El cuerpo literario de José Francisco Conde Ortega se ha quedado en tierra ahora que ha partido, es la voz del lobo en la estepa citadina y está sostenido por dos sólidas columnas: la poesía y la crónica. Dejemos para otra ocasión sus ensayos, un sometimiento al relámpago de la academia pero también de la ligereza imaginativa que lo llevó a profesar de profesor de literatura.
Su caminar por la poesía fue constante y tonante y sus libros están reunidos en la obra mayor que es Práctica de lobo (UAM, 2006) donde los versos hacen su nido y su nudo metafórico.
El poema fue la ruta natural donde el poeta Conde Ortega se desplazó con maestría. Seguidor de la lírica de don Rubén Bonifaz Nuño, Conde Ortega supo combinar la estricta métrica con el verso popular, el amor fue su estrella que siguió sin premura y está diseminado en los varios libros que se recopilan en la citada compilación.
Desde su primer título, Vocación de silencio (1985), el poeta convocó a la voz y a la melodía de modo diligente e inteligente, de lírica ligera –más no banal–, el escritor lidia con disonancias y consonancias, las somete al soneto y el cuerpo es aún una música callada, dicha con dicha y amor. El silencio se abre y dice su nombre meditando con el tapiz humano y más allá, donde el cuerpo comienza a tomar la palabra y se encamina a su ruta poética: el cántico del cuerpo y del amor constante.
Zarparemos los dos cualquier mañana/ por los mares poblados de violetas; / bordearemos las llamas de tus ojos,/ el lento mar será una tumba gris// sobre mi escasa voz y tu mirada./ Partiremos, amor, por otros rumbos/ que no serán ya más los de nosotros;/ amor, en otro otoño no estaremos… (De Vocación de silencio, 1985)
Este cuerpo de los poemas de alabanzas al amor, con versos diversos del sentir y pensar del cuerpo, tendrá anatómicas consecuencias gozosas, y se establecen las funciones amorosas orgánicas pero también reflexivas de la soledad sonora.
Si bien es cierto que late en los verso de Conde Ortega ese amor sin tregua ni cuartel, también están las decadencias del cuerpo. La muerte chiquita da paso al lado helado moridor sostenido y cotidiano.
Una forma de comenzar el día/ es mirarte al espejo y adivinar,/en la tela feroz sobre tu cuello,/ cómo será de noche ese otro cuerpo/ que se aventura, por ti,/ en la esperada novedad/ de las horas gastadas desde siempre (De Los lobos viven del viento, 1992).
La obra poética de Conde Ortega es un viaje descriptivo por la ruta de los cuerpos y el erotismo. con puntualizaciones cotidianas, los versos arman las estructuras y cimientos físicos de bamboleos bien medidos, crujen y rechinan los aparatos y sistemas cariñosos en movimiento; son sonoras las tendencias y latencias que componen y transforman el interior y exterior de esto que llamamos llama de amor viva.
En sus poemas hay curiosidad y hallazgos de un ser vivo (los poemas como peces de piel fugaz) en constante movimiento interno (el amor amoroso de las parejas pares); el autor de Intruso corazón ha elaborado una carta del viajero dando santo y seña de “una piel que combate sin escudo”, que lucha cuerpo a cuerpo en el mar del constante recuerdo y navega a la deriva del tiempo.
Los poemas que componen el total de su obra nombran lugares ya explorados por las manos y no olvidan mencionar a los viajeros del cuerpo que descubrieron esos pabellones, esos juegos, esas órbitas, esos paisajes.
Lunas y auroras tu cintura,/o cascadas creciendo: cinta de agua:/ ritmo que nace de la luz:/ ala sobre ala/ en la arquitectura del tiempo. (De Estudios para un cuerpo, 1996). Vemos en esta cartografía el júbilo del ser aún latiendo.
Práctica de lobo es una guía elemental para conocer el cuerpo del amor de los cuerpos en fuga, sin ego, empezando por la casa del espíritu. Sabemos que a cierta edad, el cuerpo se nos impone con sus dolencias. Así que, Práctica del lobo nos dice que hay que empezar con las querencias antes de que lleguen las carencias o nos quiten los abrazos y los besos. Con un beso comienza/ la ceremonia más dichosa;/ un rito para oficiarlo juntos…
Conde Ortega tiene en este libro una nueva práctica del lobo: La hora exacta del licor/ la certera copa/ donde caben el amor y la ternura/ la lúcida destrucción de la mañana… sabiduría del libro del buen amor.
Al duro y rudo camino de la vida, Conde Ortega lo transformó en poesía, en fina observación, en precisión del lenguaje para darnos temas y detalles sin amargura. Es así como tenemos en estos poemas lo preciso y lo pertinente, lo concreto y lo fugaz, caminando en versos libres o bien medidos. La vida se pronuncia en verso: un paso, un latir, implica la duración de dos sílabas.
Por eso, porque el amor es un ritmo habitual, el ritmo de la conversación, debemos fomentar el oficio de amar a cada paso. Hacer poemas con el desnudo ritmo de nuestro corazón.
La poética de Conde Ortega es una alabanza del cuerpo y sus secuelas que se cuelan en el cada día. Este libro reúne los territorios concretos y visibles del amor pasión: el exterior y el interior, los intramuros y extramuros. Están, desde luego, las referencias al pensamiento y la reflexión, la amistad y la vida cotidiana.
Los ingredientes de este libro son los sentimientos y el verso justo, el conocimiento y el asombro, los recueros y las referencias. Además, en su interior y desarrollo se hace alabanza de los cuerpos; y, del conocimiento que de él tengamos será para conocernos mejor. Es un nuevo libro del amor.
Este libro da cuenta de ello, pues la miseria del cuerpo es inevitable y depende del trato y contacto que le demos, pues una vez que lo conozcamos podremos pasar a la siguiente fase: amar al prójimo –y más a la prójima—como a nosotros mismos.
La educación del tacto y la mirada y la poética del cuerpo femenino capturado con el verso justo, son las mejores coordenadas del mapa poético de José Francisco Conde Ortega. Y por lo mismo el poeta no se ha ido, sólo se ha transformado.