Jardines sumergidos

por Francisco Hernández

 

PALABRAS A FLOTE

Milenio, 2 de mayo de 2003

 

La poesía, mediante las palabras que convoca, suele irse con mayor frecuencia a las profundidades, que salir a la superficie para después ganar altura.

Y cuando hablo de las profundidades no me refiero a lo profundo, sino a los versos de siempre con la mediocridad de siempre: aquella que no emociona, que no sacude, que le da la espalda a los sentidos sin arriesgar nada, en ningún terreno.

No es el caso de Jardines sumergidos, el quinto libro de poemas de Jorge Valdés Díaz-Vélez, editado por Colibrí y la Secretaría de Cultura de Puebla.

 

DOS

Esta obra se fundamenta en el rigor y en la exigencia. El poema “Después de un largo viaje”, por ejemplo, se construye a partir de endecasílabos asonantes. Empieza con un quinteto seguido por tres cuartetos. Y su asunto tiene que ver principalmente con la soledad que se reconcentra en los climas desconocidos o bajo la regadera de un cuarto de hotel también desconocido, donde el poeta, sin duda, será atacado por ese insomnio que le es tan familiar. Aquí se consolida la lejanía de ese alguien que nos resulta indispensable y el lenguaje se transforma en el último asidero y en la concepción más pura del oxígeno.

 

TRES

El soneto llamado “Nox” es notable también. Redondo, musical, paisajístico, nos presenta al escritor como lo que es o como lo que debiera ser: el testigo, el observador, el cronista que nos hace abrir los ojos para ver el color de las nubes, el polen y las estrellas que transporta el viento y un concepto en el que nunca había reparado: el mar en continua rotación como lo que es: un planeta de agua salada. Estos son los últimos versos del poema:

Anochece. Parte del día

sin dolor aparente ni alegría.

Cuántas veces he oído este paisaje

mudar a voluntad frente al oleaje

del alba o del ocaso. Ya está oscuro

el mundo. Están la noche y el futuro.

 

CUATRO

En cuanto a la malicia y el sentido del humor, una prueba clarísima es “Las flores del Mall”. Por el texto transitan muchachas endiosadas, de esas que algún día envejecerán, pero que por el momento se sienten inmortales, deseadas, intocables y que con justificada razón nos menosprecian.

Son o encarnan el mal, sin saber que alguna vez existió un poeta francés llamado Charles Baudelaire y sienten que su verdadero lugar en el mundo está en esos enormes centros comerciales similares a la catedral de Notre Dame, donde la divinidad indiscutible es el consumo.

Reproduzco las primeras líneas:

Las jóvenes diosas, nocturnas

apariciones (ropa oscura,

plata quemando sus ombligos)

en la cadencia de la pista,

comenzarán a despintarse

con la premura de los años,

los problemas, quizá los hijos

que no tienen aún.

 

CINCO

Si los jardines se sumergen, es porque están repletos de poesía o de nostalgia por esas ciudades que no volveremos a ver. Por eso en este libro se mencionan los aviones, las temperaturas o los diferentes rostros de Madrid, La Habana, Buenos Aires, Pompeya, Venecia o el Averno. Si los jardines se sumergen, es porque están repletos de raíces donde los sueños a menudo, florean.

Por eso ahí está Jorge Luis Borges con su sombra, Kavafis con sus navegaciones espumosas, Cernuda con sus claros ventanales o Jaime Gil de Biedma con sus palpitaciones estelares.

 

SEIS

Termino con el texto titulado “Materia del relámpago”, donde el amor, con su maquillaje, su ropa interior y sus perfumes, nos llama la atención por un instante, recordándonos, quizá, lo más estimulante de la vida:

Calculaste al detalle cada paso,

sutil, desde hace siglos. Finalmente

tu esposo está de viaje y tus pequeñas

se fueron a dormir con sus abuelos.

Así que ahora estás sola y con euforia,

te has vuelto a maquillar y te has vestido

de negro riguroso y perfumado

tu mínima porción de lencería.

Estás temblando, te dices, pero nada

te hará volver atrás. Miras tu imagen

alzada en los tacones, desafiante.

Tú y la noche son jóvenes y hermosas

Como una tempestad que se aproxima.