Cuaderno de noviembre (Fragmento)

por David Huerta

Humo de rosas quemadas en el jardín donde hemos conocido a la noche con brazos más extraños que la palabra Deseo, donde sobrevive un aire de recuerdo inútil, mordido por la venenosa fragilidad que distribuye la sombra al pasar, cuando el frío se transforma en una cercanía igual a una oscura concavidad y nuestros ojos tienen un color escondido que respira con un fulgor desnudo y desconcertante.

Este frío ha llegado para sembrar una vinculación que necesitaremos cuando el indicio de la soledad nos imprima en la boca un largo sabor de quemadura. La ‘estatua de la memoria’ se esfuma en medio del día que retrocede, bajo el viento larguísimo y exhausto. El mar de la ciudad pronuncia sus palabras, crecidas como muescas, en el sopor del otoño, y los nombres caen brillando: incrustaciones blancas en un gran sueño negro. Sorda es la sombra, encajada en la sal de la noche que es redonda como un charco y está sobre la cabellera del espejo, mojada en chispas, depositada en los ojos como una donación de palabras desiertas.

El ojo de noviembre ha tenido ahora extrañas costumbres, un guiño triste que se equilibraba en el clima que pasó como una brasa sobre nuestras cabezas y sueños, entre las limitaciones del minuto: es árido el descenso por la cerrada orilla de este ojo, el cuerpo del insomne se dobla en el vaso amarillo y distante que es el amanecer como lento morir sin la fantasía de los héroes, una cercada excavación que llega hasta la plataforma primitiva del sueño, una piedra que hemos tenido y era un reflejo de cielo, la invertida colocación de lo que se desplaza por los espejos con un gran temor.

 

Eso tiene el enorme y triste ojo de noviembre, y es verdad que hemos permanecido en ese mirar inalterable y sin mezcla, hemos sobrevivido ahí sin luz pero también sin sombra o aire nutritivo, resistiendo sobre una ‘serie de posesiones’ que era del tamaño de nuestra vida, que era un papel que respiraba entre los renglones de la mañana, que era la ciudad hundida en el tejido horizontal, como de fantasma o niño, de nuestras ideas más confusas, una extendida palabra en el color absoluto de la mujer asombrada, la oscura definición de un agua de muerte bajo los utensilios que frecuentaban los aparecimientos vespertinos, pero también hemos podido sobrevivir en la Diferencia que es como un traje aéreo o una pistola, y es una distancia cubierta por el vuelo de cierta melancolía en todo semejante a los minerales, y es una brizna de tiempo clavada en todos los pechos…

Aun así el ojo de noviembre nos ha puesto en las manos una posesión alguna vez no deseada, una extrañeza y un sonido profundo, un cristal ya no sabemos qué se ha disuelto a nuestras espaldas en la escalera, en la caída del mes de noviembre y en sus vértices claros, o qué palabras ha devorado el miedo pertinaz fijándolas en la garganta con el alfiler del ahogo y borrándolas con los esplendores del grito.

 

 

 

Leer Incurable (Frangmento)

Leer Tres poemas de David Huerta

David Huerta, Distrito Federal, México, 1949. Poeta, traductor, y ensayista. Nació en México en 1949. Estudió Letras Inglesas y Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: El jardín de la luz (Universidad Nacional Autónoma de México, 1972); Cuaderno de noviembre (Era, 1976), 2da. Ed. Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes (Lecturas Mexicanas, 1993); Huellas del civilizado (La Máquina de Escribir, 1977); Versión (Fondo de Cultura Económica, 1978); El espejo del cuerpo (Universidad Nacional Autónoma de México, 1980); Incurable (Era, 1987); e Historia (Ediciones Toledo, 1990), Premio de Poesía Carlos Pellicer, 1990. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1970-1971) y de la Fundación Guggenheim (1978-1979). Ha sido Secretario de Redacción de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica y Coordinador de talleres literarios en la Casa del Lago, de la Universidad Nacional Autónoma de México.