ACTIVIDAD DEL AZOGUE
Tapia. Datura a todo lo largo. Al pie de la tapia
cenefas de verbenas.
Manto de la Virgen
el césped, de noche
los cocuyos (feligreses).
Un abanico despedazado
entredos canteros de
dalias. Fruición
exponencial del
mediodía entre las
abejas. La mosca,
dada la ausencia de
putrefacción y
pestilencia, se
muestra (aún) indecisa.
Abstención de la mosca
(destellos) el aire. Una
esquirla verdinegra,
esquirlas azuladas del
aire. Destellos en los
picos de botella
incrustados en lo alto
de la tapia. Dos sillas
de hierro esmaltadas
de blanco. Concupiscencia,
del oído. Las telas
destilan la segregación
de la oruga; segregaciones
(añil) (amasijos, de la
negrura) de la araña.
La hormiga rehúye los
contornos, carnestolendas
de sombra. Rehúye la
lagartija el abanico
despedazado, la entrada
a una topera, el camino
a las raíces.
¿Y detrás?
La Ópera de Pekín. El árbol Bo acaba de brotar,
inicio de una rotación.
Prefacio filosófico de
Víctor Hugo a Los
miserables, torrencial.
Li Niang no aparece;
Li Niang recamada,
zarcillos de bambú
con el rubí incrustado
no aparece. Le susurro,
arras, proclama imperial,
la alianza de oro con las
tres piedras preciosas,
y no aparece. Mascar
pétalos de datura,
frotarse la piel con
un puñado de negras
hormigas, olor a ácido
fórmico (senda, de
mirmidones). En el
respaldo de una silla
el gorrión (translúcido)
hierático: comido por
las hormigas. En el
respaldo de la silla que
no arroja sombra el
gallo se ha instaurado,
robín la veleta, gallo
hierático (sucumbe)
a las hormigas. ¿Y
detrás?
Debajo, un pie en alto en el acto recién iniciado
de aplastar a la lagartija:
desbandada de hormigas,
arañas, jirón de las telas.
Mudo.
Ciego.
Inodoro.
Impalpable.
Máxima concentración auditiva. Babel, y los
idiomas entrecruzándose
en un eje de sílabas
(hormigas): sílabas
impertérritas, de
momento irreconocibles
(fulgurarán). ¿Y debajo?
Guadalupe sale a aquel patio disfrazada de vetusta
(Li Niang) nada se
representa: egipcia.
Sobre la charola me
presenta la lagartija
de turquesa recién
salvada del diluvio
universal: ímpetu de
nuestras manos
cruzándose por
encima de la
lagartija (Li
Niang) el abanico
despedazado: detrás
escabulléndonos
(chisporrotear
la
risa)
entre
las
platabandas
de
verbena
(cocuyos
en
pleno
día)
primeros
peldaños
(debajo)
a
las
frondas
de
la
una.
ÁNIMA
Vigías. Y más arriba, atalayeros. El ojo del
faro en el ojo del mendicante
que acaba de recibir de
hinojos el peso del madero
diagonal, saeta en cruz
(desprendida) surca los
aires: ya es orín la punta
de hierro de la saeta en el
sayal raído, la desceñida
hopalanda, la carne quizás
a punto de cicatrizar: y el
ojo insonoro, atento a lo
inmediato, acaba de dar
en el blanco del (ojo)
mendicante: atalayero,
¿viste? Torrero envía la
profecía que oye el vigía,
ve el atalayero, ahora de
hinojos junto al
mendicante.
Árido, donde está la partícula, en el alfa.
Árido ese país donde la llorona sólo segrega
la arista del grano
de arena.
Mira la espesura con el ojo del mendicante,
torrero: y dile al ojo del
faro, tras los reflujos
de la luz, la diagonal
vaciada de la altura,
la insoportable extensión,
la última circunvalación
del ojo, anda, ve y dile
qué nomenclatura encubre
la madera, qué espesura
la piedra, salva de arena,
saeta disparada, torre
que se derrumba: ¿miras
ahora, Vigía?
El hecho: ¿dónde están las escaleras, el tercer
palo de la crucifixión,
andamios de luz, el
derrotero de una
punta de hierro, el
circunflejo de la carne
al encogerse? En el
alfa trae el azor la
Anunciación. Y el
mendicante, donde
estuvo de hinojos,
se ha prosternado.
Áselo de los pelos, tírale de la mano, súbelo
a la altura, sécale entonces
el rostro y con la uña raspa
indeleble el polvo y la
arena entre las arrugas
(desmoronadas) de su
frente: silba. Acuda el
tronco de caballos,
Aminadab que está
alegre, Aminadab el
estruendo: inicia,
firme pisada, son
peldaños de arena,
el descenso.
Vigía, el páramo; Atalayero, la oxidación:
Torrero, guía a las caravanas
a la anchura desproporcionada
de los desiertos: desmenuza
arena (angosta) entre los
dedos; súbete a la calibrada
altura de las dunas, dunas a
las fuentes, Torrero: a las
fuentes coronadas del agua
(cabrilleo, entre las jarcias)
de las primeras mansedumbres.
ÁNIMA
Hay, mejor dicho, hubo, altas acacias, qué me digo,
acacias fueron altísimas:
un árbol de tamaño medio
con la copa en arco podada
(simetría francesa) en el
fondo cuajada, en verdad
atiborrada, estalla en flores
amarillas, mejor decir
gualdas, pétalos crasos,
dan ganas de llenarse la
boca a puñados, masticar
pétalo, eso podría ser
uno de los caminos, mejor
decir sendero, desconozco
el nombre del árbol, decir
debo que no lo sé, me harté
de buscar conocimiento, ese
potingue, no tengo manera
de averiguar cómo se llama
el árbol, podría, mas no
aquí donde estoy, si lo
supiera quizás de pronto
sabría el nombre de mi
nombre en el árbol, la
acacia altísima o el actual
entonces de este árbol,
su fárrago nomenclatura:
el nombre a todo subyacente
no lo echo de menos, a
mí qué me importa el
inconsciente colectivo, la
denominación uno del Uno,
cuando yo era joven se oía
hablar de Jung a cada dos
por tres, arquetipo, colectivo
inconsciente, esa panacea lo
explicaba todo, aplíquese a
este momento: a menos en
parte algo quedaba resuelto,
sigo sin saber el nombre de
este árbol (repentino) no
aflora, a mis años lo único
que aflora del inconsciente
es el venidero esquema
óseo, coma, artículo de
verdad, y rigor: no es la
acacia, tampoco el cornejo,
ni el laurel talado hace una
década, según me dijeron,
frente a mi casa (Bet) (und
Heim) (guei ajeim) un árbol
casa de la hamadríade, Pan
la sonsaca a salir de su
madriguera, y por qué no,
no está mal, viajar, los
cruces de camino, el paso
francés, héroe atraviesa a
pie los Pirineos, la nieve
a la altura de las rodillas,
reuma seguro: nada me
mueve sino escritura.
Ejercicio ante lo opaco,
destello contra lo turbio,
oficio de tinieblas, acto a
ciegas del cegato: un acto
jerigonza del parlanchín,
nada me aclara, la oscuridad
(cerrada) no contradice para
nada la claridad, una amplitud
de luz encierra agua estancada;
apenas necesito beber. Me
sustento con un bocado. Un
puñado gualda de pétalos
crasos, natural a mi edad
comer poco: idiomas oigo,
el ralo esplendor del laurel
talado que devino altísima
acacia que hubo, donde la
hubo, si hubo aquel árbol
con este árbol de tamaño
medio, copa en arco cuajada,
que me digo, atiborrada, de
flores amarillas: la gualda
intermitencia de la luz
crepuscular bañando a la
orilla del río una hilera de
árboles supurando, su negra
savia ratifica una Anunciación
(oh ángel de tinieblas) (alas
caídas de cuarzo sobre el
mármol): yo lejos de toda
gloria, campos de resurrección,
la luz intemporal, el devenir
bah inmortal, me inunda la
luz de una lámpara (desconozco
otra redención) verde pantalla
o tulipa de lapislázuli veteada
(su forma recuerda el capirote
de las construcciones medievales):
recogimiento (contorno) esta
vez el adormecimiento del heno,
capa nueva de somnolencia el
heno, primera (media) docena
de azafranes.
AUTORRETRATO
Un
poco de culpa, una buena dosis de indiferencia, cierta
dejadez atribuible al
cansancio inherente
a la edad, y tenemos
(el otro lado de la
ecuación): la ropa
desteñida, la misma
camiseta ajada, tres
días seguidos que
no me ducho (papa
majada) no mudo
(salvo el calzoncillo)
la indumentaria del
vejete desaliñado:
encogido de hombros.
De espaldas. El libro
abierto en la misma
página hace días,
quedó en la ocho,
trama muerta, las aves
se deleitan (estivales):
sonrío, remedando el
deleite que sintiera en
otras épocas, remedo
aquel jolgorio de aves
a la perfección: su
(bullicio) gorjeo
intermitente, los
vencejos a la tarde
(Nerja) al norte, los
azulejos. Bandadas
de pájaros negros
rumbo a la alameda
a pernoctar. El paro
carbonero que se me
posó en la palma de
la mano, las gaviotas
dando vueltas alrededor
de mi cabeza (sus círculos
abriéndose a la llegada de
la noche): sombrero de
paja calado (ala ancha)
vegas desde un balcón.
Me tapaba la cabeza
no fuera que una gaviota
me disparara su lechazo
haciendo diana (ora en la
calva ora en el rostro):
sonrío. Estoy muerto, de
miedo: parece que de ésta
no salgo. Y con un berrinche
de padre y señor nuestro:
toma, aquí tienes, déjame
quieto, y tú, aquí, aquí
tienes, esta parte es para ti,
ésta tu tajada, se lo reparten,
allá verán de ser equitativas,
no me estoy desprendiendo
de nada, lo hago a regañadientes,
me voy porque no me queda
más remedio. ¿Creéis que me
volvería bonzo? ¿Que me iba a
meditar al bosque como quien
dice calato? Estáis buenas si
eso creéis, ¿o no me conocéis?
Sigo adherido a mi sustancia.
Y para ser sinceros, si por mi
fuera, me tiraba un par de
kalpas en este viejo valle de
tedio. A mí no me vengan con
eso de disolverse en inexistencia
kármica ni búdica donde Nirvana
es Nada. ¿Feliz no ser? ¿No tener
que ser inmortal? Solavaya. Los
fósforos y solavaya, se me corta
la respiración sólo de pensarlo.
Vida. Ajada y desteñida, de
hombros encogidos, reducida a
un recodo pero vida (solapada):
a como sea: aliento enrarecido,
rótulas artríticas, el vientre
descompuesto un día sí y otro
también. Y qué: respiro. Puedo
pasar la página ocho, cerrar el
libro (página 117) al vencerme
el sueño, y ah, dormido en el
sustrato, inmerso en el podrido
tablado virgen donde se origina
el sueño, seguir leyendo el libro
atorado en la página 117, sigue
la trama, el hilo se deshilvana,
y donde Tolstoi se detuvo, cojo
buril y estilográfica, la frase se
continúa, el Príncipe se salva, y
con un grano de sal, salimos a
flote.
IMAGO MUNDI
Cantaban maitines con la boca cerrada, ni Dios ni
nadie los escucha,
cantan por cantar:
fila india salen al
desierto, vergeles
de arena,
construyen de
arena domos,
torres, campanarios
de cristal.
Comparten sus sueños de madrugada, manzanas
de oro higos de
Esmirna mieles
de Hibla, a la hora
de completas cantan
las hazañas de Eneas,
la fundación de Roma,
holocaustos en las
siete colinas: Dido
de amor a cenizas
reducida.
A las ranas las llaman ofidios, a las víboras batracios,
bimanos a los
capuchinos,
equinos a los
hipocampos:
así buscan
confundir a
Dios.
Una comunidad mental en mi cabeza, con su propia
teología, calambures,
desorbitadas analogías,
trasvases que sé no son
más que engañabobos,
refracciones y trampantojos,
todo al servicio del día que
quiérase que no tiene que
transcurrir.
A la tarde los disperso, guardo el serón de higos
de Esmirna, vacío, y
vacío el pomo sellado
de miel de Hibla,
arrumbo pan de las
proposiciones, valles
de Josafat: mares que
se abren de par en par,
se cierran al paso de
los ejércitos persas o
babilónicos, fin del
mundo: cae la tarde,
tomo una colación, un
descafeinado corto con
un pedazo de pastel de
arándano, mojo, cierro
los ojos, me desmorono:
trago Roma y Dido entre
la flora y fauna de mi
digestión.
Paso las últimas horas del día, tajante, dedicado
(principio de realidad) a
la normalidad: piyama
limpio, rostro aseado,
mis partes sacudidas
y lavadas, entalcadas,
a mi alrededor todo en
su lugar. El mandarín
de trapo de la repisa
no se ha movido de
su peana, las cinco
vacas de goma y
hierro esmaltado me
dan contento debido
a su participación en
el silencio que me
permite sentarme en
la postura media del
loto, abrir un libro, leer
palabras, reconocer en
cada una su sentido
directo, acepciones
secundarias.
IMAGO MUNDI
Oigo serruchar y no es un asunto de carpintería.
En alto apoyo los codos en la baranda (de yeso
canéforas) del
mirador, no se
ve un árbol
leguas y leguas
a la redonda.
Llano y no hay voz, la plañidera y el costalero
(alquilados) bajan
la cuesta, hacen
un alto junto al lago,
intercambian alianzas,
se anulan.
La llorona es mi Amada, el costalero dirige los
oficios: estoy sentado
en un taburete bajo,
tiene dos travesaños
desencajados, leo
en voz alta casi me
desgañito no me
oyen: dos veces
por semana me
bañaré en el río,
peces y aves boca
arriba, me sé de
memoria los salmos
23 y 24 (en español):
los repito, el significado
queda claro, tanteo y
tanteo no veo sólo
oigo serruchar.
Me apego a la madera tosca del taburete, oigo
crujir mis fondillos, no
encuentro la sábana,
la muda de ropa, en
vez de la camiseta
unos ajustadores,
hopalanda de
estameña, pantaletas
(¿ajuares?) me haría
un moño si no estuviera
rapado, bucles donde
no queda hebra de un
cabello.
El cerquillo de mi hermana, la trenza que le llega
a la cintura pertenece
a mi mujer.
Quedamos de los comensales tres.
Mi hermana me mira mi mujer sigue absorta,
tiempo, tiempo, cómo
reglarlo, sacar fuerzas
de dónde no hay dónde,
Guadalajara y no es
opinión en un llano
(el serrucho se trabó)
la brisa pudo traer olor
a eucalipto Oh
muchedumbre medrosa
de los eucaliptos (cita
alterada) olía a ciprés.
IMAGO MUNDI
El diálogo se detuvo en una preposición.
La pila del lavabo del cuarto de baño en altos
siguió goteando.
En el televisor la imagen de la nieve y los
muertos de las tropas
invasoras tiñendo de
rojo la estepa nevada.
El disco fuera de su funda, la tapa del tocadiscos
abierta, últimos
cuartetos de
Beethoven.
Un díptero adherido al cristal exterior de la
ventana nadie más
piadoso lo sigue
mirando la
inmovilidad los
reúne.
¿Irá a morir de nuevo, habrá tal cosa? ¿O?
¿Qué fue? Iba a sacar de la nevera, ved, el gesto
queda en el aire, el
plato con la pieza de
salmón del almuerzo
a la mano.
Nunca le preocupó la Muerte demasiado, sin
embargo ahora que
se encuentra metido
de lleno en el
acontecimiento,
sentiría (de sentir)
un cierto desconcierto
de qué se trata: ¿será
esto una indiscreción
de Dios, un desperfecto
de la maquinaria, un
movimiento natural
metafísico y fisiológico,
y en qué orden?
¿Descomposición y
Reino? Las veces,
pocas, que pensó en
la Muerte, todo le
parecía ilógico,
trancaba y se iba
a pelar papas.
Aquel día llegando a la conclusión de siempre como
siempre la Muerte la
interrumpió.
A la casa de al lado se oyó pitar el camión de
mudanzas, el viandero
a su paso pregonó que
hoy traía los primeros
mangos filipinos de la
temporada, se oía la
estruendosa aparición
de las caseras bajando
a la compra, en la
esquina norte un rapero
en el radio, la compañía
de la luz prometió que
hoy mismo podarían las
ramas altas del laurel de
Indias, tropiezan son un
peligro con los cables
del tendido eléctrico
ya electrocutaron a
un gorrión.
JOSÉ KOZER (La Habana, 1940). Vive en Estados Unidos desde 1960. Se desempeñó como profesor de Lenguas y Literatura en Español, en particular Poesía en Queens College, de 1965 a 1997, fecha en que se jubiló en la Florida. Es un autor de un centenar de libros de poesía, dos en prosa. Su obra está traducida al inglés, portugués, alemán, ruso, griego. Recibió el Premio de Poesía Pablo Neruda en 2013. Y forma parte del grupo selecto de becarios de Montgomery Fellows desde 2016.