Selección de obra poética de Félix Suárez

Por Eduardo Cerecedo

Ahora, Vuelo de jaguar dedica su número 11 a la poesía del autor nacido en el Estado de México, Félix Suárez, cuya presencia en las letras nacionales ya es fundamental. En esta muestra de su trabajo que he seleccionado, se puede leer, y con ello confirmar, el porqué de su importancia en el panorama literario de México: la vasta visión que tiene de las cosas, de los objetos y de la esencia que los contienen.

Su verso saludable, con visos a la época grecolatina, es atisbo hacia la época actual. Su ir y venir de un tiempo a otro,  confiere al verso la posibilidad de certeza en la manera de tratar el lenguaje, digamos personal. Así marcha la situación en ajuste de versos, con ello, equilibra el tiempo y la memoria al servicio de esa factura de la rima, para que la poesía sea mediadora entre el temblor y la carne; es decir, el lector es parte de esa pieza poética que prolonga el entusiasmo mediante el seísmo que le evoca su lectura. De este modo, arrobamiento y sorpresa se unen para asombrar al que descifra los códigos del poema.

Basta pues, una breve presencia de la voz de Félix Suárez para seguirlo leyendo.  Aquí su voz hecha palabra, ritmo, imagen y cadencia.

 

 

EL POZO

 

Estábamos ahí de pronto sin pedirlo:

frente al pozo.

Asomados

con miedo al ojo quieto de la noche.

 

Ardía el olor a tierra húmeda

y un cuchillo de luz temblaba

allá en el fondo,

como se abre la piel acuosa de un animal.

 

Era de verse aquello, mi Dios:

el alma que tú me has dado,

temblando como una hoja indócil frente al destino.

 

VERANO

 

Arde el mediodía

de vocinglera miel.

 

Y en sus notas últimas

la tarde al fondo

me pronuncia:

niño, hombre cansado.

 

Estremecida nube que pasa.

 

ABRASADOS

 

Arden con piel y huesos

Sobre e l pabilo trémulo del día.

 

Las manos y los muslos enlazados,

las bocas ávidas,

convulsas.

 

Saben que luego de la inmensa llama,

luego del fuego que los hiere

y los alumbra, un día,

amargos,

se llenarán de frío.

 

EL MAR

 

Puedes volver al sueño

y soñar otra vez que estaba ahí.

 

Que había una mujer tristísima a tu lado,

que iba y venía

de puntas por tu vida.

 

Sin descansar. Sin agotarse.

 

Infinita siempre. Como el mar.

 

Recomenzando.

 

FLAVIA

 

Cuanta hermosura y majestad las tuyas, Flavia.

Qué alegre regocijo aún

el de tus pechos: dos torcazas

se me parecen parloteando,

llamando y repeliéndose para el amor.

 

Ni los propios caballos enjaezados,

ni toda la noble armada del mismísimo

César se les comparan.

 

Que pena entonces cuando miro el cielo

y veo la noche tan cercana ya.

 

Tan cerrada, tan densa.

 

Y restallando.

 

BUCÓLICAS

 

Caen de todas partes del árbol,

no los tibios restos del día:

las hojas

del feroz aguacero.

 

Me tiendo un poco ahí,

me paro un poco ahí

a descansar de mi fatiga.

 

Y ahí estamos,

ellas y yo,

hojas y huesos vencidos por igual.

 

Ellas y yo

—La misma rama, el mismo treno—,

rondando iguales por la oscura tierra.

 

EPITAFIO

 

En este apartado rincón de roma

—obeso y bien vestido—,

Aún se recuerda a Porcio

por sus finísimos caballos

y por el pestilente olor

a caño que despedía al hablar.

 

A LA SOMBRA DEL ECLESIASTÉS

 

Es éste el mismo aire,

la misma luz,

el mismo cielo convertido en agua,

la misma lija

que devastó a mi padre y a mi abuelo.

 

La misma piedra intacta.

Y sólo hoy —este instante—,

sólo esta dicha pasajera y mía

no volverá.

 

GORRIÓN

 

Apenas un instante atrás,

entre los setos verdes

y las ramas del tomillo,

surgió cortando el aire.

 

Febril.

 

Como un disparo.

 

Y en este instante atroz

en descampado,

lo devastó un suspiro.

 

*Mientras el otro duerme

entre algodones y quetzales,

a su flanco

las armas del vencido

—rodelas y obsidianas—

chorrean

hiel.

 

*Me entristecen

los cielos imprecisos,

los celos que me causas.

Y este amor

—sangriento amor—,

que no termina de engullirnos.

 

MELANCOLÍA

 

Cruje la hojarasca.

 

Y el polvo

removido,

se estremece

humildemente

mientras

pasa.

 

*Tortuga alcoholizada, llega con los pies

confusos la luna.

Azota las puertas

y la oyes

gimiendo a media noche, inconsolable,

como si esta vez

—ahora sí—

se acabara el mundo.

 

CACERÍAS

 

He vuelto a casa, entumecido

y sin fuerzas,

con arena

y yerbas

y un poco enfermo.

 

Pero aún tengo

en la ropa

y entre los dedos

los almizcles agazapados

de tu perfume.

 

VII

 

El agua es un espejo recurrente,

donde la verde voz de una muchacha,

envuelta en años,

desde un auto,

o al fondo de una tarde entre la lluvia,

repite el nombre de ese instante

y agita la distancia con la mano:

“¿Adiós perplejo?”

 

XII

 

Y dudo entonces, alma mía,

y lentos son los puentes

del trapecio,

lejano el salto

y la loca esperanza

que me anima.

 

SÍSIFO

 

El mismo mal, el mismo grillo que ejecuta

a ciegas su instrumento;

la pena idéntica y sus élitros,

la herida que sonríe de horror

mientras medita.

 

Y otra vez el mismo andar.

 

La misma cantilena de mis actos,

unir y venir tras de la piedra,

tras el esfuerzo que derrapa, insostenible,

en el penúltimo escalafón.

 

Subir para caer de nuevo,

y nada es cierto,

sólo la vívida conciencia del retorno,

la sed que te levanta,

a media noche,

trémulo de ardor,

como una mano de raíces hasta el cielo.

 

 

 

Director Editorial

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