Magia de la palabra ficción

por Ignacio Trejo Fuentes

Hay una especie de consenso entre lectores enterados: Agustín Monsreal (Mérida, Yucatán, 1941) es uno de los mejores cuentistas mexicanos. Y sin embargo, sus libros son escasamente conocidos por el lector ordinario, se mueven en un terreno muy reducido, quizás porque la mayor parte ha sido publicada en editoriales raquíticas, casi fantasmales, de esas que desaparecen tal como llegan: intempestivamente. Por eso es un acierto la edición que hace el FCE de tres volúmenes de cuentos del autor, reunidos en Tercia de ases. Ojalá sirva para que la obra de Monsreal sea más y mejor leída, y sobre todo justipreciada.

          Tercia de ases contiene Los ángeles enfermos, Sueños de segunda mano y Lugares en el abismo, que fueron publicados por separados, en 1979, 1983 y 1993, respectivamente. Al leerlos en conjunto encontramos infinidad de vínculos, de vasos comunicantes, tanto en  lo temático como en lo formal; podría decirse que el escritor trazó un plan para armarlos, estableció un puente entre ellos y el resultado es un libro redondo, cerrado, único. ¿Qué cosas cuenta Agustín Monsreal? ¿Cuáles son los vínculos entre una historia y otra de que hablé?

          Por principio, cabe decir que la del yucateco se propone remitirse a sus orígenes de toda literatura, la imaginación; aunque muchos de los asuntos que aborda tengan vistos innegables de cotidianidad, de realidad, subyacen en ellos un halo fantasioso; es decir, son piezas montadas sin ambages entre la realidad y la fantasía más clara y rotunda. Quien lee, no sabe qué terrenos está pisando, su percepción se tambalea, pero qué importa: se impone a tal desconcierto la certeza de que está en un mundo inédito o, por lo menos,  poco conocido. ¿No es esa una de las virtudes más nobles del arte literario: transportar a los lectores a esferas distintas de lo que se entiende por realidad? De historias que en manos de narradores menos hábiles sería banalidad absoluta, Agustín Monsreal es capaz de urdir piezas delirantes, como ocurre en Ventana abierta al mar, Noche de los copos rojos o Los fines de semana. Otro rasgo común en los cuentos de este autor es que sus personajes, para ajustarse en la burbuja en que han sido metidos son siempre una imbricación de realidad y mentira, de concreción y sueño: así, hasta lo más insignificante aparecen de pronto convertidos en seres extraordinarios; gente miserable, anodina, hueca, se vuelven inopinadamente subyugante, adquiere relieves antes inimaginados. Son por eso seres huidizos, por momentos enternecedores y después repulsivos: pueden ser un crisol de bondad y al rato una amalgama de todas las perversiones. O al revés y precisamente por eso que impactan a quien los conoce: le provocan todo, menos indiferencia.

          Si los temas y los personajes creados por Monsreal son entidad de lo más inquietante se debe. De muchas formas, a los procesos narrativos, técnicos que sabe aplicar. Conocedor de las mejores estrategias literarias, Agustín sabe perfectamente cuándo emplear o desechar una y en qué momento recurrir a otra, a otras o varias de ellas. Es notable, por eso que sus relatos no se ciñan a un solo esquema narrativo: a veces son expuestos en primera persona, o en segunda, o en tercera; en ocasiones aparece el monólogo, o el discurso en forma de carta. Y en busca de la fluidez y la claridad, Agustín suele prescindir de los diálogos ortodoxamente dispuestos, lo mismo que de la puntuación. Pero quiero aclarar que no se trata de alardes, de exhibicionismo sin sentido, sino se  emplean tales o cuales artificios para dar cuerpo a cada texto: se utilizan cuando son necesarios.

          Y el asunto no termina ahí. Hay que ver el cuidado que Agustín Monsreal pone en el lenguaje, en el matiz de cada palabra, en todo adverbio o calificativo. En diferentes, marcadas ocasiones, su prosa se desliza por lo poético, y varias de sus piezas son auténticos ejercicios de los que se conoce como prosa poética (lo que no es gratuito: el autor ha publicado cada libro de poesía, como Canción de amor al revés). Y lo digo de nuevo: Monsreal acude a lo poético no en arrebatos de fanfarronería, sino cuando esto es indispensable. Y lo hace más que bien.

          Por último, debe señalarse que si bien las historias y sus protagonistas tiene por marca el infortunio, la desesperanza (la soledad, la locura, la muerte), el autor se da tiempo para, en contadas y precisas ocasiones, introducir el humor en ese mundo generalmente gris y lacerante, como en El juego de los besos y Casilda y el diablo.

          Incestos, traiciones, fracasos rotundos, homosexualidad oprobiosa, inercia vital, etcétera, son elementos que pueblan las historias de Agustín Monsreal, algunas de las cuales son verdaderamente de antología, como Noche de los copos rojos, A la sombra de una muchacha en flor, En el cautiverio y Sueño de una mañana de verano, entre muchos, muchísimos más.