Mística y erotismo en Minerva Margarita Villarreal

por Evodio Escalante

Ignoro si Minerva Margarita Villarreal estaba predestinada a ser poeta. Su nombre forma ya por sí mismo un endecasílabo, con acentos en la segunda, la sexta y la décima sílabas. Tenemos un endecasílabo hecho y derecho, con los acentos en su justo lugar y además con una música sugestiva. La diosa que se vuelve flor, con aliteraciones de por medio. Esta armonía del nombre, repetido y escuchado una y otra vez desde los días de la infancia, quiero suponer que ha producido efectos. En dado caso, los resultados están a la vista: más de una docena de libros de poesía, varios de ellos premiados en diferentes certámenes incluyendo el Nacional de Aguascalientes en 2016, parecen comprobarlo. Por supuesto, esta destinación “nominal” tiene que estar acompañada de otras cosas: yo agregaría de inmediato imaginación e intensidad de vida. Desde sus primeros libros Minerva Margarita Villarreal se caracterizó por ser una escritora libérrima, que se montaba en el potro de la imaginación para tramar unos versos que sorprendían por su factura y por sus atrevidas imágenes donde el sexo, la finitud y la muerte podían trenzarse del modo más espontáneo posible. ¿La base de ello? Yo diría que, a menudo, un instinto surrealizante en el manejo del lenguaje, al que acompaña un temperamento intenso, una inclinación por las situaciones extremas, por las situaciones límite. Hice alusión a la intensidad. Con ello no quiero referirme a la persona del poeta, sino a la calidad de sus textos. Son textos intensos, a veces desbordados. Para dar una mejor idea de lo que quiero decir con esta palabra, recurro al Diccionario de autoridades: “Intenso. Término físico que se aplica a la calidad aumentada por grados o de otro modo. Ordinariamente significa el último grado de aumento a que puede subir.”

          Inmejorable. Minerva Margarita suele manejarse en los últimos grados de aumento a que llega la escala. Aludo en este caso a algo físico, por supuesto, pero también emocional. Encuentro huellas de lo anterior en uno de sus primeros libros, Dama infiel al sueño (1991). Vean de qué manera retoma la historia de Penélope en este poema titulado “La espera”, y que deja leer: “Clavé la navaja en su cuerpo / Bebí su sangre / Padezco insomnio y mi túnica aún está manchada / Con ansia y miedo busco los hilos de amor todas las noches / Busco el camino de regreso / Pero he perdido el punto / Y mi tejido es hoy una labor inexplicable / Como también lo sería / Mostrarle a Ulises mi amor por otro”

          Lo que emerge en el último verso no es sólo una Penélope violenta, capaz de enterrar cuchillos, sino también infiel, lo que rompe con los esquemas que heredamos de Homero. La subversión continúa y tiene varios nombres. Me gustaría citar “La labor de Penélope”, que dice así: “Un cristal precioso, / una pequeña caja que destella figuras marinas. / Al fondo, pedazos de tus ojos / cortados por el viento. / Tu mirada es un hilo / y mis manos lo tejen / hasta cubrirlo todo.” Este poema, por cierto, está dedicado a Enriqueta Ochoa, uno de los antecedentes de su poesía.

           Todavía hay otra imagen, esta vez más escalofriante, de la misma Penélope. Veamos este apretado poema que lleva su nombre: “Durante veinte años he tendido una soga / donde prefiero colgarme todas las noches / a estar entre tus brazos / enteramente tuya / eternamente muerta.” Cualquier exégesis sería parcial e insuficiente. Estamos ante uno de los poemas de amor, o de desamor, más violentos que he conocido. Por su fuerza, por su intensidad, me recordó un poema de la gran Rosario Castellanos que quisiera citar aquí. Tiene el título de “Elegía”: “Nunca, como a tu lado, fui de piedra. // Y yo que me soñaba nube, agua, / aire sobre la hoja, / fuego de mil cambiantes llamaradas, / sólo supe yacer, / pesar, que es lo que sabe hacer la piedra / alrededor del cuello del ahogado.”

          A fin de cuentas, no es el amor sino la muerte lo que impera en estos dos poemas análogos y a la vez diferentes. El erotismo y la pulsión de muerte serían las dos caras de una misma moneda con la que siempre bajamos al mercado.

          También hay lugar en Dama infiel al sueño para el erotismo positivo. Qué mejor ejemplo que “De madrugada”, poema que abre esta selección: “Entro en tu cuerpo como quien camina sola por la noche. / Entro en tu cuerpo desde que desabrocho tu camisa, / desde que el pantalón cae hasta quedar sin vida. / Y cuando mi lengua te recorre, / cuando tu piel es abarcada, mordida, ensalivada; / cuando me deleito en la calidez de tu dureza… / Temblorosa de súbito: / ¡Cómo penetras de entero / tú en mí!”

           Pérdida, ganador del Premio Alfonso Reyes 1990, es otro de mis favoritos. Uno de los versos de este libro nos sitúa “en el deseo inabarcable, ingobernable, inmortal”. Habla de “La desesperación, la ira, / el desdén que emerge de tu sexo como un monstruo cautivo.” También refiere que: “Cabezas de cabellos lacios penden de la noche, / cuerpos deambulan hacia la nada; / y yo, / desde la ventana, / me ofrezco.”

          El torbellino de la destrucción se diría que casi siempre está presente: “La noche se puebla de alimañas. / Del cortinero desciende un firme y apoltronado vientre marino, / un devorador de carne humana que atraviesa los muros, / un tiburón con alas y quijadas voraces.” En efecto, esto es como una pesadilla. Son las imágenes que habitan en lo oscuro y que acaso no permiten que nos desvanezcamos en el sueño. Lo corrobora la autora: “Intento conciliar el sueño / y no son ovejas sino cabríos y no son cien sino cientos / y no es la calma sino el tiburón que desciende a desgarrar mi sueño.”

          Esta búsqueda intensa del erotismo que traspasa las lindes de la moralidad y de la muerte tendría que confluir de algún modo en el éxtasis místico, es decir, en la absoluta pérdida del yo que ama y escribe. Pero a este éxtasis se llega a través de un trabajo de resistencia. No es una gracia, es un estar erizo, si me permiten la expresión. Minerva Margarita Villarreal detecta este estado especial en los poemas de Ida Vitale. Encuentra que los exiliados trabajan “una singular forma de resistencia”, y que estos extraños, estos arrojados y despojados de todo, “entrenan su anatomía.” Me detengo en esta frase singular, la paladeo, y sigo: “entrenan su anatomía, y algunos logran, quizá sin proponérselo, que sus acciones empaten con las de los místicos españoles del siglo XVI:” (Palabras preliminares en Ida Vitale, Sobrevida. Antología poética. México, Ediciones Era, 2015)

           Adamar (1998), otro de sus libros de poemas, lo sintetiza en dos renglones: “Es la asunción / es Él quien llama.” No resisto la tentación de transcribir un poema completo de este libro en el que la búsqueda de lo divino, como ya lo hiciera en otra época Concha Urquiza, se convierte en ejercicio carnal, acaso no exento esta vez de tintes sadomasoquistas:

“Mi señor es montaña / mi señor es jauría / es montaña / cima de montaña / y mentira que ha de bajar / porque el cielo es puro rapto / pura mentira / duro de escalar está el cielo / Besa mis labios, anda, baja / Mi señor es montaña / mi señor es jauría / es montaña / cima de montaña / y mentira que ha de bajar / porque el cielo es puro rapto / pura mentira / Anda, baja, azótame / Mas Él / flotando entre las nubes / sonríe / se aleja / Mi señor es mañana.”

         Aunque la respiración es completamente moderna, se adivinan en Adamar a veces como trasfondo cuadros de la religiosidad barroca: suplicios, degollaciones, tormento, sangre y lágrimas. Véase este ejemplo: “Ágil movimiento de manos que atan las piernas de ella; vitrales trasvasados de relámpago, yeso, paredes sudando al jadeo de la oración primera. // Concupiscible, lúbrica, signaria; fiel a la tradición de Pitágoras, uncida al yugo de la negación, la belleza resplandece tras el martirio.”

          ¿Cómo no recordar en este contexto esos Cristos de pueblo que fascinaban a Siqueiros, esos Cristos sufrientes, llenos de llagas y escurriendo sangre?

En este prisma de religiosidad y erotismo abunda la poesía de Adamar: “Medrar medrar bajo la sangre de la cruz / andar en círculo   con el centro vacío / y en añicos el cristalino verbo / … / Vaciabas en la copa pulida tus dedos glaciales y líquidos / eras el mismo cáliz / Medrar medrar bajo la sangre de la cruz / beber beber hasta embriagarme.”

          Me gustaría decir que estos son los prolegómenos que conducen a Las maneras del agua, su libro maestro del que me gustaría hablar en otra oportunidad. Felicitaciones a Minerva Margarita Villarreal por su arduo y muy complejo recorrido. En su obra se cumple un dístico filosófico que hubiera agradado a Heráclito, el pensador del devenir y de la interconexión de los contrarios, y que a la letra dice: “todo lo que se mueve sosegado es / y lo que calmo está por dentro en furia fluye.” –Lo escribió la autora en otro de sus libros más afortunados, con un título hermoso: La paga común del corazón más secreto (1995).


[*] Publicado en la revista La Quincena, Monterrey, número 177, noviembre 2018.