Corea del Sur. 2019
Bong Joon-ho como un realizador de la nueva generación de cineastas de Corea del Sur de los últimos años, nos acerca de manera liviana por la vía de una tragicomedia de enredos, al tema espinoso de las clases sociales en los polos de la opulencia y el lujo VS la carencia y el desempleo. Utiliza el contraste de las fronteras de la misma arquitectura urbana; el arriba y abajo, los espacios amplios y soleados con una gran jardín de la casa de la familia de los Park, VS el oscuro, mal oliente y claustrofóbico sótano en el que deben vivir la familia del señor Ki-taek. Las clases sociales representadas en ellos se tocan, conviven, pensando en tener un beneficio para sí de esa relación. Para los que no han podido tener estudios, un buen currículum, experiencia laboral y cartas de recomendación, encuentran como vía aceptable la mentira creativa que se va sumando a una siguiente, y así; hasta convertirse en una insostenible nueva realidad, donde la ingenuidad y la ignorancia de los privilegiados parece ser el requisito para que disfruten a plenitud de sus bienes.
Hay un giro de tuercas en el punto correcto del film, pues cuando el espectador creía que ya tenía ubicado quienes son los parásitos, surge una segunda historia emanada de profundos y oscuros rincones, misma que acelera la acción hasta el paroxismo de la lucha cuerpo a cuerpo por la sobrevivencia. Con ello recordamos el trabajo de Emir Kosutrika en su extraordinario film Under Graund que aborda una historia que se desarrolla debajo de la ciudad, por el estallido de la segunda guerra mundial en el área de los Balcanes. Hay ciertas venas que comunican ambas realizaciones, no sólo en la historia de catacumbas, si no en lo delirante de los personajes que acompaña y enfatiza un ritmo vertiginoso de los acontecimientos.
En Parásitos hay que destacar dos personajes que hacen el contrapeso de las escenas simplonas de la comedia misma, por una parte el niño Da Son Park; y un señor mayor, Oh Geun-sea, quien habita en las sombras. Éste último intenta una comunicación con el exterior por medio de un código; mismo que el niño parece tener facilidad de percibir e interpretar. Aunque ambos personajes se quedan con una verdad que no tomará parte en la resolución de los sucesos, es una historia que enfatiza aún más el clima de aquellas barreras físicas y de silencio irresueltas entre dos partes que conviven y cohabitan a diario pero sin llegar conocerse.
Por otra parte, ahora que la experiencia del confinamiento se ha generalizado a nivel mundial dada la pandemia que nos azota, el personaje Oh Geun-sae es muy revelador sobre las aquellos sentimientos que surgen de una encierro prolongado. En especial el miedo que algunos ya experimentamos a volver a salir del aislamiento, miedo que lucha con el deseo de volver a gozar de la libertad de tránsito y convivencia.
Lo único que parece sobrarle a ésta gran cinta que se ha llevado casi todos los premios relevantes de la industria del cine, es un par de mensajes por demás explícitos, a modo de sermón y alusión a la esperanza eterna; pero que se disculpan o se diluyen, pues la cinta tiene la gran virtud de mantener la expectativa y la hilaridad del público de principio a fin.
Aunque el título hace referencia al uso peyorativa que históricamente se le ha dado a aquellos ciudadanos que no son “productivos” según el cánon de competitividad, la obra nos lleva cuestionarnos si la eterna dependencia de la clase privilegiada, no sólo a la servidumbre de los de abajo, si no a la existencia de la pobreza misma, los convierten en unos parásitos con un buen gusto, y una cava bien surtida. Clase social a la que la cámara parece perdonarle casi todo, excepto sus expresiones de asco hacía aquellos que por vivir en un sótano expiran un mal olor.
El primer acercamiento de Bong Joo-ho a dicha temática se puede ver en la cinta El huésped del 2006, pero mucho mejor logrado en Expreso del miedo del 2013, película donde el simbolismo de la división de clases por fronteras se encuentra en el atrás y el delante de un tren que guarda a los últimos humanos que sobreviven a una glaciación. Por cierto que Netflix ya estrenó una miniserie tomada de la misma novela gráfica de ciencia ficción de dónde surgió Expreso de miedo. Al igual que en Parásitos, en dicha cinta comienza la lucha de los de atrás contra los de adelante por cambiar el estado de las cosas; y cuando parece inminente el triunfo, hay una vuelta de tuerca en la historia que desemboca en un final inesperado y nada feliz.