«Un ritual entre nosotros», poemas de Jonathan Harrington

por Luis Manuel Pimentel

!YUCAGRINGO!, gritó Jonathan Harrington en la habitación de un hotel en Pachuca, donde había una celebración con los poetas que fuimos al IX Festival Internacional de Poesía Ignacio Rodríguez Galván. Cada uno de nosotros gritaba algo, cuando muchas voces decían a coro el país de donde proveníamos. Sonreí porque él es de Estados Unidos, pero vive desde hace más de 20 años en la ex-hacienda San Antonio Xpakay, que está entre Merida y Ticul, en Yucatán. Con el ánimo que lo dijo, logró contagiarnos, entre realidad y ficción, esa fuerza de pequeño toro.

De baja estatura, cuerpo fornido, bigote en su punto; de piel rojiza y cabello blanco, además del acento marcado de un español que deja en pausa, como si un par de pelícanos le sostuvieran en el aire las vocales y consonantes, continuaba la conversa.

Jonathan esa noche leyó un poema, entre la algarabía de poetas trasnochados. Me llamó la atención el modo narrativo de su propuesta, mientras seguimos bebiendo de la cachaza que trajeron Marcelo y Thiago, un par de poetas brasileños, que eran los que armaban la rumba. Ya entrado el alcohol en la mente, leí un poema sobre la legión de los borrachos. Al terminarlo, por intuición se lo regalé.

Con el tiempo, Jorge Contreras Herrera inventó unas reuniones vía zoom por la terrible pandemia que padece el mundo por el COVID-19, y volví a saber de él. Esta vez, desde nuestro hogar, leíamos poesía y tuve tiempo y detenimiento de escuchar aquellos versos que me siguieron impresionando, sobre todo, por esa cadencia donde expresa situaciones cotidianas mezcladas con fantasía; con las que a veces logra confesar los grandes motivos que han movido su vida —como revela la selección que hoy presentamos—  otras veces entra en juego con lo que supuestamente es, logrando llevarnos a su mundo propio que va entre el amor y el desenfado.  Poeta que se conecta con el tránsito de las cosas que parecen comunes, logra crear microatmósferas con las acciones de sus personajes. No puedo dejar de decir que me recordó el impulso del hígado de Charles Bukoswki.

A veces pienso que cuando vaya a Yucatán lo buscaré, para ir a la orilla de la playa con una hielera repleta de cervezas, a detallar y escribir, cómo bajan los pelícanos cuando miran un pez desde el cielo./Luis Manuel Pimentel

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Versiones en español por Fernando de la Cruz y Susana Barradas

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Tráfico

Cada mañana
ella se detiene a tu lado
en el mismo lugar
frente a mi puesto de periódicos
los dos corriendo al trabajo.
Qué perfectamente sincronizadas deben estar sus mañanas
en tus pies y los de ella
para tocar la misma grieta en la acera
como siempre, justo antes de las 9
cuando abro las cajas de revistas.
Ella a veces trata de atrapar
tu mirada, mientras me entrega el cambio exacto.
Pero tú siempre miras hacia abajo
como si algo vergonzoso
sucediera entre los tres.
En las noches, acostado,
me pregunto quién es ella
mientras la luz de la lámpara fuera de mi ventana
se derrama en la alfombra deshilachada
de mi cuarto amueblado.
Me pregunto si tú alguna vez
acostado, también,
en algún lugar de la ciudad,
piensas en ella.
En la mañana, mientras apilo el Daily News,
tú bajas del autobús
ella sale del metro, portafolio en mano,
y caminan el uno hacia el otro.
Es un ritual entre nosotros.
Le doy el Wall Street Journal,
y a tí el New York Times,
tus pies y los de ella casi se tocan
pero luego se pierden en el tráfico
de nuestras vidas separadas.

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Xpuhá

A nuestro único hijo concebimos
en una blanca sábana de arena
junto a un Caribe a tal grado traslúcido
que brillaban los ojos de copos estelares
sobre la superficie de las aguas.
Ya ni siquiera puedo decir el nombre
de esa caleta lejana sin pensar en qué le hicieron
a nuestro lecho de playa, luna, estrellas,
aguamarina y ruinas,
y en qué le hicimos nosotros
a nuestro amor eterno de ese entonces.
Cuando pasé otra vez por esa playa,
dormía en ella un monstruo:
MEGACOMPLEJO TURÍSTICO…
TODO INCLUIDO…
con lo que implica el término:
que esos vacacionistas consentidos
creen que pueden tener lo que tuvimos,
en tanto que lo nuestro
yace ahora arruinado
como los templos mayas que se asoman
al horizonte verde delante de la arena
que dio lugar al Génesis de nuestro hijo.
Me detuve, bajé de mi vehículo,
caminé por el mármol del lobby
para entrar a un complejo de boutiques,
de restaurantes, bares y tiendas de regalos
y atravesar la puerta corrediza
frente al mar.
Una niña tranquila
se bañaba en la alberca construida
justo sobre el lugar
donde nos recostamos
en perfecta armonía
para engendrar de ahí nuestro legado.
Sus padres, desparramados en camastros,
sonriéndose, juntaban las narices
con el mismo cariño
que nosotros sentimos
esa noche remota
cuando nunca habríamos vislumbrado
que un día todo esto
—el lugar y nosotros—
habría cambiado irreversiblemente.

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Esposado a la rocola

Suena el teléfono
despierto
caigo de la cama
estiro mi brazo roto
contesto el teléfono
es la empresa hipotecaria
se ha recuperado mi casa
debo ir a su oficina
a firmar papeles
así que subo a mi carro
pero atropello una ciclista
que sostiene su cuello roto
y comienza a gritar
Demandaré
la subo a mi carro
vamos a Emergencias
donde un policía me arresta
pero de camino a la cárcel
se topa con un viejo amigo
van a un bar
por unas cervezas
me llevan con ellos
me esposan a la rocola
el bar se incendia
el policía huye por la puerta trasera
entra un bombero
y de un tajo con un hacha
libera mi muñeca atada a la rocola
salimos corriendo
pero tropiezo y caigo
a una alcantarilla
una corriente de agua sucia me arrastra
hasta el mar
dos personas se acercan en un yate
me suben abordo
y me alimentan con sándwiches de pepino
azota una tormenta
el bote se hunde
ambos se ahogan
pero yo nado hasta la orilla
paro un taxi
y voy directo a casa, a la cama.

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Una visita de papá

Vi a papá el año pasado
sentado en el Blarney Stone de la Octava Avenida.
Parecía feliz de verme;
para nada sorprendido.
Yo miraba de reojo su rostro pálido
brillando entre las botellas de whisky
en el espejo tras el bar.
Me ofrecí a comprarle un trago,
se rehusó, contento de chupar el hielo
de su Old Fashion.
Le pregunté si ve seguido a mamá.
—Sí, por supuesto, todos los días—.
Eso me sorprendió.
La gente del bar
se alejaba de nosotros
como si yo fuera un loco
hablando solo.
Le pregunté a papá cómo es ahí.
—¿Dónde?—
—Ya sabes—. Di un sorbo a mi Harp.
Papá sonrió, guiñó, levantó su vaso
y dio vueltas al hielo
como un jugador de dados
buscando ojos de serpiente.
—Es gracioso—, dijo, finalmente.
—Todos seguimos haciendo
todo lo que hacíamos antes.
Tu madre y yo tenemos una casa bonita—.
—¿Y qué pasa con las personas que viven ahí?—pregunté.
—Nunca nos ven…
oh, de vez en cuando
cuando tu madre aporrea una puerta
bromean acerca de fantasmas
y esas cosas.
Pero nos dejan en paz,
y nosotros a ellos—.
Solo vi a papá una vez después de eso
parado en la puerta de un delicatesen en la Calle 66,
su mano ahuecada alrededor de la llama de un Zippo.
Su rostro fantasmal se iluminó un momento
con el destello del encendedor,
luego la llama se apagó y él desapareció.
Solo pude distinguir la punta encendida de su cigarro
desvaneciéndose por Broadway.

 

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Jonathan Harrington (Florida, Estados Unidos, 1956).  Máster en las Bellas Artes, de la Universidad de Iowa. Poeta, columnista, editor y autor de cinco exitosas novelas de misterio. Sus libros de poesía incluye: Rastro de papeles, The Traffic of Our Lives, Aquí / Here (bilingüe), Yesterday, a Long Time Ago, y Handcuffed to the Jukebox. Dos veces asistió a Semana Negra de Gijón, (España) como invitado de Paco Ignacio Taibo.  Asistió como invitado de Festival Internacional de Poesía en Pachuca, Hidalgo, México y FIP, Tecoh, México.  Asistió a la 16 Festival de Poesía en Habana, Cuba. Fue profesor de Creación Literaria en dos universidades estadounidenses. Ha colaborado en una variedad de medios, entre ellos, el New York Times y el Texas Review. En 1989 editó la antología de cuentos New Visions: Fiction by Florida Writers. Más tarde, sus colaboraciones en la revista Metro le otorgaron el premio Gold “Charlie” Award por mejor columna del año. En 1992, publicó una colección de estos ensayos en el libro Tropical Son: Essays on the Nature of Florida, con amplia aceptación de la crítica. Orgullosamente yucagringo, radica en la hacienda Xpakay, en el Yucatán rural, donde tradujo al inglés las obras de dos poetas como Jose Díaz Bolio y también poetas mayas contemporáneos: se trata de los poemarios Ti’ u billil in nook, de Briceida Cuevas Cob y Ukp´éel wayak´, de Feliciano Sánchez Chan.  Su traducción del libro de Sánchez Chan fue nominado por ocho premios de traducción.