¿Cuántas connotaciones, asociaciones, evocaciones y emociones producen y provoca la Naturaleza? Tantas como artistas la han presentado y quienes la distinguen con las divinas proporciones más allá de lo muy evidente; por eso este planeta azul debe ser salvado para quienes lo habitan de manera artística y no depredadora.
También el cuerpo humano guarda su secreto natural. En él se refugia un buen porcentaje de vida más allá de la muerte y para eso vino a habitar este mundo: ser uno con su circunstancia.
De los diversos temas poéticos, ninguno con tanto prestigio como el del ser humano siendo con su naturaleza. En constante lucha por entenderla y dominarla, durante mucho tiempo, y bajo su protección en tiempos más recientes. Para muestra de esto basta remitirse a los libros antiguos, a las culturas primarias, para saber que somos otro cosmos en los elementos, y el ser humano en su centro late como quinto elemento.
Los artistas frente a la naturaleza van desapareciendo con el entorno mismo que ahora precisa ser defendido de la destrucción y la especulación. La tierra, como recipiente de la naturaleza, ya no sólo es un regalo divino sino que ahora aparecen dueños que la están devastando porque no la consideran dadora de vida, sino dadora de ganancias.
Y el artista ha emigrado a otros paisajes. Se le perdió el respeto a la madre tierra y quien la admira la ha banalizado. Quien mire al mundo natural no puede hacerlo con la mecánica del vacacionista, del turista incidental que pinta viñetas descoloridas, toma fotos para el recuerdo o escribe simples y tranquilas palabras mandadas con presunción capturadas para multiplicación en la red electrónica. Pocas obras sobreviven a este naufragio si la mirada no está cargada de emoción para transgredir el simple efecto del espía de paisajes nutritivos.
Uno de esos hombres acosados y asombrados por la naturaleza es el poeta veracruzano Eduardo Cerecedo (1962), quien desde sus libros —puedo mencionar Cuando el agua respira (1992), Temblor mediterráneo (1993), Marea del alba (1995), Atrás del viento (1995)— se viene empapando con este entorno pródigo de símbolos y en esa realidad que le marca su nacimiento.
Quisiera destacar la persistencia que ha llevado a Eduardo Cerecedo a mantenerse cercano a sus temas fundamentales: el mar, el río, la selva. ¿Cómo atrapar estos emblemas en una red de palabras? Navegar le es preciso al poeta y gobernar con palabras será su sino. Es en este aspecto donde Cerecedo pone mayor énfasis para producir libros como Luz de trueno (2000), Agua nueva (2004) o Condición de nube (2012) porque a pesar de la persistencia y la reverencia acuática por porte del autor, el asunto del que escribe va más allá del simple transcurrir y sus poemarios se convierten en algo más atmosférico que temático.
Ya en sus primeros libros Cerecedo cedió y se dio a los emblemas que plantea el territorio costeño. Más allá del mar con sus planos fijos de cielo, mar y arena, está el nivel medio verdadero de las aguas que se besan: su naturaleza húmeda, sensual, de vegetación exuberante con zoología colorida. Desde aquí el poeta dibuja el mapa de sus consecuencias provocadas: aguas clandestinas y retozonas.
Los poemas de Cerecedo se ubican en la vegetación, andan entre el animalerío, hablan de los fenómenos meteorológicos, disfrutan o padecen los cambios climáticos, todo ello propios de una zona de bocas, de río y labios marinos. En la mayoría de sus libros se advierte el proceso de conocimiento y el crecimiento verbal motivado por la selva y las ceibas; lo que es más claro, existe una inmersión en la naturaleza que el mar complementa, ya que sumergirse en el paisaje no es cosa fácil
En sus primeros libros, Cerecedo se inclina más por la flora y la fauna particular: mangles, cocuyos, cedros, iguanas, peces, pantanos. Más adelante, entrando el siglo XXI, y sin dejar de lado el ecosistema mencionado, su viaje empieza en el mar y avanza tierra adentro, incluso incursiona en los valles y avanza hasta toparse con el desierto que la Biblia impone como penitencia al caminante: Festejar la ruina (2011).
Como quien nace, como quien vuelve de un largo viaje, como quien amariza a solas, Cerecedo viene del mar, de un mar profundo como la noche y el verso corto, sentencioso, avanza detrás de una voz, se coloca delante de un “eco de agua”. Después de este viaje se hace necesario retozar y reposar en la ciénaga, sobre el río, entre los naranjales, frente al alba —siempre alerta— descansando los ojos llenos de mar en una higuera noble, soñando el oasis.
¿Qué hay en el marinero que no ha caído de la gracia del mar? Otros poemarios como Luz de trueno, Cuando el agua respira, Atrás del viento. Aún cuando toca tierra, el poeta y su viento se revoluciona y se convulsiona; el poeta escribe,
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¡bebed!
Aquí ha incursionado en el desierto como Moisés, pero Cerecedo cede a su depresión tropical; toca tierra, y en esa acción poética toca, empuja y abre.
Es así pues que la obra poética del autor de Caracol vanidoso tiene más de 20 años de duración, y esta antología personal titulada Trópicos I nos muestra la devoción al verso y sigue cantando la alegría a la naturaleza.
Estamos en el mediodía del autor de La misma moneda. Ya no sólo hay defensa de la naturaleza sino versos que pellizcan montañas, palabras lanzadas como piedras, como acusaciones, como blasfemias, como recurrencias de los tiempos idos. Nacen de su polvo.
Dice el poeta José Manuel Mateo,
El arte y la poesía ponen sobre la mesa la calidad terrena del hombre, su finitud, y la enfrentan sin falsos velos con su contraparte: el infinito. De ese choque surge una paradoja sencilla pero capaz de alterar nuestra forma de estar en el mundo y de conducirnos: somos la parte mortal del infinito.
Bienvenidos a la poesía de una naturaleza que no termina y que renace de sus cenizas.
En esta selección de la obra de Cerecedo hay palabras de construcción, redención y destrucción. Festejos y dejos de un poeta que nombra la ruina pero también el amor. La revelación de lo que se va destruyendo, la redención de lo que se va construyendo. La vida en la naturaleza, la naturaleza como religión.
Trópicos I. Antología personal, Fondo Editorial Estado de México, 2015 Colec. (Letras. Summa de días)