidad. A partir de ahí Villarreal elabora su propio estilo, pues abandona la fórmula de la monja («escribo como hablo»), como se señala en uno de los estudios que más senda abrieron para la consideración actual de la lengua y la literatura teresianas: santa Teresa »ya no escribe, sino que habla por escrito». Villarreal ya no requiere de santa Teresa y sabe que Teresa de Ávila es como ella, plena y poeta. Ambas entienden las maneras de agua.

          Por último, la sublime moneda de la caridad a la que se refiere Paul Claudel, uno de los mayores poetas religiosos del siglo XX, coincide con la poeta de Herida luminosa, y la búsqueda de la redención se convierte en causa. Finalmente, ya no esperamos conversión, solo redimirnos. ¿Caminará de esa manera la caridad?

Minerva Margarita Villarreal, Las maneras del agua, Secretaría de Cultura/Fondo de Cultura Económica/Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura/Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2016, 82 p.