Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, Nuevo León). Autora, entre otros libros, de Pérdida (1992), Premio Nacional Alfonso Reyes 1990; El corazón más secreto (1996), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 1994; Tálamo (2011), Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2010, publicado en 2013 por Ediciones Hiperión y la UANL; Las maneras del agua (2016), Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016 y Premio del Certamen de Poesía Hispanoamericana «Festival de la Lira» 2017, de Cuenca, Ecuador; De Santa Teresa, publicado en 2017, en Cáceres, España; Vike. Un animal dentro de mí (2018); y La cicatriz también es un pasillo (2018). Ha realizado antologías de poesía, de las que destacan: Elogio de la fugacidad. Antología poética 1958-2009, de José Emilio Pacheco, con motivo del Premio Miguel de Cervantes 2009; y Sobrevida. Antología poética, de Ida Vitale, en el marco del Premio Internacional Alfonso Reyes 2014. En 2013 recibió el Honor Prize de Naji Naaman’s Literary Prizes, de Líbano. Es Miembro Asociado del Seminario de Cultura Mexicana y forma parte del Consejo Asesor Honorario de la Coordinación Nacional de Memoria Histórica y Cultural de México, de la Presidencia de la República. En la Universidad Autónoma de Nuevo León es profesora de la Facultad de Filosofía y Letras y titular de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria, donde dirige la colección de poesía internacional El Oro de los Tigres.
Poemas
Canto de Penélope desde las playas de Ítaca
Desde esta playa he mirado durante noches enteras el rostro luminoso.
Pero sus ojos, cuencas de oscuridad, me devolvían a los muertos que, con él, siendo jóvenes
partieron a la guerra.
¡Oh luna, inmenso espejo! En esta oscuridad, en esta madeja de lamentos eternos, de crudas
soledades
me declaro testigo de las derrotas de Ulises.
Tejo el perdón. Las cadenas de hilo han sujetado mi rabia y mi protesta.
He tejido siempre el derecho, pero al volver el lienzo
no encuentro más que los reveses de esta historia.
Y el mar,
el mar
con su fina filigrana atemorizando mi cuerpo,
negando la posibilidad del beso más cercano.
¡Ah Ulises! He llegado a aborrecer tu ira
que adormece mi deseo hasta vencerlo.
Por eso he decidido callar.
Cada vuelta a la aguja es una palabra muerta.
Hay quienes piensan que vivo en el olvido porque no escuchan los gritos de mi encierro.
Los muros ahogan los ecos del delirio.
He velado por más de veinte siglos. Y hoy,
en el turbio amanecer de esta historia manchada,
preparo las naves.
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Dama infiel al sueño. Cuarto Menguante, Guadalajara, Universidad de Guadalajara/Xalli, 1991.
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El desierto
Cardos, yucas, palmas, mezquites,
nopales donde se espina el silencio que rueda entre tus noches;
la erosión de las bardas de piedra,
el rumor de los años vacíos,
la distancia que te distancia del mundo.
Pero este es el mundo
donde las cactáceas irradian para abrirte;
mira que las minúsculas flores brotan del erial
porque las armas de nuestra vida no son carnales.
Las horas en el desierto desechadas,
el viento
bajo el acompasado vaivén de los recuerdos;
sobre la cuesta
el alado cruzar de águilas y halcones.
¡Oh cuerpo tendido! ¡Oh hierba desnuda donde la larva crece!
La fugacidad del instante,
la luz que proyecta la presa…
Cardos, magueyes, pitas, huizaches,
flores de palma que alimentan el alba del porvenir,
la nube que desciende, el aguacero,
el fluorescente margen de la tierra.
El agua se estanca y en la niebla se esboza tu ansiedad
de sepulcro.
Cuántas aves sobrevuelan tu mirada, cuánto cielo resplandece
entre tus árboles…
Hojas, hierbas, matorrales donde se atora el miedo.
Inútil retroceder
entre las hebras del cerco,
en el lugar donde el viento se aquieta:
la cabeza entre tus manos,
las ramas jalando tu cabello.
La penumbra baja a cubrirte el rostro
entre la lluvia incesante que vuelve de tu infancia.
…éste es el mundo
donde el peyote reverdece
deja que las minúsculas flores broten de tu sueño.
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Pérdida. Libros del Bicho 76, México, Premiá Editora de Libros/Gobierno del Estado de Nuevo León, 1992.
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Mareas
a Martha Casarini
Y hay un lugar al que nunca podrás volver.
Y un árbol lo esconde durante el día
y una lámpara lo alumbra de noche,
y más no puedo decir
y más no sé.
Yehuda Amijái
El invierno estaba yéndose cuando lo descubrí al pie de la escalera. Daba otra apariencia al espacio que yo creí dominar. La razón parecía ganarle a la inercia de abotagados párpados.
Quienes partían y quienes iban tomando hábitos de ostra eran imperceptibles…
Reinaba una paz enfrascada en clases y altos edificios. La escuela estaba limpia en días de lluvia y urgía desterrar los fumaderos de opio que la Biblia alentaba. Cómo nunca los vi yo, que verdaderamente aspiraba a la fe; debí husmear al fondo y sumergirme; qué vacío habrían colmado la religión y después Marx y sus divinas paradojas. Qué vacío de infinito abriría sus fauces. Desenraizarse, quedar a la intemperie donde el tintineo de los trastos, el café recién hecho, la mañana de voces familiares y el timbre del reloj flotaban entre cápsulas de un aire pretérito que había que alejar como se intenta ahogar el llanto; y repetidamente caer.
Las golondrinas hacen nido en el cuerpo mientras tú te alejas.
Pero nada es cierto, salvo la imagen de la inasible realidad; voces, olores que escapan, años que filtran su mercurio. En Arabia, las mujeres pintan sus ojos con ese residuo líquido y centelleante: “Uniforme substancia, magma de interiores” que Ashbery extrajo del espejo convexo donde un visionario del siglo XVI atrapó su eternidad. Mareas que acomodan las formas, que devuelven los rostros al rostro, calles donde antes praderas de tus ojos. Francisco Mazzola habría de ser contemplado.
Ya estabas aquí, pero yo no lo supe hasta meses después.
Una bolsa de piel, una anguarina;
estampabas al borde nuevos hábitos sobre el caparazón cenagoso de la hipocresía:
“de las pocas mujeres con quien se puede hablar”.
La sartén por un lápiz,
libros de cabecera
y sábanas de secretos soslayados
sumaban el quebradero,
la confusión que el cambio propiciaba.
Veladas, navegaciones, incertidumbres en el lecho,
estremecimientos que fluyen en
la abatida embarcación
por ese magma que se fija en tus ojos,
esa gota en donde azul te pierdes.
Otra época, otra la necesidad de romper
los mismos desnudos cuerpos: vivirlos, acariciarlos,
perderse
en sus bodegas infinitas.
Ese magma que presagia el pasado,
que adelanta o retrasa las horas
porque piedras acabamos del tiempo.
¿Pasaste un mes allí o lo imagino?
Discos que no escuchas más. Carteles en las paredes de ladrillo.
En el segundo piso te veía
voltear y dirigirte a los cubículos;
tenías el número seis, el que ahora yo tengo,
y usabas pantalones campana de algodón.
Ella llegó después y con su fuego arder
en las arenas que se esfuman
como espectros, náufragos implorantes, voces
desde otras voces flameando en los infiernos,
descubriendo sus rostros en las paredes,
regresando sus pasos.
Nadie lo hubiera creído porque nada era
y sin embargo ya empezaba a incubar.
Tampoco me creyeron que Gatti hubiera muerto. Sí, les dije, con la correa jalándome del cuello. Incienso, disquisiciones, la amarga sonrisa de Foucault trasminándose, ¿o sería ese pedazo de invierno que no deja de golpear? ¿Y a Laing, alguna vez lo leíste?
Luis María te hace bromas
que al sexo estremecen
en cada vuelta de una conversación interminable
trazada por el miedo.
Saber tanto como ustedes…
Sentir esos agujeros a donde el miedo te desliza…
Tenías la edad que yo tengo, y quizás las mismas ganas de partir. 1977, abril, regreso de vacaciones.
El sol bañaba copas cuajadas de pájaros;
el tiempo su rigor futuro. Pero nada era cierto,
poco a poco esos rostros no estarían más, o todos,
o mi propio rostro avejentado o estos sentimientos
hechos trizas junto con el florero.
¿Cómo era entonces Córdoba; cómo dejaste Córdoba?
Y te vas en tus ojos,
la sombra y el magma de tus ojos donde las
niñas se resguardan; luego el horizonte dentro
despejándote en pasto y en verdor.
¿Fue el año del eclipse? Festejo y corazones adornan de rosa las paredes.
San Valentín cerró la cortina de vergüenza.
Algo estaba cambiando y en el pecho un derrumbe,
un exilio vivo, manando; igual sería
si volvieras, como nacer dos veces y colgar al recuerdo
lo que ya no creció. No sé si este dolor, vagamente,
con los brazos caídos, tenga que ver con esta renuncia,
con ese sentir que no eres grato en el pueblo que
no quieres dejar.
Mala conciencia de tu época.
El verano incendiaba los meses,
los inmensos jardines
y Alfonso Reyes se poblaba de pájaros.
Tiempos, vidas que se habitan sin ver atrás;
las puertas sin aldabas se abrían desmesuradas
y lo mismo el blanco que el negro restallaban.
Estremecimientos que fluyen por ese magma que se fija en los ojos, que aproxima los rostros al rostro.
¿Por qué me avisaron tan tarde que habías muerto?
Llovía como nunca. Las atarjeas eran insuficientes, y la marea embestía.
Esa noche se alzó de entre las noches.
El carro flota bajo el desnivel y milagrosamente llego. De haber dado vuelta antes,
se habría varado en la corriente.
Mareas,
magma de interiores,
aguas
que no paran y
llueven días llorando.
El jardín de los Finzi Contini. El cine Olimpia que no existe, ni el Rex del bajo mundo con sus ojos de perro. Y el Elizondo, te acuerdas del Elizondo, sus diosas orientales y el deseo entre dragones y serpientes borboteando en lo oscuro. Todo arrasado por el capricho de la miseria. Aléjate de la miseria de los poderosos, hasta su piel es falsa. Esta ciudad mutila memorias y los gobiernos cabalgan destruyendo todo vestigio. Aléjate. A toda prisa el jinete llevándose las arcas. La dignidad en ruinas.
No, nunca pensé que a eso se debiera su ceguera. ¿Y el dinero, cómo le hicieron para el funeral?
Aunque fuera sola iba yo al cine, lo demás era mentira y era inútil.
Cuántos dolores de cabeza, cuántas cuarteaduras que por dentro se extienden;
más sola que de costumbre,
desolada,
huida de toda razón que sonara a mandato
pisoteaba el amor para seguir viviendo.
Todo era mentira y era inútil;
y lejos pero dentro el cable que hace corto con cualquier contacto, cualquier gota.
Tanta maraña que desconocía y aún creo no llegar a saber.
Dónde empieza lo de uno y dónde las huellas de otro;
¿puede existir uno sin el otro?
Pero las huellas ya surcaron,
y la seguridad con su falso morar
se desviste en esas noches largas y despobladas,
en el vitral de un sueño cuya lluvia no escampa,
en la verdad de un sueño donde vienes a mí.
Mareas que devuelven los rostros al rostro, magma que adelanta y retrasa
las horas.
¿Estabas en aquella Muestra con Susana e Inés?
Sí, él también estaba.
Las líneas se cruzaban con el ruido
y cualquier cosa podía apresurarse,
estrepitarse,
pero tú me entiendes; con todo y ser el viento, eres
la calma, la atención y el árbol. Porque de noche,
tú lo sabes, de noche resplandece en el mismo sitio,
el lugar imborrable.
Cuando llamó ya estaba embarazada y se puso contento. Vendrá otro más, me dijo, pero yo lo negué. Si hubiera sabido que él padecía esa enfermedad; vergüenza tengo, dolor. Cómo no me di cuenta, cómo no lo intuí.
Aquella vez estaban otros hombres que ahora no recuerdo; José María y Horacio fumaban, seguramente Iván, pero no con nosotros; con Allegra llegaron Lucien de saco negro y Hélène con una chalina de estambre café. Las francesas tejen mucho. Con ellos probé el fondue. Regresaron a Francia.
Ya para entonces Luis María no estaba, aunque deambulara por esas noches, por estas oscuridades de maltratados pavimentos; sus anhelos revoloteaban extrañas y lejanas esferas mecidas por el mar.
Así fuera el destino, yo me negaba y negaba esas horas que por momentos rebotan contra mí como una corriente sin salida:
“Cierra los ojos, camina con los ojos cerrados,
siente la arena fresca,
la oscuridad que asciende,
prueba el beso del mar;
la oscuridad es el camino
y el camino a la pureza es del agua”.
Y sin eso, me pregunto, ¿cuál libertad?,
y recuerdo a Castro arremetiendo contra la libertad
burguesa. ¡El dictador sumido entre fantasmas!
¡Ah!, pero mis fantasmas eran realmente mayores, generales, diría yo. Llegué
a tenerles respeto de tanto miedo que guardaba.
Llorabas y yo no podía sino esconder mi llanto, bien frenado, limpiándote las lágrimas. Mirarte en silencio, preguntarte quién eras sin pronunciar palabra, sólo acariciar tu pelo y esperar.
Venías del sur,
distribuías el horizonte,
la ráfaga de ira
cuando lloraste por vez primera.
El otoño desnuda crecientes
hasta empollar en tu nostalgia,
y la tristeza,
no sé en cuál árbol,
hace brotar el llanto.
Estas intimidades que nos cercan,
estos beduinos despidiendo al ángel de la muerte:
sonámbulos perdidos en tundras de silencio
que caen de casa en casa por tu sueño.
Dromedarios, bactrianos,
qué sé yo cuántas jorobas se nos echan encima
como los mares del sur
en brama del espanto.
Las ausencias son hojarascas que el viento esparce,
la delación de mareas que acomodan sus formas
para mirar en claro
a José Oscar del Barco,
a Susana Pagliettini,
a Rocío trasplantándose en las tierras del sur;
y Luis María Gatti despierta en la sala de mosaicos,
la mariguana hace nadar peces en el océano de la conversión,
quimeras que olvida el Elizondo flotan entre rodillas,
acomodan sus miembros
en el momento en que ella se despide
y una ráfaga de viento inunda las alcobas.
Banderas, patrias que difuminan sus rostros en la bruma, pequeñísimas regiones, cuartos, camas de norte a sur.
Celdas, Martha, que hay que dejar abrir,
que regresen con el libro de Girri bajo el brazo,
y que los alacranes
aparten su aguijón, que lejos limpien el camino.
¿Qué no ves a los dormidos regresar con la lluvia?
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El corazón más secreto. México, Aldus/Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas, 1996.
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Probar el fruto
y saber
que eres tú
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Adamar. México, Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León/Verdehalago, segunda edición, 2003.
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Sueño de un lienzo
en la ruta del agua
los zapatos de noche
en la lluvia cerrada
De noche
mis zapatos
se internan
se derraman
Somos un sueño
en la ruta del agua
Zapatos de la noche
que interna se derrama
en busca de esos barcos
que flotan por mi casa
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La condición del cielo. As de Oros, México, Colibrí/Gobierno del Estado de Puebla, 2003.
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Era agosto y eras tú
y toda la parsimonia un calor que espejeaba
bajo las vigas de los álamos en pasadizos nubilosos
El púrpura intenso del follaje disolvía los cuerpos
La niebla abrazaba
Los pájaros las nubes
El lago de nubes que cubre nuestra casa
Tu cuerpo el bosque acelerando su ritmo
el corazón del bosque bebiendo nuestros pasos
y el tropel de caballos a galope encendido
La flor más tibia de tu cuerpo abría
La jacaranda echaba alfombra y un jardín a tus pies
y al borde del estanque tensábanse
lienzo de su esmero
como tus arrebatos
las cúspides del fuego
Ese abaratamiento
esa cautiva humillación
Mármol día de manos breves
Soles día que huía
Por los peldaños de la biblioteca el azul indomable de los árboles
La dorada rejilla
los asientos de cuero suspendidos
Lomos del Libro abriéndose en su albergue de plata
Nubes en lo hondo del techo
Nubes papeles dispersos como golpes de lluvia que la diosa lanzaba
La flor más tibia de tu cuerpo y el tropel de caballos labios latidos
El sol perdiéndose en la distancia
El rumor creciente la canción del follaje
El latín dominaba las tardes densas como reptiles
con sus nubes de moscas
Nuestros cuerpos hundidos
Ese diván la lengua ese jardín de lenguas bajo la cerradura
El sol el hielo ardiente de la página
abriéndose a otro cielo de ala enmohecida
otro cielo el moribundo pez
carnada de la melancolía
esa lluvia esa u ese furor del mar
goteando
mojando nuestra sombra
empapaba el cabello
las finas terminales con mis dientes
bajo de ti
el golpeteo de la lluvia el marco humedecido
Desatabas mis trenzas
Me llevabas al cielo con tu roce de uñas de mi cuello a la nuca
La saliva del verbo conjugaciones pupitres en las aulas lejanas
Arrojados de sí la saliva del verbo
El rumor de los cisnes
Ese oleaje de arena
de saliva del verbo
Sal sal a la luz de esta declinación
Los días se apagan como una veladora en lo oscuro del cielo
Sal sal de ti
Un movimiento y otro lejos de Dios
Un movimiento hacia Dios
Por más que lo medite quedaré tajada
Sal vuélvete paloma que muero de la luz del agua donde llamas
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Herida luminosa. Práctica Mortal, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, segunda edición, 2009.
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En esta piedra yo te espero
en el estómago en el regazo de esta piedra
junto al río cuyas aguas dejaron cicatriz
Como jauría con hambre
como perro
te espero
sobre la piedra que contempla
las grandes aguas que no volvieron más
la vista fija de las vacas que la tarde apacienta
estrellas caídas las botellas que alguna vez
guardaron la pureza
Excepto tú todo pasa
y todos pasan por aquí
Excepto tú
por esta piedra
pasan
y en mi mente
quedan
como regalos
de tu ausencia
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Tálamo. Monterrey, Ediciones Hiperión/Universidad Autónoma de Nuevo León, 2013.
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Aparece
Antes del alba sus manos traen el cielo hasta el muro de piedra
y en lecho de madera abro los ojos que no abro
Su hábito solar su descalzo venir
estando aún dormida con otros ojos vi
Tersa Teresa de las metamorfosis
blanca es rosa su piel roza casi su rostro
Detrás del respaldo que no hay
ella misma es respaldo:
Cara brazos torso manos sobre mi cabeza
Inclinada está:
Cúmulo de luz Teresa bajo el velo negro en la tiniebla rémora
sus pies desde otro plano
la vigilia previa de atravesar
el curso de los astros
e irrumpir
Tersa de las meditaciones
En la tierra el espanto:
Más que asombro
mantequilla líquida penetrando
por no sé qué resumidero
el cuerpo:
Seré una alcantarilla en manos de Teresa
una fiebre de oro de las llagas de Cristo
un cielo desprendido del siglo dieciséis
una viuda oscilante un dominico en ascuas
una familia perseguida
y de cuatro maneras germinará lo plantado:
Agua del pozo
Agua de noria sin anegar el huerto
Agua de río o del arroyo
Lluvia del cielo:
La humanidad de Cristo desnuda tus pupilas
su tórax alanceado aún gotea
Bañémonos Teresa en esta rojedad
En la tierra el espanto
Bañémonos Teresa
El espanto Teresa
Bañémonos Teresa en esta rojedad
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Las maneras del agua. México, Instituto Nacional de Bellas Artes/Instituto de Cultura de Aguascalientes/Fondo de Cultura Económica, 2016.
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El ojo de agua de sus manos
Con sólo tocarme la cabeza mientras dormía
con sólo decirme sin decirme
al fuego celeste
desperté
Adicta
arrodillada
hasta las fundaciones
En la inmensidad de Icamole
cuando más amo el desierto
el ojo de agua de sus manos
su delirio
su tibieza feroz en mis rodillas
Vi sucederse las señales
hasta que se ausentó de la carne
como una virgen que desaparece
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Las maneras del agua. México, Instituto Nacional de Bellas Artes/Instituto de Cultura de Aguascalientes/Fondo de Cultura Económica, 2016.
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Este parque quedó huérfano de ti
Este Vergel maltrecho
Estas calles esta botella vacía
Estas matas que bajaron su vista
al no encontrarte
con sus cabezas gachas y sus cuellos
a punto de secarse
Esta casa cuyas paredes rosas se diluyen
Este solar que fluye en la ardentía
y resplandece cargado de naranjas
y perfuma de azahares el aire de la noche
para que todo El Vergel
recuerde el tránsito de tu reino
y cómo tu padre robó la luz de tus ojos
y cuánto amor diste a pesar de esto
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Vike. Un animal dentro de mí. Monterrey, Nuevo León, Editorial An.alfa.beta, 2018.