Eduardo Cerecedo: de trópicos y humana geografía

por Daniel Olivares Viniegra

Eduardo Cerecedo (Tecolutla, Veracruz, 1962) ostenta como máximos logros el ser Premio Internacional de Poesía “Bernardo Ruiz” 2010, Premio Nacional de Poesía Alí Chumacero en 2011​ y Premio Nacional de Poesía Lázara Meldiú en 2012, pero el listado de sus méritos, acciones y reconocimientos es desde luego con mucho más amplio y destacable. Universitario con formación en Letras, ha publicado más de 20 libros de poesía y como crítico literario ha colaborado en importantes publicaciones nacionales. Algunas notas y poemas suyos han aparecido también en revistas internacionales como Alhucema (España),  La casa grande (Colombia)y Maestra vida en Perú. Algunos de sus poemas han sido traducidos al portugués, inglés, francés e inclusive al coreano. Imparte talleres, ha hecho radio, y así, abierto y polígrafo como es, incursiona actualmente mucho más en el cuento y en la novela. Ya como maestro, panelista-presentador, prologuista, editorialista o editor, es un promotor incansable de la literatura contemporánea y ha participado en la creación de múltiples libros realizados por jóvenes escritores.

Recientemente viene presentando su Antología Personal compuesta por tres tomos, los cuales representan un viaje de lo más completo a la génesis, evolución y universo de éste, al parecer inagotable e incansable demiurgo, siempre él y su cosmogonía toda en constante creación y expansión. El volumen I es el que más se promueve, ( Pues los otros títulos están agotados) pues su elegante edición, misma que incluye un CD de audio, ha sido apoyada generosamente por el gobierno del Estado de México. Este libro basta y sobra para darse una clara idea del talento, dimensiones y búsquedas del autor, pero debe entenderse, con todo y sus dimensiones, como apenas un aperitivo. (El coctel completo queda integrado por Trópicos II. Tu cuerpo como un río: Poesía amorosa, Sepia Ediciones, 2015, y Trópicos III. Zoología poética, Eterno Femenino Ediciones, 2016).

Luego entonces hay que asentar que en todos esos volúmenes, sus Trópicos, el poeta Cerecedo enarbola inevitablemente y con la exuberancia debida, una celebración de la vida y sus creaturas, si bien, de paso, y como corresponde a todo ser además de pensante, oficiante y comulgante, aprovecha para tejer de fondo un manifiesto en defensa de esa abstracción mayor a la que nombramos Naturaleza, contenido y continente, que a todo lo que existe (nuestro universo) real y sensible genera y alberga.

Así lo entiende y proclama también Armando Oviedo desde un abierto prólogo en el que insiste en recordarnos que somos, y hemos de seguir siendo (aceptémoslo o no) navío y viaje, el ser y el todo que nos sustenta y al que mínimamente nos debemos con reverencia; esto porque, al menos en el presente más inmediato, la decisión es nuestra y la cuestión de fondo es la supervivencia de nuestro planeta y/o el legado que en él alcancemos a labrar.

Para lograr todo ello, como si casi no estuviera proponiéndoselo, Eduardo Cerecedo rescata lo más posible su experiencia de ser humano, social, mas –ante todo– íntimo y biológico, al tiempo que intenta conminarnos a una comunión igualmente vivencial y trascendente a la que sólo accederemos mediante la puesta en juego de todos y cada uno de nuestros sentidos y de los elementos que los afectan o que en ellos y mediante ellos se recrean. He aquí entonces a los cuatro elementos en armónica pugna y la poesía como el quinto de ellos dirigiéndolos y amalg(amándolos).

Esto porque, aunque este es un viaje muy (y de suyo) personal y que incluso parte de lo familiar o lo doméstico, gracias a la magia de su poesía comunicante se nos vuelve colectivo, y no solamente acontece hacia el ser individual o por entre las inagotables sendas del mundo natural, sino que en ocasiones se remonta también hacia el origen de los seres y las cosas, los acontecimientos todos y sus motivaciones… y es un periplo que por supuesto se nos plantea como largo y casi inagotable, pero que no por ello habrá de resultarnos menos deleitoso.

Para este vate veracruzano el disfrute de cada amanecer, de cada respiro, de cada suspiro entre los amantes, de las luces y de las sombras, las maravillas del paisaje y sus múltiples seres animados o inanimados constituyen la materia prima pródiga desde la que recupera siempre su ser sumido en el entorno… Esa actividad adámica es igualmente su lema y tema, piedra de toque y sueño utópico permanente. He aquí el plenipotenciario hombre paradojal, el apenas pequeñísimo ser que desde su soberbia individualidad, pero también desde su frágil y perecedero cuerpo carnal o repliegue místico, todo lo conquista, en tanto aspira minuto a minuto a la comunión plena, por lo que el elemento erótico es por lógica también razón de vida y origen, una constante, inevitable, fluida, feraz, caudalosa, inacabable.

Eso en cuanto a lo humano, en tanto que desde la perspectiva literaria, tenemos el privilegio de situarnos ante un poeta que no solamente sabe su oficio sino que no teme arriesgarse a revelar sus sendas de aproximación, mismas que se remontan a la poesía mística, al reconocimiento rilkeano de la naturaleza poética y que, por supuesto –dadas las materias que enfrenta– nos guía todo el tiempo a buscar conexiones con Ezra Pound, Alfonso Reyes, Salvador Díaz Mirón, Carlos Pellicer, Carlos Drummond de Andrade, Álvaro Mutis, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, o más cercanamente con David Huerta y muy lejanamente inclusive con Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros muchos afectos entrañables y dispersos.

Poesía muy bien llamada entonces proteica y comulgante, pero que es igualmente reflexiva y que vibra hasta con aspiración profética. Poesía desde la entraña, que no por ello deja de ser vivencial, y lo mismo mística que filosófica. Poesía la de esta incansable mirada que, aun en su brevedad, no deja de ser caudal, lo mismo que ambiente sonoro; si no es que espejo fiel, temblor del agua estancada y a la vez cielo y abismo ahí presente, ahí permanente, ahí suave y abundantemente siendo.

Trazado el mapa de todas las costas en las que se refocila, el universo-mundo-paraíso ancho y ajeno que Eduardo Cerecedo nos comparte, se extiende así también por todos los paralelos desde el Trópico de Cáncer hasta el Trópico de Capricornio, sin dejar de tañer incluso con su agudísima (más melodiosa) lira, todos los meridianos del ser, el saber y el sabor de la jugosa vida que por doquier propala y venturosamente nos colma; aun en el aquí y en el ahora; también y todavía, cada día más… y por  fortuna.

 

*Texto leído en la presentación de Trópicos I. Antología personal en la Casa del Poeta Ramón López Velarde, Álvaro Obregón 73, Col. Roma, CDMX.

 

Eduardo Cerecedo, Trópicos I, Antología Personal (Colección Letras, Suma de Días), incluye CD en voz del autor, Prólogo de Armando Oviedo, Fondo Editorial Estado de México, 2015.