La Jornada Semanal, 7 de septiembre de 2008.
Tiempo fuera. 1988-2005, Jorge Valdés Díaz-Vélez,
UNAM, Col. Poemas y ensayos, México, 2007.
La generación de poetas mexicanos nacidos en el cincuenta abrió y consolidó varias líneas escriturales ahora ineludibles. Por un lado, una vertiente popular no exenta de prohijar ironía y narratividad (en la cual se encuentran poetas como Luis Miguel Aguilar, Héctor Carreto o el propio Ricardo Castillo) y, por otro, una línea neorromántica que, aun perteneciendo a la amplia galaxia tonal del Neruda de Residencia en la tierra o Cien sonetos de amor, ha buscado un equilibrio entre la exaltación del sujeto dramático que subyace en todo poema de corte romántico y la concentración lingüística y el dominio sensorial promovido por los conocidos poetas del lenguaje, desde José Lezama Lima hasta Coral Bracho. Es en la línea neorromántica o realista donde se inscribe la poesía de Tiempo fuera. 1988-2005, de Jorge Valdés Díaz-Vélez.
Obra antológica publicada en 2007 por la colección Poemas y ensayos de la UNAM, Tiempo fuera muestra de frente y de perfil el rostro definitivo de quien ganara en 1998 el Premio de Poesía Aguascalientes, y quien, como bien lo señaló Vicente Quirarte, “enfrentó la reincidente dicotomía entre fondo y forma, entre la palabra como testimonio inmediato de la experiencia y la depuración metafórica que crea una realidad en sí misma”. No por otra razón, donde se encuentra al mejor Valdés Díaz-Vélez es entre las holandillas del poema amoroso y erótico.
Un poema íntimo y de tono contemplativo cuyo sujeto poético parece conversarnos y convencernos de una experiencia vivida intensamente. Autobiográfica, testimonial y vitalista son palabras clave para entender la estética del también autor de Jardines sumergidos. Por eso escribe: “En el silencio te recuerdo, muchacha,/ con las últimas brasas que se apagan/contra el pecho del cielo, palpitando.” La poesía de Valdés Díaz-Vélez no ganará por su ímpetu o su arrojo. No es corredora de cortas distancias ni es fajadora en un ring de boxeo. No la provoca el artificio verbal o la hiperdepuración estilística. Si el símil fuera un arroyo, el de la poesía de Díaz-Vélez sería uno de aguas mansas, avanzando siempre por entre piedras o dunas, dejando reflejar en su lomo la luz brillante del sol o los ojos de una mujer enamorada. Como lo escribió Marco Antonio Campos: “Valdés busca que las mujeres conserven en la forma de los versos la forma del cuerpo que en la vida perdieron.”
Más que tender un puente con sus contemporáneos mexicanos, que los hay, las fuentes e interlocutores con los que dialoga la poesía de Valdés Díaz-Vélez habría que buscarlos en la poesía española de cifrado más clásico. Nombres, primero, como el de Jaime Gil de Biedma y Ángel González, pertenecientes a la generación del cincuenta y, después, Javier Egea, Álvaro Salvador o Luis García Montero, fundadores de la llamada “poesía de la experiencia”, cobijarían la sentimentalidad desplegada en la estética de Tiempo fuera, obra en la que perseveran las características más genuinas de su poética (que se entraña desde Voz temporal (1985) hasta Cámara negra (2005): rigor formal (incluyendo las variantes del soneto y el haikú), intimismo, coloquialidad, nostalgia por lo irrecuperable y erotismo.
Por encima de todo, lo he dicho: el deseo, el amor, el erotismo. Y con ello, obviamente, sus vías paralelas: una tristeza siempre esperanzada y una ironía parecida, otra vez, al rasguño de una amante. Por eso, una antología de su sola poesía amorosa se contaría entre las más apreciables dentro de la tradición de la poesía mexicana contemporánea.
Una antología que empezara con el poema que, precisamente, termina esta breve reseña: “Calculaste al detalle cada paso,/ sutil, desde hace siglos. Finalmente/ tu esposo está de viaje y tus pequeñas/ se fueron a dormir con sus abuelos./ Así que ahora estás sola y con euforia/ te has vuelto a maquillar y te has vestido/ de negro riguroso y perfumado/ tu mínima porción de lencería./ Estás temblando, te dices, pero nada/ te hará volver atrás. Miras tu imagen/ alzada en los tacones, desafiante./ Tú y la noche son jóvenes y hermosas/ como una tempestad que se aproxima”