Eduardo Cerecedo: Poeta luminoso

Por Sergio García Díaz

Eduardo Cerecedo es de una estirpe de poetas que se remonta a la época del Romanticismo Decimonónico Mexicano, con un Poeta llamado: Salvador Díaz Mirón. Pasando por un catedrático que absorbió en los clásicos griegos y romanos, como es el caso de Don Rubén Bonifaz Nuño, poeta que Cerecedo conoce a bien saber, y sabe de la vértebra; como lo es vida cotidiana para construir sus mejores poemas; Después Francisco Hernández lo alumbra con la fuerza metafórica capaz de sublimar la locura. Y a vertiente le sigue nuestro amigo veracruzano, nacido en Tecolutla, Veracruz.

Eduardo Cerecedo se formó en la UNAM, supo desde la infancia que estaba destinado a buscar en las vetas del lenguaje la sonoridades que le den el ritmo necesario para emprender viajes de las olas, el sonido de las cañas de azúcar, el silencio en las vueltas de los voladores de Papantla, hasta llegar a los lugares donde luz y sombra confluyen en las calles de la ciudad más poblada del mundo. De las mismas formas va coordinando su quehacer poético con el trabajo en la promoción cultural y la formación de nuevos talentos con sus talleres en un proyecto llamado: El Faro de Oriente, entre otros.

Ahora nos sorprende con esta antología de poesía amorosa, Trópicos II Tu cuerpo como un río. Se introduce en un terreno pantanoso donde es difícil no salir manchado de cursilería. Del cual desde ahora decimos que sale bien librado. Básicamente por el manejo de la retórica poética, de sus lectura en la tradición de comparar el cuerpo de la mujer con la naturaleza, y el juego con una sensualidad que raya en la hermosura, la liviandad llegando hasta la sublimación de la vida cotidiana.

Trópicos II tu cuerpo como un río, Poesía Amorosa, inicia con un epígrafe de Rudyard Kipling: “He tomado el placer  donde lo daban/ y ahora debo pagar por esos buenos ratos; / porque, cuanto más sabes de las otras/ más difícil resulta acostumbrarse a una”. Epígrafe y sentencia de lo que vendrá adelante: el amor en sus diferentes manifestaciones. Donde el amor es un grito de luz, un grito silencioso, un grito ahogado por los besos, por el resuello y los gritos lascivos donde sólo Cupido sabe dónde pegará con sus saetas que iluminan o enloquecen a quien atraviesa.

“La semilla de agua/ ha brotado de la rosa/ que crece/ entre tus piernas.

Donde el colibrí/ incendia su garganta.”

La sutiliza del tratamiento de la metáforas, de las analogías nos dejan entrever a un poeta que va tejiendo su propuesta poética alejada de algo que se pudiera asemejar a la suciedad del lenguaje, alejado del realismo sucio, siempre acercándose a la tradición.

“Tu mirada/ huele a vainilla/ a café suave/ a leche de vaca/ a lejanía”.

“Los naranjos:/ cuajan/ tu desnudez/ en su aroma”.

“En el solar de tu sueño/ hay una casa con paredes de río,/ con losa de peces/ y con ventanas de aire”.

Ilumina y sorprende en el sopesar cada palabra, dejando el sabor y el saber que nace de la experiencia del mirar el comportamiento de la naturaleza. Luego explota en una búsqueda de la interacción que pregunta, responde, rehace ideas, avanza,  se  tropieza con el lenguaje llano:

“Muerdo tus pezones, / los redondeo,/ con mi lengua les doy forma/ para que poco a poco/ vayan ahogando su temblor/ en mi garganta”.

Así va jugando de forma seria Eduardo Cerecedo, con metáforas profundas, bien logradas y de alguna forma una narrativa, que teje de manera sorprendente la naturaleza viva, con la prosa llena de imágenes y ritmo.

“Para poder asimilarte/ no bastan mis veintitantos años/ -en  manojos de mariscos-/ traídos desde el golfo”.

“Has quedado dormida/ mi mano te busca/ para debajear/ el atajo de luz/ que hay entre tus piernas”.

Nada queda fuera de su mundo, regresa el mar, el aroma, el atajo de la luz y se relanza de nuevo a buscar los aromas del mar en medio de las piernas de una mujer.

“Me llevo los dedos mojados a la nariz, / te miro, pego mi olfato a tu sexo/ y te cundes de tibieza/ hasta revolverte en la luz de mis ojos”.

Con un derroche de sensualidad que se va atenuado con sutilezas como ese “…hasta revolverte en la luz de mis ojos”

Eduardo Cerecedo va haciendo un recuento de su experiencia poética que va acompañando el devenir de sus vida vivida en la ciudad, en su encuentro con la ciudad, como se va apropiando de ella a partir de mirarla con ojos de asombro y búsqueda.

“Un tamo de luz se desprende/ de sus gestos, / en cada movimiento se agranda la ciudad./ No hallo donde poner mis ojos, pero cada que los pongo/ en tu mirada, regresan a mí, limpios, con la frescura/ que sólo tú me das./ Por eso me he quedado en casa, para mirarte/ como algo ajeno, como ahora lo hago”.

“Entonces eres la misma, la que me espera a cierta hora/ en algún restaurante o en la misma casa”.

“Vino y mujer, mujer desnuda, mojada en néctar que ha dejado la vendimia, la bacanal, la fiesta del escancio”.

“El vino,/ una lumbre/ que la copa/ apaga en tu boca”.

Vino y lumbre; copa y boca; vino y mujer, así Eduardo Cerecedo va armando estos poemas que refieren a la experiencia de búsqueda de soledad y amor, de búsqueda de amor y noche, donde el vino logra que llegue el olvido. Buscar el olvido en la carne y el vino.

“Tu nombre/ motiva el calor,/ qué  -más tarde-/ toma el sol del huerto/ para enrojecer la fruta/ qué ha de dar lo dulce a mi boca”.

Y regresa de nuevo nuestro poeta a la luminosidad de la naturaleza. Llega la paz y llega la luz y llega el silencio, cuando el amor está calmo.

“En tus piernas/ recupera el estero/ su corriente de peces /hinchado de marea/ cuando la luna llena/ estalla en su ribera”.

Eduardo Cerecedo es un poeta de la luz, de la luz del cielo que despunta sus metáforas anidadas entre nubes, luz, agua, silencio, marea, árboles, ríos, guacamayas, la espesura de la naturaleza rodeando de jolgorio a las alegrías que deja el amor, que dejan los cuerpos sudados, que dejan la sonoridad de la luz y el silencio en las venas que aman hasta el cansancio de la luz y las rendijas que miran al que ama.

El cuerpo de la amada es la salvación del hombre en sus tribulaciones cotidianas. El pensar que se ama a ese cuerpo como naranjo que se extiende por la lengua y hace del poeta un humano a punto de desaparecer y reencontrase en un río fluyendo a punto de silencio y que le pegue el cielo con un rayo o relámpago de felicidad.

“Las manzanas que están  en la mesa tienen el talle / de las nalgas de Jennipher, su aroma me revienta el olfato, / extiendo la mano para pellizcar la fruta/ y un día marino abre la puerta del comedor, doy la primera mordida,/ un frescor balancea la tibieza del agua, la luz abandona mi cuerpo”.

Belleza plena y certidumbre en este verso: “Froto la manzana con la lengua, mientras alguien llama a la puerta”. Y vuelve el poeta con otro giro de tuerca sensible a los devaneos del devenir de la vida misma:

“Una mujer para alumbrar el cuarto de hotel, / para caminar sobre la noche cerrada para que cure mis crudas,/ trayendo cervezas con su boca de hiel, para que más,/ una mujer bien hecha/ a la altura de mí, una vez  luz quemada/ cabe en esto que pienso”.

Hasta llegar a los novedosos poemas Inéditos:

“Una luz fría nace de tus labios/ por el Asombro de la sombra sobre pesa/ una línea tenue que se hace de palabras, / y un fuego apretado de agua hacia la forma del frío/ que a solas destroza un abrazo de amargura”.

Este poemario amorosos es un viaje de la memoria alejado de la nostalgia, es un poemario alegre que va dejando la sensación de una vida llena de luz, hasta llega a decirnos el poeta en sus momento de silencio que ya tiene cincuenta y tantos años. Termina con un poema en prosa que deja testimonio del silencio, de la meditación:

“Una luz enferma en la atmósfera se gesta en el aire tímido que riega la estancia sobre las cobijas. Me gusta cuando llueve, dices antes de dormir… Ahora me alumbro con tu voz bajando las sábanas de tu cuerpo que como un río quieto, dormido aluza lo que escribo”.

En la paz del cuarto amoroso se calientan las sensaciones hasta que llega la paz que aquieta el río, que aquieta la voz, que aquieta el ímpetu. Donde se cierra de manera bella e invita a leer todo el poemario como una sola pieza de AMOR. De construcción del amor, de construcción de los andamios por donde transita el amor y los amorosos hasta llegar a lo que nuestro poeta nos dice:

“Ahora me alumbro con tu voz bajando las sábanas de tu cuerpo que como río quieto, dormido aluza lo que escribo”

A mí me fascina este poemario de amor. Y pues, los invito a seguirlos pasos del poeta que nos lleva por las rendijas de la luz, de la iluminación de la luz, por donde se va florando la vida, se va despetalando las sensaciones del AMOR y sus formas y sus aromas hasta llegar a rayar en los ríos de erotismo que mojan los cuerpos que se juntan para saberse y saborearse como frutas maduras.

Trópicos II. Tu cuerpo como un río, (Poesía amorosa)2ª edición, Eterno Femenino Ediciones, 2017.

Ciudad Nezahualcóyotl, Invierno de 2015.