Minerva Margarita Villarreal, protagonista de la literatura mexicana

por José María Espinasa

El ciclo que cobija el acto que hoy nos reúne se ampara bajo el título de un libro de Emanuel Carballo: Protagonistas de la literatura mexicana. La palabra protagonista tiene muchas resonancias, a bote pronto me viene el uso con relación al cine o a la novela de aventuras. Es decir: el personaje de Madame Bovary es la propia Ema, pero si nos refiriéramos a las novelas de Pérez Reverte, diríamos el Capitán Alatriste es su protagonista. La diferencia entre personaje y protagonista tiene que ver con la recepción. Carballo, con su conocido libro de entrevistas-ensayo creó un modelo de libro crítico formulador de un canon. Digamos que a ser un autor importante dentro de nuestra literatura tiene un grado de acentuación cuando se dice que es un protagonista. Su quehacer crea devenires, formula direcciones evolutivas, interviene en la trama. Si bien la palabra tiene un peso distinto si la utilizamos al hablar sobre una tragedia de Esquilo o un drama de Shakespeare, en el libro de Carballo tiene un elemento adicional sumado por el ámbito periodístico.

            Así, cuando se me invitó a participar en esta mesa, lo primero que pensé es en cómo nuestra admirada autora y querida amiga es protagonista de nuestra literatura. Lo es desde luego como poeta que suma ya una veintena de libros de muy diverso registro, pero sólida coherencia en su conjunto, acumulados es una trayectoria de más de cuarenta años. Ese elemento, que es principio cuantitativo, pero, que como veremos luego, se transforma en cualitativo, la sitúa como protagonista de un fenómeno evidente: la irrupción de poetas mujeres de alta calidad en el contexto de la lírica mexicana. Y conste que dije, para evitar conflictos, poetas y no poetizas como es más castizo y más sexista decir.  Se trata de un fenómeno de índole demográfico, pero también se manifiesta como la aparición de registros sensibles extraños, inesperados, sorprendentes.

          Ella, de manera inteligente y razonada, ha señalado que quiere ser buen poeta entre los poetas y no verse relegada al casillero de la celebración genérica y del dato estadístico. Por otro lado, no renuncia, sino que hace uso de su particularidad sensibilidad de mujer para vivir los ritmos del texto, su uso de adjetivos, sus experiencias vitales. Ella ha destacado como promotora cultural, como editora y como escritora en un triángulo que le da un nimbo particular, casi un aura de santidad, pues todo lo hace bien, aunque ya sabemos que nada excluye una pisca de malicia y hasta de perversión angelical. En este caso, parafraseando a Rilke, no es que todo ángel sea terrible, sino que es hipnótico y seductor. La crítica se lo ha reconocido, y también ha sido merecedora de diferentes premios y becas. Entre los premios recibió en 2015 el de Aguascalientes por su libro Las maneras del agua. Yo he escrito sobre varios de sus libros y sobre la obra en su conjunto, pero no lo había hecho hasta hoy sobre Las maneras del agua.

          Aprovechando la ocasión y bajo la idea de la palabra protagonista diré que ese galardón vuelve al poeta un personaje principal, lo saca del anonimato del reparto para volverlo protagonista, es el más importante y prestigioso reconocimiento a la lírica en nuestro país.  Las maneras del agua plantea un diálogo y contrapunto con Teresa de Ávila. Margarita Minerva no se anda con juegos, menudo modelo escoge para que le sirva de espejo y eco. El agua es un término –una experiencia, se diría- central para la poesía mexicana, no sólo por su presencia en Gorostiza y Pellicer, sino por sus afluentes en poetas como Alejandro Aura –les recomiendo la lectura de su breve poema “Agua”, uno de los últimos que escribió, o como los que ella y Francisco Segovia, compañero de generación han hecho. El agua es deseo y sensación, temperatura y voz, canto y cuento, y es también la forma de las formas, la al tomar cuerpo da contenido, como sabemos por Muerte sin fin.  

          Entre los muchos acentos y ritmos que Minerva Maneja Las maneras del agua no deja de sorprender, porque si bien se adviene y aboca a crear una sensación clásica también propone una soltura muy moderna del verso, y nos recuerda que si hay un verbo divino es gracias a que al verbalizarse se humaniza. Juego de palabras que nos recuerda la enorme actualidad de Teresa de Ávila. Todo poema es una carta de amor, por eso toda poesía es un rezo. Ambos dicen, a Dios o a la amada, quiero que me quieras, y en plan de bolero, cursilón, quiéreme como te quiero yo. Y, el colmo del impulso posesivo que tiene cualquier poema, te voy a decir como quererme. Pero Las maneras del agua proponen hacer de esa posesión una desposesión, una entrega, son un entregarse al corree del río, con sus remansos y sus rápidos, sus estanques y sus cascadas, y crear gracias a esa entrega una liturgia admirable, con sus laudes y sus maitines, con su condición de repetición que no crea costumbre, pero si crea entendimiento y complicidad.

          En el río y en el mar el agua es protagonista, en el llanto y en la lluvia también, hasta en la alegría, pues uno llora de risa y de felicidad. En la literatura mexicana Minerva lo es, una protagonista que nos mira a nosotros en la orilla y accede a detenerse un momento sobre la página, y escribir con tinta transparente –con agua- un poema como este. El Premio Aguascalientes nos permitió, además, mirar retrospectivamente la trayectoria lírica que ha recorrido, desde el ya lejano Hilos de viaje, de 1982. Desde entonces sus libros se suceden unos a otros dialogando con sus lectores, sus autores dilectos y entre ellos mismos. Si, como hicimos al principio, usamos el término en su acepción cinematográfica, diríamos que Margarita en su poesía nunca se sale del papel, pero que lo habita todo. El escenario y la página se vuelven sinónimos de un espacio en que ella es protagonista.

          Aquí debían acabar mis palabras, pero soy un avorazado y no dejo pasar la oportunidad. Hace unos meses Minerva publicó Vike, Un animal dentro de mí. El título sugiere continuidad en su diálogo teresiano, pero en realidad es un cambio de registro, en el que vuelve a la condición sintética de sus epigramas, pero con una transparencia y paz admirable. Como a los protagonistas hay que dejarles siempre la palabra, quiero terminar citando un poema de ese libro que es casi una definición de la poesía: “Ese árbol cuya fronda/ deja pasar el viento/ es un milagro.

Publicado en la revista La Quincena, Monterrey, número 177, noviembre 2018.