7 Poemas de José Kozer

ACTIVIDAD DEL AZOGUE 

 

Tapia. Datura a todo lo largo. Al pie de la tapia

cenefas de verbenas.

Manto de la Virgen

el césped, de noche

los cocuyos (feligreses).

Un abanico despedazado

entredos canteros de

dalias. Fruición

exponencial del

mediodía entre las

abejas. La mosca,

dada la ausencia de

putrefacción y

pestilencia, se

muestra (aún) indecisa.

Abstención de la mosca

(destellos) el aire. Una

esquirla verdinegra,

esquirlas azuladas del

aire. Destellos en los

picos de botella

incrustados en lo alto

de la tapia. Dos sillas

de hierro esmaltadas

de blanco. Concupiscencia,

del oído. Las telas

destilan la segregación

de la oruga; segregaciones

(añil) (amasijos, de la

negrura) de la araña.

La hormiga rehúye los

contornos, carnestolendas

de sombra. Rehúye la

lagartija el abanico

despedazado, la entrada

a una topera, el camino

a las raíces.

 

¿Y detrás?

 

La Ópera de Pekín. El árbol Bo acaba de brotar,

inicio de una rotación.

Prefacio filosófico de

Víctor Hugo a Los

miserables, torrencial.

Li Niang no aparece;

Li Niang recamada,

zarcillos de bambú

con el rubí incrustado

no aparece. Le susurro,

arras, proclama imperial,

la alianza de oro con las

tres piedras preciosas,

y no aparece. Mascar

pétalos de datura,

frotarse la piel con

un puñado de negras

hormigas, olor a ácido

fórmico (senda, de

mirmidones). En el

respaldo de una silla

el gorrión (translúcido)

hierático: comido por

las hormigas. En el

respaldo de la silla que

no arroja sombra el

gallo se ha instaurado,

robín la veleta, gallo

hierático (sucumbe)

a las hormigas. ¿Y

detrás?

 

Debajo, un pie en alto en el acto recién iniciado

de aplastar a la lagartija:

desbandada de hormigas,

arañas, jirón de las telas.

 

Mudo.

Ciego.

Inodoro.

Impalpable.

Máxima concentración auditiva. Babel, y los

idiomas entrecruzándose

en un eje de sílabas

(hormigas): sílabas

impertérritas, de

momento irreconocibles

(fulgurarán). ¿Y debajo?

 

Guadalupe sale a aquel patio disfrazada de vetusta

(Li Niang) nada se

representa: egipcia.

Sobre la charola me

presenta la lagartija

de turquesa recién

salvada del diluvio

universal: ímpetu de

nuestras manos

cruzándose por

encima de la

lagartija (Li

Niang) el abanico

despedazado: detrás

 

escabulléndonos

(chisporrotear

la

risa)

entre

las

platabandas

de

verbena

(cocuyos

en

pleno

día)

primeros

peldaños

(debajo)

a

las

frondas

de

la

una.

 

 

ÁNIMA

 

Vigías. Y más arriba, atalayeros. El ojo del

faro en el ojo del mendicante

que acaba de recibir de

hinojos el peso del madero

diagonal, saeta en cruz

(desprendida) surca los

aires: ya es orín la punta

de hierro de la saeta en el

sayal raído, la desceñida

hopalanda, la carne quizás

a punto de cicatrizar: y el

ojo insonoro, atento a lo

inmediato, acaba de dar

en el blanco del (ojo)

mendicante: atalayero,

¿viste? Torrero envía la

profecía que oye el vigía,

ve el atalayero, ahora de

hinojos junto al

mendicante.

 

Árido, donde está la partícula, en el alfa.

 

Árido ese país donde la llorona sólo segrega

la arista del grano

de arena.

 

Mira la espesura con el ojo del mendicante,

torrero: y dile al ojo del

faro, tras los reflujos

de la luz, la diagonal

vaciada de la altura,

la insoportable extensión,

la última circunvalación

del ojo, anda, ve y dile

qué nomenclatura encubre

la madera, qué espesura

la piedra, salva de arena,

saeta disparada, torre

que se derrumba: ¿miras

ahora, Vigía?

 

El hecho: ¿dónde están las escaleras, el tercer

palo de la crucifixión,

andamios de luz, el

derrotero de una

punta de hierro, el

circunflejo de la carne

al encogerse? En el

alfa trae el azor la

Anunciación. Y el

mendicante, donde

estuvo de hinojos,

se ha prosternado.

 

Áselo de los pelos, tírale de la mano, súbelo

a la altura, sécale entonces

el rostro y con la uña raspa

indeleble el polvo y la

arena entre las arrugas

(desmoronadas) de su

frente: silba. Acuda el

tronco de caballos,

Aminadab que está

alegre, Aminadab el

estruendo: inicia,

firme pisada, son

peldaños de arena,

el descenso.

 

Vigía, el páramo; Atalayero, la oxidación:

Torrero, guía a las caravanas

a la anchura desproporcionada

de los desiertos: desmenuza

arena (angosta) entre los

dedos; súbete a la calibrada

altura de las dunas, dunas a

las fuentes, Torrero: a las

fuentes coronadas del agua

(cabrilleo, entre las jarcias)

de las primeras mansedumbres.

 

 

ÁNIMA

 

Hay, mejor dicho, hubo, altas acacias, qué me digo,

acacias fueron altísimas:

un árbol de tamaño medio

con la copa en arco podada

(simetría francesa) en el

fondo cuajada, en verdad

atiborrada, estalla en flores

amarillas, mejor decir

gualdas, pétalos crasos,

dan ganas de llenarse la

boca a puñados, masticar

pétalo, eso podría ser

uno de los caminos, mejor

decir sendero, desconozco

el nombre del árbol, decir

debo que no lo sé, me harté

de buscar conocimiento, ese

potingue, no tengo manera

de averiguar cómo se llama

el árbol, podría, mas no

aquí donde estoy, si lo

supiera quizás de pronto

sabría el nombre de mi

nombre en el árbol, la

acacia altísima o el actual

entonces de este árbol,

su fárrago nomenclatura:

el nombre a todo subyacente

no lo echo de menos, a

mí qué me importa el

inconsciente colectivo, la

denominación uno del Uno,

cuando yo era joven se oía

hablar de Jung a cada dos

por tres, arquetipo, colectivo

inconsciente, esa panacea lo

explicaba todo, aplíquese a

este momento: a menos en

parte algo quedaba resuelto,

sigo sin saber el nombre de

este árbol (repentino) no

aflora, a mis años lo único

que aflora del inconsciente

es el venidero esquema

óseo, coma, artículo de

verdad, y rigor: no es la

acacia, tampoco el cornejo,

ni el laurel talado hace una

década, según me dijeron,

frente a mi casa (Bet) (und

Heim) (guei ajeim) un árbol

casa de la hamadríade, Pan

la sonsaca a salir de su

madriguera, y por qué no,

no está mal, viajar, los

cruces de camino, el paso

francés, héroe atraviesa a

pie los Pirineos, la nieve

a la altura de las rodillas,

reuma seguro: nada me

mueve sino escritura.

Ejercicio ante lo opaco,

destello contra lo turbio,

oficio de tinieblas, acto a

ciegas del cegato: un acto

jerigonza del parlanchín,

nada me aclara, la oscuridad

(cerrada) no contradice para

nada la claridad, una amplitud

de luz encierra agua estancada;

apenas necesito beber. Me

sustento con un bocado. Un

puñado gualda de pétalos

crasos, natural a mi edad

comer poco: idiomas oigo,

el ralo esplendor del laurel

talado que devino altísima

acacia que hubo, donde la

hubo, si hubo aquel árbol

con este árbol de tamaño

medio, copa en arco cuajada,

que me digo, atiborrada, de

flores amarillas: la gualda

intermitencia de la luz

crepuscular bañando a la

orilla del río una hilera de

árboles supurando, su negra

savia ratifica una Anunciación

(oh ángel de tinieblas) (alas

caídas de cuarzo sobre el

mármol): yo lejos de toda

gloria, campos de resurrección,

la luz intemporal, el devenir

bah inmortal, me inunda la

luz de una lámpara (desconozco

otra redención) verde pantalla

o tulipa de lapislázuli veteada

(su forma recuerda el capirote

de las construcciones medievales):

recogimiento (contorno) esta

vez el adormecimiento del heno,

capa nueva de somnolencia el

heno, primera (media) docena

de azafranes.

 

 

 

 

AUTORRETRATO

 

Un

poco de culpa, una buena dosis de indiferencia, cierta

dejadez atribuible al

cansancio inherente

a la edad, y tenemos

(el otro lado de la

ecuación): la ropa

desteñida, la misma

camiseta ajada, tres

días seguidos que

no me ducho (papa

majada) no mudo

(salvo el calzoncillo)

la indumentaria del

vejete desaliñado:

encogido de hombros.

De espaldas. El libro

abierto en la misma

página hace días,

quedó en la ocho,

trama muerta, las aves

se deleitan (estivales):

sonrío, remedando el

deleite que sintiera en

otras épocas, remedo

aquel jolgorio de aves

a la perfección: su

(bullicio) gorjeo

intermitente, los

vencejos a la tarde

(Nerja) al norte, los

azulejos. Bandadas

de pájaros negros

rumbo a la alameda

a pernoctar. El paro

carbonero que se me

posó en la palma de

la mano, las gaviotas

dando vueltas alrededor

de mi cabeza (sus círculos

abriéndose a la llegada de

la noche): sombrero de

paja calado (ala ancha)

vegas desde un balcón.

Me tapaba la cabeza

no fuera que una gaviota

me disparara su lechazo

haciendo diana (ora en la

calva ora en el rostro):

sonrío. Estoy muerto, de

miedo: parece que de ésta

no salgo. Y con un berrinche

de padre y señor nuestro:

toma, aquí tienes, déjame

quieto, y tú, aquí, aquí

tienes, esta parte es para ti,

ésta tu tajada, se lo reparten,

allá verán de ser equitativas,

no me estoy desprendiendo

de nada, lo hago a regañadientes,

me voy porque no me queda

más remedio. ¿Creéis que me

volvería bonzo? ¿Que me iba a

meditar al bosque como quien

dice calato? Estáis buenas si

eso creéis, ¿o no me conocéis?

Sigo adherido a mi sustancia.

Y para ser sinceros, si por mi

fuera, me tiraba un par de

kalpas en este viejo valle de

tedio. A mí no me vengan con

eso de disolverse en inexistencia

kármica ni búdica donde Nirvana

es Nada. ¿Feliz no ser? ¿No tener

que ser inmortal? Solavaya. Los

fósforos y solavaya, se me corta

la respiración sólo de pensarlo.

Vida. Ajada y desteñida, de

hombros encogidos, reducida a

un recodo pero vida (solapada):

a como sea: aliento enrarecido,

rótulas artríticas, el vientre

descompuesto un día sí y otro

también. Y qué: respiro. Puedo

pasar la página ocho, cerrar el

libro (página 117) al vencerme

el sueño, y ah, dormido en el

sustrato, inmerso en el podrido

tablado virgen donde se origina

el sueño, seguir leyendo el libro

atorado en la página 117, sigue

la trama, el hilo se deshilvana,

y donde Tolstoi se detuvo, cojo

buril y estilográfica, la frase se

continúa, el Príncipe se salva, y

con un grano de sal, salimos a

flote.

 

 

 

IMAGO MUNDI

 

Cantaban maitines con la boca cerrada, ni Dios ni

nadie los escucha,

cantan por cantar:

fila india salen al

desierto, vergeles

de arena,

construyen de

arena domos,

torres, campanarios

de cristal.

 

Comparten sus sueños de madrugada, manzanas

de oro higos de

Esmirna mieles

de Hibla, a la hora

de completas cantan

las hazañas de Eneas,

la fundación de Roma,

holocaustos en las

siete colinas: Dido

de amor a cenizas

reducida.

 

A las ranas las llaman ofidios, a las víboras batracios,

bimanos a los

capuchinos,

equinos a los

hipocampos:

así buscan

confundir a

Dios.

 

Una comunidad mental en mi cabeza, con su propia

teología, calambures,

desorbitadas analogías,

trasvases que sé no son

más que engañabobos,

refracciones y trampantojos,

todo al servicio del día que

quiérase que no tiene que

transcurrir.

 

A la tarde los disperso, guardo el serón de higos

de Esmirna, vacío, y

vacío el pomo sellado

de miel de Hibla,

arrumbo pan de las

proposiciones, valles

de Josafat: mares que

se abren de par en par,

se cierran al paso de

los ejércitos persas o

babilónicos, fin del

mundo: cae la tarde,

tomo una colación, un

descafeinado corto con

un pedazo de pastel de

arándano, mojo, cierro

los ojos, me desmorono:

trago Roma y Dido entre

la flora y fauna de mi

digestión.

 

Paso las últimas horas del día, tajante, dedicado

(principio de realidad) a

la normalidad: piyama

limpio, rostro aseado,

mis partes sacudidas

y lavadas, entalcadas,

a mi alrededor todo en

su lugar. El mandarín

de trapo de la repisa

no se ha movido de

su peana, las cinco

vacas de goma y

hierro esmaltado me

dan contento debido

a su participación en

el silencio que me

permite sentarme en

la postura media del

loto, abrir un libro, leer

palabras, reconocer en

cada una su sentido

directo, acepciones

secundarias.

 

 

IMAGO MUNDI

 

Oigo serruchar y no es un asunto de carpintería.

 

En alto apoyo los codos en la baranda (de yeso

canéforas) del

mirador, no se

ve un árbol

leguas y leguas

a la redonda.

 

Llano y no hay voz, la plañidera y el costalero

(alquilados) bajan

la cuesta, hacen

un alto junto al lago,

intercambian alianzas,

se anulan.

 

La llorona es mi Amada, el costalero dirige los

oficios: estoy sentado

en un taburete bajo,

tiene dos travesaños

desencajados, leo

en voz alta casi me

desgañito no me

oyen: dos veces

por semana me

bañaré en el río,

peces y aves boca

arriba, me sé de

memoria los salmos

23 y 24 (en español):

los repito, el significado

queda claro, tanteo y

tanteo no veo sólo

oigo serruchar.

 

Me apego a la madera tosca del taburete, oigo

crujir mis fondillos, no

encuentro la sábana,

la muda de ropa, en

vez de la camiseta

unos ajustadores,

hopalanda de

estameña, pantaletas

(¿ajuares?) me haría

un moño si no estuviera

rapado, bucles donde

no queda hebra de un

cabello.

 

El cerquillo de mi hermana, la trenza que le llega

a la cintura pertenece

a mi mujer.

 

Quedamos de los comensales tres.

 

Mi hermana me mira mi mujer sigue absorta,

tiempo, tiempo, cómo

reglarlo, sacar fuerzas

de dónde no hay dónde,

Guadalajara y no es

opinión en un llano

(el serrucho se trabó)

la brisa pudo traer olor

a eucalipto Oh

muchedumbre medrosa

de los eucaliptos (cita

alterada) olía a ciprés.

 

IMAGO MUNDI

 

El diálogo se detuvo en una preposición.

 

La pila del lavabo del cuarto de baño en altos

siguió goteando.

 

En el televisor la imagen de la nieve y los

muertos de las tropas

invasoras tiñendo de

rojo la estepa nevada.

 

El disco fuera de su funda, la tapa del tocadiscos

abierta, últimos

cuartetos de

Beethoven.

 

Un díptero adherido al cristal exterior de la

ventana nadie más

piadoso lo sigue

mirando la

inmovilidad los

reúne.

 

¿Irá a morir de nuevo, habrá tal cosa? ¿O?

 

¿Qué fue? Iba a sacar de la nevera, ved, el gesto

queda en el aire, el

plato con la pieza de

salmón del almuerzo

a la mano.

 

Nunca le preocupó la Muerte demasiado, sin

embargo ahora que

se encuentra metido

de lleno en el

acontecimiento,

sentiría (de sentir)

un cierto desconcierto

de qué se trata: ¿será

esto una indiscreción

de Dios, un desperfecto

de la maquinaria, un

movimiento natural

metafísico y fisiológico,

y en qué orden?

¿Descomposición y

Reino? Las veces,

pocas, que pensó en

la Muerte, todo le

parecía ilógico,

trancaba y se iba

a pelar papas.

 

Aquel día llegando a la conclusión de siempre como

siempre la Muerte la

interrumpió.

 

A la casa de al lado se oyó pitar el camión de

mudanzas, el viandero

a su paso pregonó que

hoy traía los primeros

mangos filipinos de la

temporada, se oía la

estruendosa aparición

de las caseras bajando

a la compra, en la

esquina norte un rapero

en el radio, la compañía

de la luz prometió que

hoy mismo podarían las

ramas altas del laurel de

Indias, tropiezan son un

peligro con los cables

del tendido eléctrico

ya electrocutaron a

un gorrión.

 

JOSÉ KOZER (La Habana, 1940). Vive en Estados Unidos desde 1960. Se desempeñó como profesor de Lenguas y Literatura en Español, en particular Poesía en Queens College, de 1965 a 1997, fecha en que se jubiló en la Florida. Es un autor de un centenar de libros de poesía, dos en prosa. Su obra está traducida al inglés, portugués, alemán, ruso, griego. Recibió el Premio de Poesía Pablo Neruda en 2013. Y forma parte del grupo selecto de becarios de Montgomery Fellows desde 2016.