Reflexión del libro de poesía Tres diosas, del maestro Ramón Iván Suárez Caamal

por Ma. Magdalena Escareño Torres

¿Habrá de aparecer la sombra de la sombra de la palabra, a través de la cual se desdibuja la existencia de la voz para desgranar los secretos que sólo la poesía puede nombrar? Sí, Iván Suárez lo asume en su reciente poemario “Tres diosas”, con el que fue merecedor del Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa 2009. Acuartelarse en la lectura de las tres grades poetas que lo asombraron por su locura en la expectación de su cordura, dos norteamericanas y una argentina, Emily Dickinson, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik, que, así mismo, le robaron, a nuestro poeta, insomnios para aprehenderlas en su escritura con el regocijo de saberse humano sensible ante el duelo de quien lo resiste con la palabra que nombra la parte más oscura que ilumina la fragilidad humana, y en este hecho, asomarse en lo escabroso de una época en que la mujer destiñe sus cabellos para que su identidad sea la libertad; es un acto de gran valía. Atravesar la línea divisoria desde lo masculino hacia lo femenino es un camino de riesgo, y Suárez Caamal, entra en este abismo con el corazón en la mano para sentir las palpitaciones de estas voces femeninas, en el extenso reflejo del relámpago cuando la tormenta estalla.

La escritura de nuestro poeta, con un estilo personalísimo, desde siempre, fina y precisa, ha desenterrado su voz poética en el cruzamiento de la emoción y el pensamiento, desde la cima con c y la sima con s, desde la altura donde habitan los pájaros y las estrellas, el paraíso y el origen del canto, así también, en el hundimiento donde se cae al vacío, ese vacío que es silencio, ese silencio que trasmina el sudor de la palabra, el lloro de la voz, la sombra proyectada por la luz; que da como resultado una poesía viva en los confines de la naturaleza humana. Así, este libro del que evocamos los sinsabores de “Tres diosas”, con la certeza de que Iván Suárez, en el hallazgo con ellas, se sumió en sus desvelos para desnudarse ante el espejo de ellas, y sentirlas en carne propia, para que el verso brotara entre los jardines acompasados de insectos en la voz de Emily, entre los recovecos de hospitales y despedidas impredecibles en la voz de Sylvia y, en las tentativas de mirarse así misma entre los contrarios de ser y no ser, de buscar y no encontrar posibles dictados del tiempo, sí, en la voz de Alejandra.

“Tres diosas”, manifestación del tiempo sin tiempo, de la palabra que perdura porque es infinita cuando de ella emana el poema. Tres distinciones a una sola voz, el de nuestro poeta, una voz que se destierra de sí, para dar cabida al ritmo y partitura en los reclamos y advenimientos de estas tres mujeres. Emily, en su canto pausado, hilando con aguja e hilo sus poemas desde su jardín interno para, sin rasgaduras, cortar, con tijeras de jardinero, la hebra de un suspiro o el líquido blanco de un orgasmo, el pétalo marchito de la vida cuando se asoma a ella y ve sangrar sus yemas sobre el papel escrito, registro de sangre y pena; es fiel al día, al acto de vestirse de blanco para asistir a lo posible, mas la noche la llama y la deja entre sombras de llamas ante el erotismo que la trasmuta. Sylvia, en el precipicio de correr sin detenerse, caer y caer, hasta sentir el golpe seco del poema; a dos voces construye el poeta la poesía de Sylvia, el hombre y la mujer en la contrariedad de la existencia para no llegar juntos a ninguna parte; Ted, precavido en su decir, pero cuánto misterio guarda este silencio; y ella, entre la desesperación de no encontrar puertas abiertas, de habitar la noche porque los días se vuelven más oscuros, la asisten seres de colores inhumanos que la desfiguran y la hacen vomitar la sinrazón de su locura; sangra en noche para renovarse en palabra, la escritura es su abismo que no habrá de dejarla descansar hasta sus últimos días. Alejandra, también está en esa tentación de no detener su palabra, de jugar con ella entre matices que desdibujan y dibujan el poema, la reiteración para retractarse y retratarse, retroceder, avanzar solo para esconderse entre sombras, ser sombra de sí misma; confesarse ante los otros, que no están, rogar con ruegos de mar y de lluvia, de cielo entre ángeles caídos, ante Dios que lo nombra sin fingimientos, ¿a dónde va Alejandra, que no se encuentra?

Iván Suárez Caamal, con “Tres diosas”, nos ofrece la visión más visionaria de las almas de estas tres mujeres, en la plenitud de sus puntos de partida, nunca será una la otra, cada una de ellas destejen sus propias costuras raídas, en la voz del poeta, para tejer poemas tan particulares que no habrá manera de equivocarnos. Emily es Emily, Sylvia es Sylvia y, Alejandra es Alejandra. Entrar a las páginas de este libro, es y será escucharlas como si estuviéramos abrigando sus últimos alientos, sentir su respiración agónica, en ese siempre, en que una escritura bien lograda, trasciende para que el poema sea un ser vivo.

 

María Magdalena Escareño Torres. (México, D.F. en 1956) Vive en Colima, Colima. Teatro Independiente Hiperestesia. Entre sus libros: Espejismos y lamentaciones, poesía emergente (2001), reimpresión en 2006; Hacia la profundidad de mi ojo, poesía intimista (2002), Diez años tras la palabra dramática, dramaturgia (2006), editados por NERFE Ediciones (Colima); Al filo de lienzo o fábulas de ayer, poesía para dos (2007) y Delirios en la sombra, narrativa breve (2007), editados por Acento editores (Guadalajara).