Ahora, Vuelo de jaguar dedica su número 11 a la poesía del autor nacido en el Estado de México, Félix Suárez, cuya presencia en las letras nacionales ya es fundamental. En esta muestra de su trabajo que he seleccionado, se puede leer, y con ello confirmar, el porqué de su importancia en el panorama literario de México: la vasta visión que tiene de las cosas, de los objetos y de la esencia que los contienen.
Su verso saludable, con visos a la época grecolatina, es atisbo hacia la época actual. Su ir y venir de un tiempo a otro, confiere al verso la posibilidad de certeza en la manera de tratar el lenguaje, digamos personal. Así marcha la situación en ajuste de versos, con ello, equilibra el tiempo y la memoria al servicio de esa factura de la rima, para que la poesía sea mediadora entre el temblor y la carne; es decir, el lector es parte de esa pieza poética que prolonga el entusiasmo mediante el seísmo que le evoca su lectura. De este modo, arrobamiento y sorpresa se unen para asombrar al que descifra los códigos del poema.
Basta pues, una breve presencia de la voz de Félix Suárez para seguirlo leyendo. Aquí su voz hecha palabra, ritmo, imagen y cadencia.
EL POZO
Estábamos ahí de pronto sin pedirlo:
frente al pozo.
Asomados
con miedo al ojo quieto de la noche.
Ardía el olor a tierra húmeda
y un cuchillo de luz temblaba
allá en el fondo,
como se abre la piel acuosa de un animal.
Era de verse aquello, mi Dios:
el alma que tú me has dado,
temblando como una hoja indócil frente al destino.
VERANO
Arde el mediodía
de vocinglera miel.
Y en sus notas últimas
la tarde al fondo
me pronuncia:
niño, hombre cansado.
Estremecida nube que pasa.
ABRASADOS
Arden con piel y huesos
Sobre e l pabilo trémulo del día.
Las manos y los muslos enlazados,
las bocas ávidas,
convulsas.
Saben que luego de la inmensa llama,
luego del fuego que los hiere
y los alumbra, un día,
amargos,
se llenarán de frío.
EL MAR
Puedes volver al sueño
y soñar otra vez que estaba ahí.
Que había una mujer tristísima a tu lado,
que iba y venía
de puntas por tu vida.
Sin descansar. Sin agotarse.
Infinita siempre. Como el mar.
Recomenzando.
FLAVIA
Cuanta hermosura y majestad las tuyas, Flavia.
Qué alegre regocijo aún
el de tus pechos: dos torcazas
se me parecen parloteando,
llamando y repeliéndose para el amor.
Ni los propios caballos enjaezados,
ni toda la noble armada del mismísimo
César se les comparan.
Que pena entonces cuando miro el cielo
y veo la noche tan cercana ya.
Tan cerrada, tan densa.
Y restallando.
BUCÓLICAS
Caen de todas partes del árbol,
no los tibios restos del día:
las hojas
del feroz aguacero.
Me tiendo un poco ahí,
me paro un poco ahí
a descansar de mi fatiga.
Y ahí estamos,
ellas y yo,
hojas y huesos vencidos por igual.
Ellas y yo
—La misma rama, el mismo treno—,
rondando iguales por la oscura tierra.
EPITAFIO
En este apartado rincón de roma
—obeso y bien vestido—,
Aún se recuerda a Porcio
por sus finísimos caballos
y por el pestilente olor
a caño que despedía al hablar.
A LA SOMBRA DEL ECLESIASTÉS
Es éste el mismo aire,
la misma luz,
el mismo cielo convertido en agua,
la misma lija
que devastó a mi padre y a mi abuelo.
La misma piedra intacta.
Y sólo hoy —este instante—,
sólo esta dicha pasajera y mía
no volverá.
GORRIÓN
Apenas un instante atrás,
entre los setos verdes
y las ramas del tomillo,
surgió cortando el aire.
Febril.
Como un disparo.
Y en este instante atroz
en descampado,
lo devastó un suspiro.
*Mientras el otro duerme
entre algodones y quetzales,
a su flanco
las armas del vencido
—rodelas y obsidianas—
chorrean
hiel.
*Me entristecen
los cielos imprecisos,
los celos que me causas.
Y este amor
—sangriento amor—,
que no termina de engullirnos.
MELANCOLÍA
Cruje la hojarasca.
Y el polvo
removido,
se estremece
humildemente
mientras
pasa.
*Tortuga alcoholizada, llega con los pies
confusos la luna.
Azota las puertas
y la oyes
gimiendo a media noche, inconsolable,
como si esta vez
—ahora sí—
se acabara el mundo.
CACERÍAS
He vuelto a casa, entumecido
y sin fuerzas,
con arena
y yerbas
y un poco enfermo.
Pero aún tengo
en la ropa
y entre los dedos
los almizcles agazapados
de tu perfume.
VII
El agua es un espejo recurrente,
donde la verde voz de una muchacha,
envuelta en años,
desde un auto,
o al fondo de una tarde entre la lluvia,
repite el nombre de ese instante
y agita la distancia con la mano:
“¿Adiós perplejo?”
XII
Y dudo entonces, alma mía,
y lentos son los puentes
del trapecio,
lejano el salto
y la loca esperanza
que me anima.
SÍSIFO
El mismo mal, el mismo grillo que ejecuta
a ciegas su instrumento;
la pena idéntica y sus élitros,
la herida que sonríe de horror
mientras medita.
Y otra vez el mismo andar.
La misma cantilena de mis actos,
unir y venir tras de la piedra,
tras el esfuerzo que derrapa, insostenible,
en el penúltimo escalafón.
Subir para caer de nuevo,
y nada es cierto,
sólo la vívida conciencia del retorno,
la sed que te levanta,
a media noche,
trémulo de ardor,
como una mano de raíces hasta el cielo.