Cierro los ojos y cuando los abro, las palabras que tengo junto a mí se convierten en canicas, trompos, un tren de cuerda. Hay pájaros, grillos, mariposas. Llueve y los relámpagos me dan miedo. Mamá canta un arrullo a mi hermanita. Papá teje sombreros de palma en su máquina de coser y el ruido acompasado de su labor me lleva a la estación pueblerina llena de gente, frutas, fardos, pregones mientras el ferrocarril se anuncia en la lejanía con su silbato y la trenza de humo que deja atrás. Tomo mi lapicero y escribo.
¡Claro, no es así de fácil!, sin embargo, por algún lugar se comienza. Escribir para niños conlleva sus propias dificultades, pero escribir de por sí es un reto, una aventura. Pienso que antes de ser escritor se es lector, lector gozoso, no importa la fuente, así sean historietas, revistas de entretenimiento, literatura oral recopilada (fábulas, leyendas, mitos), poemas de amor y, en estos tiempos de “aldea global”, Internet. Leer y escribir pueden ser dos gratificantes actividades: recrear y crear.
La memoria es el baúl donde guardamos los recuerdos y en ella la infancia deviene en geografía fértil para la evocación y posterior escritura de poemas. Escribir para niños nace de escribir desde el niño que somos y nunca dejaremos de ser. Esto conlleva su dosis de asombro, inocencia, descubrimientos, humor, aventura, musicalidad, travesura lúdica de los sonidos y de los significados; es decir, equilibrio en un pie y en otro ¿el pie del lapicero? ¿o el dedo índice en las teclas? al saltar sobre la rayuela de las posibilidades infinitas de la imaginación.
Mis primeros contactos con la literatura se dieron a partir de los relatos de raíz maya que el Tío Justo, peluquero del pueblo de Calkiní, Campeche, nos narraba a los infantes mientras el tris-tras de sus tijeras arremetía contra nuestros cabellos. Me veo sentado y muy quieto en el cajón de madera que ponía sobre su silla de peluquero, embebido en la fabulación de su ágil fantasía de cuentero oral. Animales y monstruos del imaginario indígena del sureste de México poblaban nuestra atención entre el sonido metálico del pico de sus tijeras, la espuma aborregada del jabón y el brillo de la navaja de rasurar a la que sacaba filo pasándola una y otra vez en la correa de cuero que pendía a un costado de la silla. También están las incursiones al cuarto de trebejos de mi tía Monís, habitación de altas paredes carcomidas por el salitre y destechada por un huracán. Allí, entre cajas de cartón, encontré postales de gente vestida a la usanza de la moda de principios del siglo XX, fotografías de tono amarillento, cartas, documentos y el mayor tesoro: libros del tamaño de una caja de cerillos –Los Cuentos de Calleja- en los que viví las peripecias de Gulliver, supe del sueño ligero de la princesa del guisante y me entretuve con las aventuras de aquel niño curioso que subió por una mata de frijoles a un castillo situado entre las nubes. Aunque –si la memoria no me traiciona- mi primera incursión a los versos fue en el Cancionero Picot que la efervescente sal de uvas repartía gratuitamente casa por casa…
Ya adolescente, devoré libros en la biblioteca de la Normal Rural donde hice mis estudios y publiqué mis primeros apuntes líricos en la revista estudiantil que un entusiasta maestro de literatura nos animó a fundar. Si bien, mi primer poema para niños surgió en 1977 a causa de la necesidad de apaciguar el llanto de mi hija Citalli mientras su madre la mecía en su hamaca. Transcribo un fragmento de esta canción de cuna:
Por el cielo negro
una luna blanca
serena camina
-góndola en el agua-.
Negros son tus ojos,
tus manitas blancas,
negros tus cabellos;
mi niña, descansa…
En 1979 y 1982, participo en el Certamen Nacional de Literatura Infantil “Ma. Enriqueta Camarillo de Pereyra y en el Primer Concurso de literatura para Niños convocado por la Secretaría de Educación Pública y como resultado de esa incursión en la literatura para niños publico al mimeógrafo y con un tiraje limitado los libros Poemas para los Pequeños (1982) y La Fauna del Platón y Otros Poemas (1984). Años después escribo Poemas para los más pequeños (1995), libro que se reimprimió bajo los auspicios de el Honorable Ayuntamiento y la Universidad Autónoma de Campeche en el 2004, junto con un CD donde se musicalizaron varios de los textos. Libro y CD se distribuyeron en la Península de Yucatán. Simultáneamente, con varios amigos del grupo literario GENALI (género narrativo y lírico) nos dimos a la tarea de recopilar e inventar ejercicios de imaginación que aproximaran a los niños y adolescentes a la creación de poemas. La cercanía con estos noveles escritores nos dieron la frescura de su inventiva, la sonrisa de su ingenio, las alas de su palabra. En mi trabajo como profesor jamás vi a ningún pequeño al que le disgustara dibujar. Tal vez esa fue la razón de que surgieran estos caligramas. Al escribirlos me divertí, jugué, volví a mi infancia. Decenas de pájaros, antes de emprender el vuelo, dejaron sus huellas de lodo, de tinta en la hoja en blanco.
Yo empecé a escribir para niños hace 20 años. Tengo tres libros publicados, y posteriormente, hice el manual Una resortera para las palabras que sugería caminos para que los infantes pudieran escribir poesía. El año pasado recibí una invitación de la SEP para escribir un poema dedicado al público infantil, para los libros de texto, pero por el tiempo, no pude entregar el encargo. Sin embargo, quedó la idea ahí, llegó la convocatoria del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños y entré al certamen. Escribí el libro llamado “Huellas de pájaros”, que son caligramas. Por ejemplo, si el poema habla de un gato, la forma del poema es la de un gato; además, de respetar la rima, la música, la imagen y el humor, tomando algo de las Vanguardias y del Modernismo, especialmente de José Juan Tablada
G O
A T
El gato Garabato
lame leche en el plato
de la luna redonda.
No deja que
se esconda
la rata en el zapato;
para salir buen mozo,
sin duda, en su retrato,
los bigotes se lame.
A las gatitas ronda,
-no es nada timorato-
no hay gata que no ame
con amor insensato. la
Les lleva serenata co
a las bellas mininas su
con un violín con
que desafina le
bajo la luz de plata pu
de la luna y su plato que
en un vaivén de ola
el gato Garabato.
En una entrevista, un periodista afirmó que escribir para niños es de lo más difícil. Yo lo veo con un enfoque diferente. Escribir para cualquier público tiene sus complicaciones. Por ejemplo, en la poesía para niños, uno debe de remontarse a su infancia, al humor, a la gracia, a la imaginación y al juego.
“Huellas de pájaros” el libro de caligramas que hoy se presenta no surgió en una primera intención. Fue un largo camino creativo en el que aparecieron rondas, arrullos, trabalenguas, cuentos en verso, adivinanzas, pregones. Y, de pronto, estas curiosidades poemáticas que combinan imagen gráfica, sentido y emoción. Llegó un momento en que barcos, animales, objetos cotidianos fueron tomando peso y unidad hasta tener un corpus que les permitió conformar un libro. Sin embargo, del arranque inicial nacieron los siguientes libros: Huellas de pájaros, Letras para armar tu canto, Cuna la luna, Pregúntale al sol, Historias de ojos y otros portentos y –el aún en formación- El corazón de abril. Mientras escribía estos poemas indagaba en la red las características de la poesía escrita para el público infantil, los autores más sobresalientes, sus textos hasta conformar un material que agrupé bajo el título Manual para el taller Escribir poesía para niños y que he impartido en Bacalar, Campeche, esta semana en Chetumal, y en diciembre, en Cancún y Calkiní. Pero dejemos esta digresión y regresemos al asunto:
-¿Creen que para hacer un caligrama primero se dibuja la silueta del animal, objeto o fenómeno natural y luego se rellena con palabras? O ¿cuál es el camino para crearlos?
En el caso de los caligramas (…) las palabras no sólo constituyen una imagen sino que muchas veces la escritura será una narración que girará en torno a la figura.
Desde mi particular experiencia voy a decir qué es lo que no hago al escribir un caligrama:
1). No dibujo una silueta y luego la voy llenando con las palabras del poema conforme lo voy creando.
2). No escribo el poema y posteriormente distribuyo los versos y palabras para dibujar el caligrama.
3). Jamás empleo programas de diseño gráfico.
¿Qué hago entonces?
1). Busco una apertura emocional e intelectiva que me permita acceder simultáneamente al texto y al dibujo.
2). Alineo emoción, ideas, imaginación, juegos sonoros y configuración espacial en un todo que comparte estos elementos.
3). Escribo y dibujo con palabras (a veces canto el ritmo y la melodía) y el caligrama aparece en la página sin un boceto previo (quizá hay un esbozo mental de la forma, pero no es determinante). El dibujo debe formarse mediante la experimentación, el ensayo y error, las ocurrencias y los hallazgos que la propia marcha del poema presenta (como el pintor que no boceta sino se basa en el hallazgo fortuito y afortunado que los colores le regalan).
4). Empleo Word y escribo a semejanza del bordado en punto de cruz. Aprovecho algunos comandos: alineación a la derecha o a la izquierda, centrado, justificado. Y, sobre todo, me baso en la distribución plástica que puedo lograr con la barra espaciadora y las teclas. Veamos tres ejemplos:
TIC TAC
dan, dan, dan:
son las tres.
Un gato
en el reloj
de pared ronronea.
La luna de su redonda
cara miro. El gato atusa
largas cuerdas de guitarra
en sus bigotes. ¿O es un ratón
que en el reloj de pared muerde
el tiempo y se mofa del minino?
¿Maullidos? ¿Tic-tac, tic-tac
de ratones royendo?
¿Quién está aquí?
¿De quién es
la
cola
en
este
pén
du
lo
?
El árbol es un atril
en donde leen los pájaros
abril abril abril
El árbol
los gajos
los grajos
aves mil
y los trinos
que encantan
y cantan
en los caminos
abril abril abril
Qué jiribilla
de la jirafa;
quiere ser baja
como una
ardilla.
Busca
una silla,
busca
una caja
para sentarse.
No quiere
hartarse
contando nubes,
quebrando gajos,
baja que sube,
sube que baja:
lazo en el cuello,
cuello en las ramas,
bajel, sombrilla,
cuernos de paja:
qué jiribilla
de la jirafa.
Jirafa sube,
jirafa baja;
Largo su cuello,
largas las patas
Cuenta que cuenta
corta las nubes,
mira los pájaros
bebe en los charcos
sube que sube,
baja que baja:
Qué jiribilla
de la jirafa
La poesía escrita para los niños debe explorar el lado amable de la vida y, acaso al abrir un libro, este puente mágico permita que los aviones y barcos de papel no se hundan, que las alas de las libélulas, aves y mariposas brillen por una eternidad y que la poesía pinte una sonrisa no sólo en el alma de los niños.